lunes, 21 de septiembre de 2015

BELLA HISTORIA DE BEISBOL



Escrito por Horacio Ibarra

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Monterrey, N.L., Octubre 20, 2014 (Por Horacio Ibarra).- Hace algunos años me hicieron llegar el presente escrito sobre un niño en el mundo del beisbol, hoy casualmente lo encontré e inmediatamente decidí reescribirlo dada la importancia del bello mensaje que se encuentra en el texto, el cual dice haber sido obra de  Luis Arturo Cantú Valadez. 

Este es el escrito.

Un niño vivía solo con su padre, ambos tenían una relación extraordinaria y muy especial. El niño pertenecía al equipo de beisbol de la Liga Pequeña de su comunidad y usualmente no tenía oportunidad de jugar, bueno, casi nunca.

Sin embargo, su padre permanecía siempre en las gradas haciéndole compañía. Cuando comenzaba la temporada de Ligas Pequeñas insistía en participar en un equipo, su padre siempre le daba orientación y le explicaba claramente que él no tenía que jugar beisbol si no lo deseaba en realidad… pero el niño amaba el beisbol, no faltaba a una práctica ni a un juego, estaba decidido a dar lo mejor de sí, se sentía feliz y comprometido.

Durante el transcurso del tiempo que jugó en las categorías Moyote y Pee-wee, sus compañeros y managers lo recordaban como el calentador de la banca, debido a que siempre permanecía en ella.

Su padre, con el espíritu de luchador, siempre estaba en las tribunas haciéndole compañía, dándole palabras de aliento y el mejor apoyo que hijo alguno podría esperar.


Cuando entró a la categoría pequeña en su segundo año se propuso entrar a la selección, todos estaban seguros que no lo lograría, pero el día en que sacaron los niños seleccionados tanto los entrenadores como los directivos le dijeron que lo habían seleccionado, sobre todo, por su puntualidad, asistencia, disciplina, comportamiento y porque entregaba su corazón y su alma en cada una de las prácticas y al mismo tiempo le daba a sus compañeros una gran motivación.

La noticia llenó por completo de felicidad su corazón y con una gran alegría corrió a las tribunas para darle la noticia a su padre, quien compartió con él la emoción y la felicidad.

El muchacho era muy persistente, nunca faltaba a una práctica ni a un juego y no se explicaban por qué no quería participar en los encuentros. Así pasaron los torneos de área, distrital y regional de los cuales su padre no se perdió ningún juego.

Cuando empezó el primer juego del nacional, un día lunes, su manager le entregó un telegrama, el muchacho lo tomó y luego de leerlo lo guardó en silencio… con un nudo en la garganta y temblando le dijo a su manager. Mi padre murió, ¿no hay problema de que falte al juego de hoy?, el manager lo abrazó y le dijo, lo siento mucho, tómate toda la semana y no se te ocurra venir a la final el próximo domingo.

 Llegó el domingo, su equipo iba perdiendo 4-1en el cierre de la quinta entrada, el muchacho entró al dugout con su uniforme puesto y le dijo a su manager, quien estaba impresionado de ver a su jugador de regreso. Manager, le dijo, por favor, déjeme entrar al juego, permítame jugar, necesito jugar hoy, imploró el joven.

El manager pretendía no escucharle, como meter a jugar a un muchacho que nunca quiso jugar, y sobre todo, cuando se estaba disputando el campeonato nacional. Pero el muchacho insistió tanto y conmovido por su situación, el manager finalmente lo metió en la parte alta de la sexta entrada a jugar el jardín derecho.

Al terminar la parte alta de la sexta entrada tanto el entrenador, compañeros y público en general no podían creer lo que vieron, pues el muchacho que nunca había participado en un juego había hecho dos grandes atrapadas tirándosele a la pelota y sacando con un gran tiro a un corredor que hizo pisa y corre a home, evitando que el equipo contrario anotara carrera.

          
El score se mantenía 4-1 en el cierre de la sexta entrada con la casa llena y dos outs y le tocaba el turno al muchacho de las grandes atrapadas y su entrenador le dijo que tenía que sacarlo y meter un emergente que pudiera ayudarlos a producir carreras, ya que obviamente su promedio era el más bajo de todos, a lo cual, el joven le contestó. Ya le demostré que puedo jugar a la defensiva, déjeme demostrarle lo que puedo hacer bateando. Está bien, dale con todo a la bola, le dijo el manager resignado.

Cuando se encontraba con dos strikes sin bolas y su manager ya se había arrepentido de dejarlo batear, el muchacho pidió tiempo al ampáyer y salió de la caja de bateo, levantó la mirada al cielo como si estuviera dedicándole a alguien su actuación, después se metió nuevamente a la caja de bateo y al siguiente lanzamiento sacó descomunal batazo que la pelota salió del parque volando las tribunas del jardín central.


Tanto su manager como sus compañeros de equipo salieron del dugout para felicitarlo, lo cargaron en hombros y le dieron la vuelta al campo, mientras la gente en las gradas gritaba emocionada.

Finalmente, cuando todo terminó, el manager notó que el muchacho estaba sentado calladamente solo en las tribunas, se le acercó y le dijo: Muchacho, no puedo creerlo ¡estuviste fantástico!, dime como lo lograste.



El muchacho miró a su manager y le dijo: usted sabe que mi padre murió, pero ¿sabía que mi padre era ciego?, el joven hizo una pausa y conteniendo el llanto siguió diciendo, “mi padre asistía a todos mis juegos y como nunca podía verme jugar, yo decidía no participar, pero hoy era la primera vez que podía verme jugar desde donde está y quise mostrarle que sí podía hacerlo.

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