Excelsior/mns.com: No
hubo himnos ni fuegos artificiales. Sólo una pelota desgastada, seis equipos y
una idea que parecía demasiado grande para su época. Así nació, en el verano de
1925, la Liga Mexicana de Beisbol (LMB).
El domingo 28 de junio de aquel año, en el parque Franco Inglés, no se echó a andar sólo un campeonato: se dio luz a una pasión que un siglo después sigue girando como curva en cuenta llena.
El México derrotó al
Agrario en 14 entradas en lo que fue el primer juego oficial del circuito. Pero
la verdadera jugada maestra había comenzado meses antes, en un lugar
insospechado: la redacción de un periódico.
El artífice fue Jorge
Pasquel, empresario veracruzano que no soñaba en pequeño. Compró equipos,
mejoró estadios, trajo estrellas de las Ligas Negras de Estados Unidos y firmó,
sin permiso, a más de 20 peloteros de Grandes Ligas. Durante su presidencia, la
LMB dejó de ser una liga alternativa: se volvió refugio, trinchera y
revolución.
Figuras como Satchel
Paige, Roy Campanella, Ray Dandridge y Cool Papa Bell encontraron en México
respeto y salario cuando en su país sólo recibían desprecio. Pasquel pagaba
como millonario y actuaba como activista. La MLB respondió con vetos. La guerra
fue corta. Pasquel murió en 1955, y con él terminó una era de delirio y
desafío.
“Papa Bell”
Lo que siguió fue la
construcción de una liga estable. Llegaron los ídolos nacionales: Héctor
Espino, que conectó más de 450 jonrones sin salir del país; Ramón Arano, que
lanzó en seis décadas diferentes; Nelson Barrera, el sultán del bat campechano
con 453 cuadrangulares. La LMB se convirtió en parte del folclor urbano y
provincial. Villahermosa, Córdoba, Saltillo, Monterrey, Puebla, Yucatán… todas
encontraron en el beisbol una forma de pertenencia.
Con el tiempo, la LMB
tomó forma de circuito con alma de provincia y corazón centralista. Donde las
mascotas eran tan famosas como los peloteros. Donde los cronistas narraban como
si escribieran poesía. Donde una doble matanza podía silenciar un estadio o
hacerlo estallar.
En los años 80, la
televisión dejó de mirar al beisbol. El futbol ocupó el centro del espectáculo
nacional. Los ratings cayeron. Los estadios se vaciaron. Algunos dudaron de que
la LMB llegaría viva al siglo XXI. Pero lo hizo. A empujones, con entusiasmo
más que presupuesto, lo logró. No sólo sobrevivió: se reinventó.
Pasquel no ha sido el
único dueño con huella indeleble. El ingeniero Alejo Peralta fundó a los Tigres
y creó la Academia de Beisbol Pastejé, que formó a más de 250 peloteros. Alfredo
Harp Helú, dueño de los Diablos Rojos del México, ha mantenido el fuego
encendido en la capital. Además de su estadio, su academia en Oaxaca ha nutrido
tanto a la LMB como a Grandes Ligas.
NUEVA VISIÓN E INYECCIÓN
DE CAPITAL
Desde 2014, con nuevos
dueños y visión empresarial, la liga volvió a crecer. Se construyeron estadios
de primer nivel como el Alfredo Harp Helú. Se integraron plataformas digitales.
Se firmaron figuras con pasado en MLB: Trevor Bauer, Robinson Canó, José
Contreras, Chris Carter, Yasiel Puig. Equipos como Tijuana, Monclova, Yucatán y
los propios Diablos capitalizaron este nuevo momento. La asistencia superó los
cinco millones de aficionados por temporada.
Hoy, con 20 franquicias,
la LMB vive su etapa más estable en décadas. Recuperó el sitio que nunca debió
perder: el de una liga con identidad propia.
La Liga Mexicana cumple
100 años. No como un sobreviviente, sino como un testimonio. Ha sido semillero
de leyendas, hogar de estrellas extranjeras y templo de una afición que nunca
abandonó el diamante. Y pensar que todo comenzó en la redacción de un periódico.