Escrito por Horacio
Ibarra
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Monterrey, N.L.,
Octubre 20, 2014 (Por Horacio Ibarra).- Hace algunos años me hicieron llegar el
presente escrito sobre un niño en el mundo del beisbol, hoy casualmente lo
encontré e inmediatamente decidí reescribirlo dada la importancia del bello
mensaje que se encuentra en el texto, el cual dice haber sido obra de Luis Arturo Cantú Valadez.
Este es el
escrito.
Un niño vivía solo con
su padre, ambos tenían una relación extraordinaria y muy especial. El niño
pertenecía al equipo de beisbol de la Liga Pequeña de su comunidad y usualmente
no tenía oportunidad de jugar, bueno, casi nunca.
Sin embargo, su padre
permanecía siempre en las gradas haciéndole compañía. Cuando comenzaba la
temporada de Ligas Pequeñas insistía en participar en un equipo, su padre
siempre le daba orientación y le explicaba claramente que él no tenía que jugar
beisbol si no lo deseaba en realidad… pero el niño amaba el beisbol, no faltaba
a una práctica ni a un juego, estaba decidido a dar lo mejor de sí, se sentía
feliz y comprometido.
Durante el transcurso
del tiempo que jugó en las categorías Moyote y Pee-wee, sus compañeros y
managers lo recordaban como el calentador de la banca, debido a que siempre
permanecía en ella.
Su padre, con el
espíritu de luchador, siempre estaba en las tribunas haciéndole compañía,
dándole palabras de aliento y el mejor apoyo que hijo alguno podría esperar.
Cuando entró a la
categoría pequeña en su segundo año se propuso entrar a la selección, todos
estaban seguros que no lo lograría, pero el día en que sacaron los niños
seleccionados tanto los entrenadores como los directivos le dijeron que lo
habían seleccionado, sobre todo, por su puntualidad, asistencia, disciplina,
comportamiento y porque entregaba su corazón y su alma en cada una de las
prácticas y al mismo tiempo le daba a sus compañeros una gran motivación.
La noticia llenó por
completo de felicidad su corazón y con una gran alegría corrió a las tribunas
para darle la noticia a su padre, quien compartió con él la emoción y la
felicidad.
El muchacho era muy
persistente, nunca faltaba a una práctica ni a un juego y no se explicaban por
qué no quería participar en los encuentros. Así pasaron los torneos de área,
distrital y regional de los cuales su padre no se perdió ningún juego.
Cuando empezó el primer
juego del nacional, un día lunes, su manager le entregó un telegrama, el
muchacho lo tomó y luego de leerlo lo guardó en silencio… con un nudo en la
garganta y temblando le dijo a su manager. Mi padre murió, ¿no hay problema de
que falte al juego de hoy?, el manager lo abrazó y le dijo, lo siento mucho,
tómate toda la semana y no se te ocurra venir a la final el próximo domingo.
Llegó el domingo, su
equipo iba perdiendo 4-1en el cierre de la quinta entrada, el muchacho entró al
dugout con su uniforme puesto y le dijo a su manager, quien estaba impresionado
de ver a su jugador de regreso. Manager, le dijo, por favor, déjeme entrar al
juego, permítame jugar, necesito jugar hoy, imploró el joven.
El manager pretendía no
escucharle, como meter a jugar a un muchacho que nunca quiso jugar, y sobre
todo, cuando se estaba disputando el campeonato nacional. Pero el muchacho insistió
tanto y conmovido por su situación, el manager finalmente lo metió en la parte
alta de la sexta entrada a jugar el jardín derecho.
Al terminar la parte
alta de la sexta entrada tanto el entrenador, compañeros y público en general
no podían creer lo que vieron, pues el muchacho que nunca había participado en
un juego había hecho dos grandes atrapadas tirándosele a la pelota y sacando
con un gran tiro a un corredor que hizo pisa y corre a home, evitando que el
equipo contrario anotara carrera.
El score se mantenía
4-1 en el cierre de la sexta entrada con la casa llena y dos outs y le tocaba
el turno al muchacho de las grandes atrapadas y su entrenador le dijo que tenía
que sacarlo y meter un emergente que pudiera ayudarlos a producir carreras, ya
que obviamente su promedio era el más bajo de todos, a lo cual, el joven le
contestó. Ya le demostré que puedo jugar a la defensiva, déjeme demostrarle lo
que puedo hacer bateando. Está bien, dale con todo a la bola, le dijo el
manager resignado.
Cuando se encontraba
con dos strikes sin bolas y su manager ya se había arrepentido de dejarlo
batear, el muchacho pidió tiempo al ampáyer y salió de la caja de bateo,
levantó la mirada al cielo como si estuviera dedicándole a alguien su
actuación, después se metió nuevamente a la caja de bateo y al siguiente
lanzamiento sacó descomunal batazo que la pelota salió del parque volando las
tribunas del jardín central.
Tanto su manager como
sus compañeros de equipo salieron del dugout para felicitarlo, lo cargaron en
hombros y le dieron la vuelta al campo, mientras la gente en las gradas gritaba
emocionada.
Finalmente, cuando todo
terminó, el manager notó que el muchacho estaba sentado calladamente solo en
las tribunas, se le acercó y le dijo: Muchacho, no puedo creerlo ¡estuviste
fantástico!, dime como lo lograste.
El muchacho miró a su
manager y le dijo: usted sabe que mi padre murió, pero ¿sabía que mi padre era
ciego?, el joven hizo una pausa y conteniendo el llanto siguió diciendo, “mi
padre asistía a todos mis juegos y como nunca podía verme jugar, yo decidía no
participar, pero hoy era la primera vez que podía verme jugar desde donde está
y quise mostrarle que sí podía hacerlo.
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