jueves, 31 de julio de 2014
Me gusta el Fútbol… ¡Viva la Pelota!
Por Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
Injértese en nuestras Repúblicas el mundo,pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas: José Martí.
En mi niñez de Minas de Matahambre, que también la tuve, choqué poco con el fútbol. Para practicar deportes estaba el estadio de pelota y una cancha de tennis en el Casino Americano, donde los estadounidenses arrendatarios pasaban sus ratos de ocio; un remedo de los clubes aristocráticos.
Convertido en Círculo Social, en la cancha algunos muchachos fundamos el primer terreno para jugar baloncesto, el segundo deporte de conjunto en la preferencia del cubano, hasta hace algunos años; también se introdujo el voleibol. Los antiguos decían que tiempos atrás habían practicado fútbol los rusos, checos, chinos, polacos, italianos y demás nacionalidades, llegadas al coto minero desde tierras lejanas.
En una especie de inversión histórica, conocí primero el americano, en la Saint Thomas Military Academy, de 1959-1960. Después al que llamábamos soccer o simplemente balompié y, por último, supe del rugby. Por entonces y hasta hoy, muchos confunden este último con el americano. Entre el rugby, el soccer o asociación, y el americano, hay diferencias sustanciales.
Es impreciso el origen del balompié que se jugó en el Mundial de Brasil 2014. La mayoría de las fuentes lo adjudican en formas rudimentarias a los antiguos asiáticos, donde por entonces se destacaban China, la India y Egipto; también en el legendario Japón. Más acá en el tiempo, parecen predecesores los romanos con un juego al que llamaron harpastum, antecedente del rugby. Se jugaba en una cancha a la que denominaron aferesterium, con una pelota dura de cuero, y se permitía el uso de las manos. El calcio florentino, también de formas violentas, se considera una de sus fuentes.
En el colegio de Rugby, localidad cercana a Londres, se puede leer una lápida junto al terre¬no de juego:
Esta piedra conmemora la acción de William Webb Ellis, quien infringiendo las reglas de juego de aquel tiempo, fue el primero que tomó el balón con las manos y corrió con él, originando el rasgo característico del juego de rugby. Año 1823.
La innovación radicaba en la regla esencial del juego tradicional, donde se podía parar el balón con la mano, pero no avanzar por el campo contrario si no se empujaba con el pie, por lo que se pateaba con fortaleza y se precipitaban los jugadores tras el balón, para provocar fuertes refriegas.
La versión anterior se acepta, casi universalmente, ya que tiene sus detractores, como en Los deportes. Publicado por la Librería Editorial Argos, S.A., Barcelona-1967. Allí se discrepa con la etapa de Webb Ellis en el cole¬gio. De ser así, ya no sería alumno, o sencillamente existe una tergiversación cronológica.
Pero es incuestionable su origen en dicha institución y el papel que el profesor Thomas Arnold (Inglaterra, 1795-1842), director del célebre colegio de Rugby, cuyo nombre asumiría ese deporte, debió asignarle a sus enseñanzas para alcanzar una escuela modelo a través de la organización de actividades deportivas. De la obra de Arnold bebió directamente Pierre de Freddy, barón de Coubertin, para fundar el Olimpismo Moderno. Arnold había organizado y reglamentado las primeras doce disciplinas que se disputaron en los juegos fundadores de Atenas 1896.
No obstante sus virtudes de juego entre caballeros (gentleman), el rugby (que ha regresado a los Juegos de las Olimpiadas) no logró predominar sobre el soccer en los colegios y universidades, aunque conserva el estandarte de orgullo nacional, junto al cricket, que con el rounders, ambos de etiquetas británicas, servirían de fuente al béisbol en la costa este de los Estados Unidos. Hubo una fértil batalla rugby-soccer, donde se impuso este último, con atractiva base en el dribling. En aquel país surgirían las primeras federaciones deportivas.
Nace el fútbol actual, se estructuran las primeras federaciones de deportes específicos. Este entendimiento asociativo y de aglutinamiento sociológico del deporte, se extiende a otros países merced al poderoso influjo económico-espiritual y social de Inglaterra.
La primera potencia económica, política y social de la época, debió jugar un papel importante para que el soccer se convirtiera en el más universal de los deportes. Se practicó en todos los colegios y universidades, con Cambridge a la cabeza, el principal rival deportivo de Rugby. Con un estricto sentido militar de ataque-defensa, su universalidad también podemos buscarla en la economía de recursos y las reglas de fácil acceso.
Aquel movimiento culminaría en la fundación de la Football Association, caracterizada por las profundas contradicciones entre las reglas del dribling y el rugby, hasta que la mayoría aprobó las de Cambridge, el 26 de octubre de 1863, con la representación de algunos clubes de varias ciudades, reunidos en la ya mítica Freemason's Ta¬vern, de Londres.
Según los entendidos, el fútbol americano, una variante mucho más violenta del rugby, se jugó en la Isla antes que el soccer, pero no prendió en la población, como sí lo hicieron el baloncesto y el voleibol a inicios del siglo XX. Sobre el fútbol americano, José Martí dejó una profunda huella literaria:
Debajo de mis ventanas pasa ahora, en una ambulancia, en trozos unidos apenas por un resto de ánima, el capitán de uno de los bandos de jugadores de pelota de pies. Dicen que el juego ha sido cosa horrible. Era una pierna abierta, como en Roma. Luchaban, como Oxford y Cambridge en la Inglaterra, los dos colegios afamados: Yale y Princeton.
Para entonces la pelota había tomado fuerza en los Estados Unidos y un año después de creada la Federación de Fútbol Inglesa, llegarían a Cuba los primeros implementos beisboleros, en manos de los estudiantes Nemesio y Ernesto Guilló, así como Enrique Porto del Castillo. Este último, al parecer no se dedicó a la pelota como los hermanos Guilló, pero tampoco le fue ajena. Aparece registrado que el 22 de octubre de 1924, Porto lanzó la primera bola y dejó inaugurado el torneo de 1924-1925, de la Liga Profesional Cubana, en el Almendares Park II, cuando ejercía como Secretario de Sanidad; lo hizo en sustitución del presidente Alfredo Zayas, quien no pudo asistir por enfermedad.
Los mejores momentos del fútbol cubano (si así puede llamársele) se remontan a finales de la década del veinte y la del treinta del siglo XX. Por problemas internos y la crisis económica que estremeció al mundo, llegó a alcanzar una mayor audiencia que el béisbol, al extremo de que en La Tropical se jugaría fútbol en el horario estelar y algunos juegos del béisbol profesional en horas de la mañana; no se jugaba con luminarias. Por entonces, en la capital surgieron estadios para ese deporte.
La presencia de inmigrantes en La Habana, esencialmente españoles, determinó una diversificación del deporte al aire libre. Por eso, no fue casual que en 1928 se fundara el primer estadio para jugar fútbol con dimensiones modernas: el Campo Armada.
En 1929 se había inaugurado La Tropical, y en 1930 el Campo Polar. Estos estadios no se circunscribirían a la pelota o el fútbol, pues en ellos se celebraron actividades competitivas, acrobáticas y sociales, como sucedió años después (1946), en el Gran Stadium de La Habana, hoy Latinoamericano.
La preferencia futbolística en la población no llegó extrafronteras, sencillamente se había asimilado un deporte que nos llegó cuarenta y tres años después que la pelota. La gente iba al estadio para ver jugar fútbol a sus coterráneos, algunos de los cuales se convirtieron en figuras de raigambre popular, como también sucedió con la pelota vasca.
Es bueno recordar que en la temporada profesional de 1907, cuando muchos afirman que nos llegó el fútbol por marinos ingleses surtos en la Bahía de Cienfuegos, llegaron 10 jugadores norteamericanos a la Isla: 8 negros y 2 blancos, para jugar en la Liga Profesional Cubana; siete años antes se había proclamado una clarinada democrática con la entrada de jugadores negros a esos torneos. Ambos hechos coincidieron con ocupaciones militares a la Isla por parte de los Estados Unidos.
Por consiguiente, cuando el soccer llegó a Cuba, la pelota andaba en su mayoría de edad, con una historia escrita y diseminada por todo el país. He ahí un asunto para analizar. Además, su connotación deportivo-cultural-patriótica, había llegado en momentos de fundación y posterior consolidación de la nacionalidad y la nación cubana.
No es ocioso recordar que en 1868, a raíz del Grito de la Demajagua, se había fundado el célebre equipo HABANA, y un año antes se efectuó el que hoy aparece registrado como primer juego cubano, el 2 de septiembre de 1867 , en el Palmar del Junco, entre los equipos JÓVENES DEL COMERCIO HABANERO y el MATANZAS, integrado por jugadores norteamericanos, siete años antes que el más promocionado, del 27 de diciembre de 1874, cuyo box score trascendería a la prensa por vez primera.
Muchos de nuestros mambises jugaron a la pelota, algunos ofrendaron sus vidas por la patria, otros llegarían a la República envueltos en el sagrado manto pelota-nacionalidad y cultura, donde el béisbol ha sido y es un factor esencial:
Con el transcurso de las semanas, el jugo de la caña se depura y el calor se expande de la caldera a la gran fábrica, invade el batey hasta que todos y cada uno, jóvenes y viejos, intelectuales, obreros, campesinos y cuentapropistas, estamos involucrados en las expectativas del desenlace. La pasión se desborda y atraviesa transversalmente todos los sectores de la sociedad. Es, sin duda, por su fuerza contaminante, el fenómeno cultural de mayor alcance y arraigo.
Seguí paso a paso las incidencias del Mundial 2014, me fascinó. Y no me perdí el programa De zurda, por Telesur, donde aprendí mucho con El Diego de la gente y Víctor Hugo Morales. Disfruté un gol que parecía imposible, como el del holandés Van Pierce, de cabeza ante un portero insigne que venía a su encuentro, frente a la desconocida ESPAÑA.
El delantero fue capaz de golpear la esférica con una precisión irrepetible en desafío a la ley de gravedad, para dejarla caer en las redes detrás del cancerbero. No tengo dudas, entre tantos, fue el mejor gol del Mundial. La bola le había llegado con efecto desde más de 60 metros y ese hombre fue capaz de hacer la hombrada de su vida.
Gocé varios disparos de Messi a larga distancia y sus pases fabulosos, las entradas y salidas de Mascherano, la furia endemoniada de una Alemania prácticamente invencible. Continué admirando más y más el juego desenfrenado, oportuno y simétrico de Robben. Sufrí el desdén carioca por la falta de Neymar, pero un árbol no hace ni puede hacer el monte.
He sido testigo, TV por medio, de la llegada de otro grande, ahora con un nombre inglés que él pide en español: el James colombiano, fichado de inmediato por el poderoso REAL MADRID.
Y un jovencito alemán de quien mucho se hablará, que dejó tendidos a los herederos de Gardel, quienes supieron caer con las botas puestas, igual que en la Guerra de Las Malvinas, donde todas las fuerzas modernas se agruparon para derrotarlos. La defensa de COSTA RICA ya hace época, la eficiencia de CHILE, el buen jugar de COLOMBIA… las huellas del portero mexicano, el costarricense, el alemán...
Protesté, esta vez en voz baja, muchas decisiones arbitrales, faltas por penales no cometidos, otros sin decretar, apretones, golpes bajos y altos, eliminación de jugadores, incluidos estelares como Neymar y Gimaría, sin la sombra de las tarjetas rojas.
Confieso que no pude abstraerme de nuestros árbitros de la pelota. Los de aquí llevan más culpa, pues están al lado de cada jugada, la miran a pocos pasos y deciden demasiadas veces mal; deuda histórica que debemos vencer. El árbitro principal de fútbol es el jugador número 23 en la cancha, corre tantos kilómetros como cualquiera. En ocasiones se cometen faltas fuera de su alcance, pues siempre deberá buscar donde esté el balón.
En fin, aunque sigo pensando que Messi es el mejor del mundo, hasta hoy lo considero por debajo de Maradona y de Pelé. Comprendo que poco pudo hacer con cuatro jugadores teutónicos encima; imposible hallar un buen espacio. Y los rivales lo sabían, reducir a Messi era vencer, como logró derrotar ARGENTINA a HOLANDA, cuando Mascherano sometió a Robben. No sucedía lo mismo con los alemanes y sus delanteros, cual de ellos mejor.
En el fútbol se gana con goles, en la pelota por carreras. La férrea defensa italiana no vence sin marcarlos. El mejor pitcher jamás podrá imponerse si su equipo no llega a home, saldrá del box por lanzamientos, dolores en el brazo y hasta la desidia, pero no obtendrá la victoria. Es ley de los deportes de conjunto, como el baloncesto y el voleibol.
Así las cosas, después de ver al ESPAÑA del 2010, un exequipo extraordinario, regresar a casa con el rabo entre las patas, igual que a los también campeones mundiales INGLATERRA, FRANCIA e ITALIA, o el pentacampeón BRASIL, donde el fútbol es a ellos como la pelota a nosotros, humillado por los teutones y poco después por los holandeses, queda una indescifrable huella, ¿o estaremos ante un nuevo mundo futbolístico? Sabor amargo que costó la salida definitiva del entrenador carioca, quien años atrás los había llevado a la gloria.
Como podrán observar, estamos al día. Pero no se equivoquen como los metafísicos, que según Engels, empeñados en ver el bosque no ven los árboles; somos gente de la pelota, porque somos cubanos. Gente que discrepamos con la programación televisiva que nos presenta de siete a ocho partidos de fútbol internacional por semana, casi ninguno del país, y uno de pelota los domingos en la noche, a veces dos en siete días.
¿Por qué no a la inversa? Quizás pudiéramos exportar tal proceder mediático al Reino Unido de la Gran Bretaña, a España o Alemania, con siete juegos de pelota semanales y dos de fútbol. ¿Cuáles serían las respuestas? ¿Cómo es posible que se promocione más otro deporte sobre el nacional?
El asunto no tiene nada de sencillo. Con la proliferación futbolística foránea sobre la pelota, quizás sin saberlo, estamos torciendo una buena parte de la identidad nacional. Los muchachos no saben (se los he preguntado), dónde queda Bayern, dicen que Munich es la capital alemana, son incapaces de identificar a Holanda con los Países Bajos. Tal disloque no solo demuestra insuficiencias en la educación.
Pocos conocen a los mejores futbolistas del país, o de sus provincias. Sin embargo, hablan con familiaridad del peinado y las novias de Cristiano, la película de Messi o el infortunio de Neymar. No acuden en masas a los juegos de nuestro humilde fútbol, y seguramente cada día lo harán menos; conozco de tales testimonios.
Fenómeno urgente para estudios sociológicos y políticos. ¿Acaso estamos creando seres virtuales? ¿De qué puede servirles a nuestros muchachos tal enajenación? ¿Se pretende sustituir el deporte nacional? ¿Cómo y dónde encontrar una esencia cultural cubana en el fútbol? Hace unos meses, en su visita a Cuba, escuché declaraciones del Presidente de la FIFA, donde afirmaba que el fútbol estaba desbancando en preferencia al béisbol cubano. Confieso que tales pronunciamientos me dejaron atónito, porque percibo una especie de asociación mediática hacia ese fin; lo peor.
Por fortuna se ha sistematizado un programa que será paradigmático: Béisbol de siempre. Por él nos acercamos de nuevo, los que peinamos canas, y en primicia los más jóvenes, a la pelota cubana de siempre, la autóctona de HABANA, ALMENDARES, CIENFUEGOS, MARIANAO, MATANZAS, el FE, y tantos otros; de los amateurs que proliferaron por toda la Isla en diferentes ligas, de donde surgieron Conrado Marrero, Roberto Ortiz, Natilla Jiménez, Juan Ealo, y tantos otros; la profesional de los Dihigo, Miñoso, Camilo Pascual, Pedro Ramos, Cocaína García, las Ligas Negras, las Series Americanas, las Mayores, las Series del Caribe… en fin, una obra muy bien concebida e instructiva, pensada y llevada a la pantalla por el talentoso Yasel Porto Gómez, con un equipo de realización que ha trillado todos los espacios, desde 1864 con los Guilló, hasta el Rascacielos pinareño Pedro Luis Lazo y los play off de las Series Nacionales. Así comenzamos a rescatar una etapa de mucha gloria para el país.
Junto a los eventuales Bola viva y Al duro y sin guante, esos y otros programas deberán oficiar como antídotos ante el diluvio futbolístico que nos absorbe. Y nadie podrá acusarnos de enemigos del balompié, un deporte sano, lleno de emociones, que ostenta orgulloso la condición de más universal.
Los siglos de dominio español no nos dejaron una huella deportiva, mas la abrasadora cultura norteamericana abrió paso a los nuevos deportes, encabezados por el béisbol y nosotros nos lo apropiamos. Nadie podrá negar la influencia cultural del poderoso vecino del norte, que tiene en el centro de su colimador a la pelota. Ellos la han magnificado en numerosos filmes (una deuda cubana), documentales, literatura científica o de entretenimiento. Han sabido llevarla hasta los más recónditos espacios y mantenerla en la vigencia popular.
Nosotros, quizás, con la proliferación de juegos y videos de fútbol, en lugar de enraizar la cultura, le abrimos grietas.
Por fortuna, hasta el día de hoy, ni siquiera un producto tan bien elaborado como el Mundial, puede compararse con la esencia beisbolera de nuestros clásicos nacionales, que en los últimos años han decrecido en calidad, pero elevado la competitividad, algo que siempre se agradece, a pesar de los pesares.
Cientos de muchachos recorrieron las calles celebrando el triunfo de ALEMANIA, sonidos de bocinas y caras pintadas con banderas ajenas. Otros, más apegados a nuestra región, lloraron por BRASIL y el último juego de ARGENTINA. Pero no se vieron ancianas en las calles sonando cazuelas de alegría, muchas de ellas en batas de casa y chancletas, como cuando ganó PINAR DEL RÍO, o las veces que lo han hecho por INDUSTRIALES, VILLA CLARA o SANTIAGO, donde se cierra la Trocha.
Ojala el Cocuyé no reviente por un deporte practicado en el exterior. Ojala nuestros futbolistas se ganen un derecho que, en el tiempo y con tesón, cargan a sus espaldas los fundadores y tantos peloteros legendarios inter e intra fronteras, a través de siglo y medio.
Qué oportuna profecía la del Maestro, cuando reclamó al mundo para las Américas, pero con prioridad para el tronco americano. Bien supo avizorar el peligro de “vivir dentro” y “pensar afuera”. Fuente y fin de la transculturación.
Por eso: Me gusta el fútbol… ¡Viva la pelota!
Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
Verano de 2014.
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