Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
Si el amor hace sentir
hondos dolores…
Miguel Matamoros
Algunos
peloteros salen de sus casas para practicar, las esposas están confiadas, pero
ellos desvían los pasos para aparecer días después. Que si los movilizaron
militarmente en el camino al estadio, que si fueron testigos de algún accidente
y los llevaron a la estación, que les robaron y golpearon, hasta los hay que se
hacen moretones. La lógica dice que las cosas son como son y no como queremos
que sean, pero en la pelota muchas veces son como queremos que sean, dándole
vueltas al yoyo para componer o recomponer entuertos buscados sin mucho pensar.
¡Divina
forma de trascender! No sé mentir, se me nota. Decía algunas mentiritas, como
cualquier pelotero, pero me salían mal. No era el caso de algunos amigos,
quienes de la forma más sencilla del mundo enfermaban a un pariente, o
inventaban el dolor de una muela que los llevaba al dentista, por andar detrás
de buenas faldas. Cuando pasan los años se hacen los recuentos, se mira al
pasado y comprendemos mejor lo que debimos hacer.
¿Quién
dijo que los peloteros no padecen vicios? Entrenadores, aficionados, jugadores,
el pueblo en general, comentan sus licencias. Ellos aducen que si no lo hacen
jóvenes, ¿cuándo será? Los hay bebedores, unos más que otros. Es difícil
encontrar un jugador que no se dé un par de tragos, hasta lo hacen el día del
juego. Las culpas las cargan los que menos se cuidan. En la X Serie , en mi casa de
Minas de Matahambre, Tomás Valido, Owen Blandino, Jesús Oviedo, Rolando Macías
y otros que no recuerdo, apuraron una botella de aguardiente. Faltaba poco para
el juego, pero como si nada. Valido conectó un jonrón. Después, en el cabaret, la cosa fue en grande, aunque
perdimos tres por una.
Años después, uno de ellos nos lanzó un
partido de nueve ceros en el estadio Augusto César Sandino, de
Santa Clara, con un cuarto de botella dentro. Pasábamos Felipe Álvarez y yo
para el comedor, el pitcher llamó a mi amigo. Fui con él,
entramos al cuarto y sacó la botella de abajo de la almohada. ¡Estaba fajado
solo con ella! Casi obligó a mi compañero a probarla, conmigo pasó menos
trabajo. ¿Es correcto? Por favor, no exagerar, no siempre se hace lo correcto,
para eso existen las dispensas. Braudilio Vinent me ha confesado que se daba
sus tragos para entrar en calor. En más de una ocasión escuché al desaparecido
Manuel Alarcón, El Cobrero, referirse a los «picotazos», como le
dicen los orientales a tragar ron. En Grandes Ligas sucede otro tanto. Fueron
famosas las juergas de Mickey Mantle, El Niño Mimado de New York.
Dicen que hasta Babe Ruth necesitó
dosis de alcohol en las venas. No me lo crean, son comentarios, no los conocí
personalmente. Por lo general se unen la bebida y la mentira, vicios del 99% de
los peloteros:
- Le prometo que solo me di un trago. No
quería, casi me obligaron, ¿qué puede hacerme un trago para
pitchear?
A veces convencen, hasta que brota el típico
sudor de alcoholes. Si el sol está en su punto, peor. Tratan por todos los
medios que el director no vaya al box, para que no los huelan. ¿Y
qué me dicen de los que tienen cuartos reservados? Sus amigos se los prestan
bien acondicionados, donde no falta el trago. Se unen la bebida y el sexo.
Además, la mayoría son fumadores, ahí tenemos viciosos de verdad, que olvidan
lo que viene después. "Fumar es un placer, genial, sensual", dice una
añeja canción que cantó Libertad Lamarque, La Novia de América,
pero también es dañino para la salud, especialmente de los deportistas. Muchos
fuman y la mayoría incorpora un rito que los acompaña durante toda la vida:
"picar" cigarros. Hace algunos años, en un aeropuerto italiano, el
destacado entrenador Lázaro Lacho Rivero, ya desaparecido, pidió
"un cigarrito ahí compadre", al no menos avezado en esos trajines,
Juan Charles Díaz. Es tanto vicio fumar como pedir.
No hubo día en que el finado amigo Raúl Martínez, destacado
lanzador, llegara a la casa sin "picarle" cigarros a mi
esposa. No son problemas económicos, es una costumbre beisbolera cubana y vaya
usted a saber de cuántos países más.
Otra cosa es el sexo. Si la bebida afecta los
reflejos, hacer el amor sin condiciones afloja el organismo. Hay teorías que
sustentan lo contrario, quizás dependa de la postura, donde se resientan menos
las piernas, no es lo mismo en la cama que en posición vertical. ¿Quién le pone
el cascabel al gato? Algunos extremistas piden lo imposible: no tomar, ni tener
mujeres, no fumar, ni trasnochar, la total aniquilación. Tamaña empresa solo la
logran los que hacen de la fuerza de voluntad un culto. Los buenos jugadores,
aunque feos, consiguen mujeres bonitas. ¿Por qué será? Otros don nadie bonitos,
no se anotan una. ¡Tamaña injusticia la del béisbol! Debía ser al revés. ¿Por
qué todo para los famosos? Si usted es bueno no necesita tanta suerte con las
féminas, los malos y feos la necesitamos más. En la XI Serie Nacional conocí
estrellas que no salían del cuarto para nada, como el lanzador Julio Romero, y
peloteros mediocres que disfrutamos todo el tiempo. A fin de cuentas no
jugábamos, por eso nos corríamos más.
Ningún manager impidió que
Orlando González Hernández (un famoso pelotero de mi pueblo), conocido por Landy
Coro, dejara las mujeres a un lado. Amó a la pelota, pero a ellas las adoró
y la adoración se impone. Jugó como profesional en ligas independientes
norteamericanas. También entrenó alguna vez con los Cuban Sugar Kings, aquel nombre
transculturalizado de nuestro team profesional. Contaba Mongo,
su padre, que en una ocasión habló con el manager norteamericano,
indagó por Landy y aquel le respondió con una mezcla de
español y dejos de inglés: “Míster González ser buen pelotero, pero no podrá
ser pelotero, gusta mucho de mujeres y bebidas…”
Era cierto, no por gusto tuvo que salir
huyendo de Estados Unidos, perseguido por el alcalde de Tampa cuando estuvo con
su hija, a la que conoció en el estadio de aquella ciudad. Mi vecino Landy,
a quien quise mucho, combatiente de Angola y hermano del comandante Ramón
González Coro, falleció a fines de 2007 en extrañas circunstancias, en la
ciudad de Miami.
Sí señor, los hay bebedores y mujeriegos. A
otros hay que ponerles la bebida en la boca y empujarlos para que sostengan una
relación amorosa en plena temporada. ¿Lo hacen por voluntad? ¡No y mil veces
no! Por miedo y disciplina. A quien lleva en la sangre la pelota, nadie lo
aparta, ni el amor más profundo. No se equivoquen, si alguno se excusó en las
faldas para no ir al juego, es porque no amó la bola de verdad. No olvido a la
que se quiso interponer entre nosotros. Una buena hembra, aunque los años deben
haberla mellado. Estuve cediendo hasta un día:
--Si te vas esta noche para el estadio,
olvídate de mí. --Carácter imperativo que guardo fresco en la memoria. Estaba
como para comérsela, y yo bien hambriento, pero se metió donde no debía; no la
engañé: -Me voy para la pelota, que pitchea Julio
Romero.
Claro, no es para exagerar, Julio no tenía
los encantos de ella, pero tiraba duro y necesitábamos ganar. En otros casos me
hubiera enfermado o envuelto en otra situación. Ella ofendió mi dignidad al
quererse anteponer a la pelota. No vacilé y me fui a ver la derrota
contra Industriales. Perdí el
juego y la perdí a ella. ¡Vaya manera de ser perdedor! Y todo en una noche.
Días después, en Ciego de Ávila, una trigueña
como las nubes cargadas, estuvo al borde de caer en mis redes, pero me exigió
ir a su casa por la noche, cuando teníamos juego en el entonces semi
construido José Ramón Cepero; no me perdió ni pie ni pisada. Mi
deber estaba en el estadio, mis deseos con ella. Difícil prueba pidió aquella
que hoy debe ser abuela como yo. Pudo más el deber, me fui al juego y de allí
regresamos a Pinar del Río. Viendo volar un batazo de don Miguel Cuevas, dudé
la decisión, pero no tenía remedio. Hermosísima ilusión al vuelo en nido de
corazón beisbolero. Balance final: no bebí, no fumé, no mentí, ni tuve sexo.
Fui de los buenos, disciplinado, pero tampoco jugué. Vi los toros –como casi siempre-
desde la barrera.
A veces se encuentran dos novias en las
gradas que gritan:
-- Batea mi amor, dale duro.
Lo hacen a viva voz, para que las vean y oigan.
El bateador quiere que la tierra se lo trague, no se concentra pensando en un
escándalo mayúsculo y el pitcher "lo tira pa' la
tonga" en cuestión de segundos. Entonces no encuentra una explicación
al manager:
- Está encendido, no hay quien le dé a esa
bola a más de cien millas.
¡Mentira! Es un curveador a menos de ochenta.
El caso es que usted no tuvo oídos ni vista más que para las dos amantes que
quisiera a mil kilómetros de distancia en ese momento. La mayoría ha pasado por
eso. Los hay serios, entregados en cuerpo y alma a la bola. Otros esperan el
final del juego para irse con ellas y dedicarles las energías que ahorró en el
partido. Si se entrega mucho pierde fuerzas y no es fácil entrarle así a una
mulatona riquísima. Ante el dilema de tomarlas o dejarlas, las toma ¡Qué
carajo! Para eso se crearon los cuentos, los inventos, las fábulas y todas esas
cosas que salvan honras o hunden futuros.
Por
eso hay que ver la mentira en la pelota como algo natural, que escapa a la
personalidad del interesado. Quizás prefiera darlo todo en el terreno y nada en
la cama, o viceversa. En plena juventud la recuperación es rápida, se puede
resarcir el desgaste en un par de horas.
Una noche de la XI Serie , vimos a uno de
los mejores lanzadores de Cuba enredado con varias mujeres en el bullpen del
estadio Capitán San Luis, le hacían cola. Fue bonito, famoso y
mujeriego, no necesitaba enamorarlas. Aquel muchachón del equipo visitador, que
esa noche no pensaba lanzar, despachó más de tres, una detrás de otra, ante
nuestros asombrados y envidiosos ojos. Nada dijimos para no perjudicarlo. Se
mezcló la envidia con la desidia, lo veíamos mal en pleno juego, pero nos
hubiera gustado enredarnos así. Me reservo el nombre para evitar problemas, en
un alarde de franca solidaridad beisbolera. Pero puede preguntarle al catcher Jesús
Escudero, o al pitcher Ladislao
Labastida. En su orgía le iba de maravilla, hasta que nos fuimos arriba en
el marcador y lo llamaron a relevar; no lo pensó dos veces, le dijo al
confabulado entrenador que estaba indispuesto, vomitando, con dolores de
cabeza. El manager llamó a otro relevista. Ventajas del bullpen detrás
del center field, quizás por eso ya no existen.
La vida es una conjugación de factores. Lo
dice la "teoría de la relatividad" y le pone el cuño la concatenación
de los fenómenos. Para que algo resulte, otras cosas deben funcionar bien. Para
jugar pelota y no desprestigiarse, hay que cumplir ciertos requisitos:
preparación física, técnica, táctica y mental. Si alguno de estos engranajes
falla, no habrá una buena jornada beisbolera. Hay factores en contra: amor,
trabajo, desinterés; todos subordinados al primero. Se preguntarán cómo algo
tan sagrado puede entorpecer la sana actividad. El pelotero no debe enamorarse
profundamente, pues pierde la concentración, se dedica menos al juego. Pasa el
tiempo con la mente y el cuerpo junto a la amada y desatiende el terreno. Hasta
quiere dejar de jugar, algo impensable antes. El amor retuerce entuertos y
engendra la maravilla, pero si usted va a batear con la novia en la mente y el
beso que lo dejó entumecido, no le dará ni a una calabaza. Tampoco si ella
quedó esperándolo con cara de pocos amigos y él se fue a jugar por el sagrado
deber. Disminuye la lógica y se impone el animal que tenemos dentro.
Cuando se batea, los reflejos deben estar al
ciento por ciento, pero si hay sexo no es así, se puede cometer el error de
pensar en la cara linda que no lo deja conciliar el sueño, o en bustos y
glúteos del más allá. Conozco pitchers y receptores que saben
vida y milagro de cada contrario. Estudian sus pasos dentro y fuera del
terreno, averiguan sus amoríos. No pocos se salen de sus casillas por
provocaciones relacionadas con las dueñas de sus corazones. Sin quererlo se
desentienden de la pelota, en una opción esencial de faldas. Los encontronazos
amorosos, que los hay, sacan de juego al mejor y más fuerte pelotero, que no
quiere salir del problema ni viajar para dejar su manjar como bocadillo para
gargantas que se tornan peligrosas.
La pasión del amor entumece maravillosamente
los sentidos. No podría afirmar las veces que me enamoré, pero por los inicios
de la década del setenta del siglo XX, apareció la enredadera que me tejió
alguien tocada con la varita mágica de la divinidad. Con los deseos más grandes
del mundo aparté mi carrera de pelotero para hacer vida de hombre serio,
fundador de familia. Es admirable como muchos logran llevar ambas cosas, mas
aparecen las justificaciones. Que si tengo dolores en la espalda, viajes de
última hora, enfermos sanos; lo último es decir:
--¡Estoy enamorado coño! Así no puedo jugar,
me van a matar de un pelotazo.
Que buen articulo, muchas gracias.
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