“Yankee Clipper”
Por Jesús Alberto Rubio.
Este 25 de noviembre se
cumplió un aniversario más del nacimiento del gran Joe DiMaggio, quien llegó a
este mundo en 1914.
El legendario Yankee
Clipper.
Por qué no rescatar su
memoria.
Sí, su vida-trayectoria,
a partir de 1936 cuando hace su aparición en el beisbol de las Ligas Mayores:
Exacto.
La historia comienza así:
En medio de fanfarrias y
grandes expectativas en la primavera de 1936 fue todo un suceso el arribo de
Joe DiMaggio a los Yankees de Nueva York procedente de las Focas de San Francisco de la Liga
de la Costa del Pacífico.
Cifraba 21 años y traía
una elocuente tarjeta de presentación: 61 juegos consecutivos pegando de hit,
un récord vigente en ese circuito y que logró a sus 18 años de edad enfundado
en la casaca de las Focas.
Además, había capturado
el título de producidas con 169 carreras, lo que le dio el mejor contrato de la
época para un novato con los Yankees por 25,000 dólares.
Su presentación el 3 de mayo
en el line up no podía ser mejor: triple y dos sencillos en la victoria de 15-4
de N.Y. sobre los Cafés de San Luis.
En su espalda lucía el número 9, el cual
pronto cambiaría por el famoso 5 de toda su vida.
Previo, cuando apareció en los
entrenamientos de primavera, recibió del inmenso Babe Ruth, quien un año antes
se había retirado para irse a jugar su última temporada a los Bravos de Boston,
un supremo cumplido:
En su visita al clubhouse
yankee, el Babe le saludó de mano y le llamó “Hey Joe”, algo que a todos sorprendió
porque solía decirles “Doc” a los veteranos y “Kid” a los novatos.
Ruth, tenía
la característica de ser desmemoriado y difícilmente llamaba a alguien por su
nombre.
Su aparición, coincidió
con el ocaso de la carrera de Lou Gehrig ya que el 2 de mayo de 1939, puso fin
a su racha de 2,130 partidos jugados consecutivamente con los NYY.
Ese día no salió al campo
contra los Tigres de Detroit en el Briggs Stadium. Y nunca más volvió a jugar.
Babe Dahlgren tomó su sitio en la primera base y Nueva York venció 22-2 a los
bengaleces.
Gehrig dejaba el beisbol
a causa de causa de una esclerosis lateral amiotrófica que le llevó a la tumba
el 2 de junio de 1941. A ese mal aún se le conoce como “La enfermedad Gehrig”.
Quedaba atrás grandes
jornadas triunfales en los años 20 y 30 con los Bombarderos de N.Y... al lado
del adorado Bambino.
Pero DiMaggio ya estaba
liso para continuar con la dinastía y orgullo Yankee.
Y el gran novato, de
ascendencia italiana, respondió a las expectativas al conectar .323, pegar 29
jonrones y producir 125 carreras, siendo el líder en triples con 15 y en
asistencias en el jardín central, con 22.
Además, impuso nueva
marca en el circuito para un novato, con 132 anotadas en la campaña y de haber
ya existido la nominación “Novato del Año”, Joe lo hubiese ganado... de calle.
Por supuesto que los
Yankees con su gran ayuda obtendrían el banderín con 19.5 juegos de ventaja
sobre Detroit.
El banderín lo aseguraron
el 9 de septiembre, la fecha más temprana en la historia de una campaña en la
Liga Americana y terminaron ganando 102 juegos para nueva marca de la época.
Y, en la Serie Mundial, vencerían en seis
juegos a los Gigantes de Nueva York en la que contribuyó con 9 hits (pegó 3
dobles; la cifra más alta del clásico) y promedió .346.
Fue aquel inolvidable
clásico en que peloteros y fanaticada volvieron a subirse al Metro (subway) tal
y como había sucedido en 1923 en que para ir a jugar al Polo Grounds y al
Yankee Stadium se trasladaban en ese romántico y tradicional medio de
transporte.
Los Yankees volvían al
primer plano.
En 1932 habían obtenido
el clásico de Octubre (4-0) sobre Chicago Cubs, en aquella serie otoñal en la
que el gran Babe Ruth, en el Wrigley Fields, le pegó un “jonrón anunciado” a
Charlie Root que se convirtió en leyenda.
En aquel histórico
partido, Ruth pegó jonrón en el primer inning después de que los jugadores de
Chicago lo habían abucheado sin piedad. Luego en la quinta, de nuevo le
molestaron con rudeza, pero el Babe hizo de las suyas: dejó pasar dos strikes y
en cada uno indicó con los dedos de la mano derecha la cuenta que llevaba.
Entonces el gran Bambino
apuntó hacia las gradas del right-centro y al siguiente lanzamiento de Root, lo
puso de jonrón sobre aquel lugar para sorpresa de toda la fanaticada que no
daba crédito a lo que acaba de presenciar. Sería su último jonrón (15) en
Series Mundiales.
Su mejor equipo
Joe DiMaggio siempre dijo
que su mejor equipo fue precisamente el de 1936. Bueno, ahí estaban seis
futuros Salón de la Fama: Lou Gehrig, el segunda Tony Lazzeri, el catcher Billy
Dickey, los pitchers Red Ruffin, Lefty Gómez... y él mismo.
Gehrig, por ejemplo, ese
año fue el Jugador Más Valioso al pegar .354 y liderear a la liga en jonrones
(49), impulsadas (152), bases (130) y slugging (.696); Franckie Crosetti logró
anotar 130 carreras y Dickey bateó .362 y 22 vuelacercas.
Pero lo más grandioso de
la temporada fue que implantaron un récord que figura como indeleble en los
registros de la historia de Grandes Ligas: 600 carreras impulsadas entre 5
peloteros: Las 152 de Gehrig, 125 de DiMaggio, Tony Lazery (109), George
Selkirk (107) y Dickey, 107.
Joe conservó lo que fue
su primer anillo de oro de aquella Serie Mundial.
Pero, resulta que los
otros ocho anillos también de banderines en clásicos otoñales, le fueron
robados en los años 60 en su cuarto de hotel de Nueva York. Empero, el
propietario de los Yankees, George Steinbrenner, mandó a hacer réplicas de cada
uno y en 1979 se los obsequió como prueba de eterna amistad.
Pero, retrocedamos en el
tiempo:
La familia DiMaggio
Guiseppe Paolo DeMaggio
(Joseph DiMaggio), nació el 25 de noviembre de 1914 en Martínez, California y a
la edad de seis años su familia se trasladó al sector norte de la playa de San
Francisco, una estable comunidad de pescadores comerciantes habitado por una
gran cantidad de emigrantes italianos con fuertes lazos con la familia, la
iglesia católica y tradiciones de su nativa Sicilia.
Fue uno de esos hijos de
inmigrantes italianos que llegaron a Estados Unidos, procedentes de Sicilia. Su
padre Guiseppe y su madre, Rosalie, tuvieron cuatro mujeres y cinco varones. Se
les quedó el DiMaggio, sobre todo en el ámbito del beisbol, porque en EU así
suena el apellido DeMaggio.
De sus hermanos, Dominic
y Vice, llegaron a Ligas Mayores, no así Tom y Mike que se quedaron ayudando en
la pesca y reparando redes con su señor padre... y qué clase y calidad de
cangrejos del Pacífico se capturaban en esa época.
Dominic jugó diez
temporadas con Boston y Vince otros tantos, aunque con cinco equipos
diferentes.
Años más tarde, el
glorioso mánager Casey Stengel diría de los tres: “Joe, el mejor bateador;
Dominic, el mejor fildeador y Vince... el mejor cantante”.
De jovencito a Joe le
gustaba ir a jugar beisbol en lo que fue conocido como El Club Local de Chicos,
un avispero de peloteros en ciernes y donde comenzó a probar suerte. Era su
sitio favorito. Tanto que decidió abandonar la high school para irse a trabajar
a una cañería y meterse a la pelota semiprofesional, como campo corto.
Estaba decidido a ir tras
las huellas de los peloteros irlandeses y alemanes que habían llegado a Ligas
Mayores, por lo que a sus 17 años, en 1932, firmó con Las Focas, Triple A de la
Liga del Pacífico, sólo que el short era Augie Galan, considerado de los
mejores, por lo que muy seguido estaba en la banca, alcanzando a ver acción en
tres partidos para batear en esa campaña un pobre .222.
Sin embargo, a la
siguiente temporada el mánager lo envió al jardín derecho y ahí jugó como si
hubiera sido todo un veterano.
Más tarde, pasó al jardín
central, donde comenzó a demostrar su enorme capacidad y grandeza: impuso la
marca de 61 juegos pegando de hit; pegó .340 de bateo, dio 28 jonrones y con
169 producidas le dieron los títulos en cada uno de esos departamentos.
Ya era un héroe local.
Se había convertido en un
éxito de la noche a la mañana. Y todavía venía lo mejor. Era, sin duda, el
máximo representante de los peloteros de ascendencia italiana que llegaron a
EU. Tenía mejor nivel; más que Crosetti, más que Lazzeri, más que todos.
En 1934 conectó para .341
pero una lesión en su rodilla al bajar de un taxi, puso en peligro su carrera
en el beisbol:
Medias Rojas, Piratas y
Yankees querían su contrato y fueron éstos últimos quienes ganaron la partida,
porque buscaban de forma urgente el talento que reemplazara a Babe Ruth,
entregándoles cinco jugadores de Liga Menor y pagando 25 mil y no los 70 mil
dólares que pedían, las Focas.
Su contrato fue uno de
los más grandes negocios de la época.
En la transacción, el 19
de diciembre de ese año del 34, los Yankees también mandaron a Las Focas al
infielder De Farrell, a los lanzadores Floyd Newkirk y Jim Densmore; al primera
base Les Powers y al jardinero Ted Norbert.
Lo asignaron en la
campaña del 35 al mismo equipo californiano y ahí de nuevo volvió a demostrar
que era calidad pura al acumular .398 de bateo, pegar 34 cuadrangulares y
empujar 154 carreras.
Tal actuación, aumentó
entre la fanaticada del Bronx por verlo jugar en el Yankee Stadium.
Y en realidad, estaban a
punto de ser testigos del nacimiento en Ligas Mayores de uno de los más grandes
impulsores de la dinastía y orgullo Yankee, como ya lo habían hecho Ruth y
Gehrig.
Causó gran expectación
De ahí, la expectación
cuando arribó en 1936 con los Bombarderos y, debido al enorme apoyo de sus
compañeros de equipo, no sintió la presión de comenzar a jugar y vivir en la
gran Urbe de Hierro.
Su debut lo hizo como
jardinero izquierdo, pero fue cambiado al derecho por su fuerte brazo. Empero,
la historia nos cuenta, de manera trágica, cómo fue enviado al jardín central:
En julio 28, DiMaggio y
el central Myril Hoag se lanzaron por una línea de Goose Goslin, de Detroit,
pero chocaron de frente con sus cabezas. Hoag fue retirado del campo colapsado
por un coágulo sanguíneo en su cerebro y no fue hasta ocho meses después cuando
retornó al juego.
DiMaggio fue movido en
agosto 1ro. al jardín central y ahí se mantuvo por el resto de su grandiosa
carrera.
En su segundo año, 1937,
le fue mejor:
Fue líder jonronero con
46, la cifra más alta en su carrera y aún récord para un bateador derecho del
club; en anotadas con 151, total de bases (418) y en slugging con .673; produjo
151, dio 35 dobles, 15 triples y promedió .346. ¡Nada!
También quedó en segundo
lugar en las votaciones para el Jugador Más Valioso, título que obtuvo Charlie
Gehringer, de Detroit, campeón bat (.371).
Por supuesto que NY fue
campeón del circuito, 13 juegos arriba de Detroit y, con enorme poderío,
repitieron banderín mundial al vencer a Gigantes de Bill Terry en 5, ayudando
con .273 y su primer jonrón en series otoñales.
“El Valle de la Muerte”
Ese 1937 dijo que de
jugar en un parque más cómodo para batear y barda más cercana por el jardín
derecho, lucharía por pegar ¡70 jonrones!, cantidad que, al paso del tiempo
(1998), Mark McGwire lograría para el nuevo récord.
Y es que al jardín izquierdo del Yankee
Stadium se le conocía como “El Valle de la Muerte”, por el cual pegó cientos de
batazos de 400 pies... que fueron outs.
Por ello, su más grande
frustración fue en el sexto juego del clásico mundial del 47 cuando conectó un
obús de 415 pies que iba de jonrón por el izquierdo-centro y fue dramáticamente
atrapado por Al Gionfriddo:
Joe, no podía creerlo y,
cuando estaba a la altura de la segunda base, pateó el terreno de coraje y
luego ya en su posición en el jardín, daba vueltas a su alrededor, sin poder
aceptar lo que había sucedido. De todas formas, Nueva York ganaría en
dramáticos siete juegos el clásico a Dodgers de Brooklyn.
Una nueva era
El nuevo ídolo del
beisbol se dio tiempo, ya con dos tronos mundiales, para actuar en la película
“El Carrusel de Manhattan”, donde tuvo su primera y última aparición pública
como cantante, en un pequeño papel del filme en blanco y negro donde se le ve gallardo,
elegante, vestido de traje.
Dentro y fuera del
terreno de juego comenzaba a ser gran figura nacional, de grata notoriedad.
En 1938, entró en
negociaciones y disputa salarial con NY que le ofrecía 25 mil dólares por
temporada, lo cual rechazó y se fue a entrenar a otro campo fuera del Yankee
Stadium, de tal forma que no alineó en el partido inaugural en Boston.
Incluso se fue al muelle
de pescadores, en la bahía de San Francisco, donde junto con su familia habían
inaugurado un restaurant, con comidas típicas italianas, como uno de los
mejores atractivos del área.
Finalmente, capituló ante
Jacob Ruppert, propietario de los Mulos, sin mostrar algún rencor y luego
entendió el por qué recibió abucheos de la fanaticada cuando volvió al terreno
de juego: Todavía no terminaba la
recesión económica y había más de ocho millones de desempleados por toda la
Unión Americana.
Con todo y ello, demostró
que que estaba compaginando la era DiMaggio: Inspiró a los Mulos para que
lograran su tercer banderín del circuito en forma consecutiva al pegar .324,
impulsar 140 y conectar 32 vuelacercas.
Luego, con cuatro
carreras anotadas, un jonrón y .267 de bateo, ayudó a los Yankees a obtener su
tercera corona mundial consecutiva al limpiar en cuatro juegos a los Cachorros.
Aquel 1938 fue el año en
que el gigantón Hank Greenberg, de Detroit, puso a temblar la marca de 60
cuadrangulares de Ruth (impuesta el 27), al conectar 58 de cuatro esquinas.
Fue también la campaña
del enorme Bob Feller, quien con Indios impuso marcas en ponches (18) en un
juego y de 240 en rol regular.
Cuarto banderín mundial
En 1939, cuando impactan
los filmes “Lo que el Viento se Llevó”, “El Mago de Oz” y empezaba la II Guerra
Mundial, DiMaggio, los Yankees obtuvieron su cuarta corona seguida.
Joe, logró el título de
bateo con .381, el más alto de su carrera, y el primero de los tres trofeos de
Jugador Más Valioso que obtuvo en su carrera y de nuevo los Mulos aparecieron
en el Clásico de Octubre, ahora ante Cincinnati a quienes limpiaron en 4 y
donde ayudó con .313 y otro cuadrangular.
Yankees llegaban así a 4
banderines mundiales consecutivos, algo fuera de serie y todos los reflectores
giraban en torno a los Yankees y... DiMaggio.
Fue ese año cuando el
locutor de los Mulos, Arch McDonald, le puso el famoso sobrenombre de “Yankee
Clipper” por su majestuosidad en el fildeo.
Clase y talento
Como jardinero central
era el mejor de todos, con una gracia, clase, estilo y habilidad increíbles.
DiMaggio se caracterizaba
por ser el primero en salir de la caseta y partía volando hacia el jardín;
también era muy inteligente para correr las bases. Tenía estampa y personalidad
y todos los ojos de la fanaticada estaban fijos en él.
Fue toda una inspiración
y la prueba es que Nueva York construyó equipos alrededor de este líder
impresionante.
Así como iba DiMaggio,
así iban los Yankees.
“Era maravilloso
contemplarlo y verlo jugar; reflejaba clase, talento y era el más grande héroe
para los chicos de esa época.
Además, simbolizaba el
orgullo Yankee, como antes lo habían hecho Ruth y Gehrig, imponiendo el nivel
de oro del beisbol”, decían periodistas de esos años, cuando el admirador
número uno del jugador casi perfecto, lo fue ni más ni menos que el presidente
Roosevelt.
Tenía también algo que
llamaba la atención y que se calificaba como una rareza en el beisbol: Su forma
tan amplia de pararse en jom. Y todos querían imitarle.
También 1939 significó el
retiro de Lou Gehrig con sus 2,130 juegos seguidos.
Y algo más sentimental:
En noviembre 19 de ese
año, Joe se casó con la rubia artista de Hollywood, Dorothy Arnold en la
iglesia de San Pedro y San Pablo de San Francisco, mismo lugar donde habían
celebrado su primera comunión.
Y en octubre 23, tuvo su
único hijo, Joe Jr. Pero, a fines de 1943, se divorciaron y el niño quedó bajo
custodio de Dorothy.
En 1940 Yankees se quedó
dos juegos atrás de Detroit y uno bajo del sublíder Indios, para perder la gran
racha histórica. Los Tigres cayeron en la Serie Mundial ante Cincinnati en
siete dramáticos juegos.
De todas formas logró su
segundo título de bateo consecutivo, con .352. Pegó 31 jonrones, impulsó 133,
dobleteó 43 veces y tuvo once triples.
El siguiente verano,
cuando el espectro de guerra ensombrecía a Europa, el beisbol en EU significaba
un bálsamo para el espíritu.
He iba a venir algo para
la historia:
El gran récord
1941 le auguraba a
DiMaggio algo fuera de serie:
A sus 26 años medía seis
pies y dos pulgadas y 200 libras de peso.
En los juegos
primaverales, bateó de hit en los 19 juegos de exhibición y luego 8 en los
primeros de la temporada regular.
Llegó el 15 de mayo:
Los Yanquis jugaban para
.500 (14-14) bajo la dirección de John McCarthy y en los dos juegos anteriores
se había ido de 0-3 contra Bob Feller y de 0-4 ante Mel Harder. Ahora iban
contra Chicago.
McCarthy estaba molesto
con el equipo luego de recordar que un año antes Detroit les había cortado la
racha de cuatro títulos de liga y de Serie Mundial seguidos, de tal forma que
los ánimos newyorkinos estaban caídos.
Esa tarde, ante la
amenaza de lluvia, el parque concentró a poco menos de 10 mil aficionados en
las tribunas y fue ahí, ante el zurdo Edgar Smith, “bravo como un bulldog”,
diría Rizzuto, ante quien DiMaggio iniciaría su formidable racha de... 56
juegos consecutivos pegando de hit. Algo formidable, para la historia.
Medias Blancas ganó 13-1
y Joe impulsó con hit la única carrera de NY.
Al siguiente partido,
pegó triple y jonrón de 450 pies....ganó Yankees y ya llevaba dos juegos
pegando de imparable.
El récord para Yankees
era de 29 juegos y lo tenían Roger Peckinpaugh, en 1919, y Earl Combs, desde
1931.
El 17 de junio, ante
Medias Blancas, los rebasó, aunque con una angustia de a buenas por lo que vale
la pena contarlo en detalle:
En la séptima no había
podido conectar de hit y dio entonces un rodado por el short que parecía fácil,
pero de último momento dio un mal bote y le pegó al torpedero Luke Appling,
quien recuperó la pelota y tiró a primera pero ya fue tarde.
Sus compañeros esperaban
ansiosamente lo que se iba a marcar.
En aquel entonces la
pizarra del Yankee Stadium no marcaba hit o error por lo que todos tenían que
esperar la señal desde el palco de anotación, en donde el periodista Dan Daniel
diría su última palabra. Después de una espera que lució interminable, Daniel
levantó la mano para indicar que era imparable.
Nunca olvidó ese hit ya
que fue el único dudoso en toda su racha. Todavía en la octava, Taft Wright le
engarzó un tablazo que parecía jonrón para un gran out.
Siempre luchó contra el
pitcheo de Chicago, irónicamente, donde inició su gran récord. Ahí dos veces
estuvo a punto de perder la racha por dos rolas de mal bote; primero contra
Appling y luego frente al tercera Bob Kennedy. Ante el derecho de los Sox,
Johnny Rigney, se fue de 1-3, 1-5, 1-4 y 1-3.
Por poco y....
DiMaggio, siete veces
llegó a su última oportunidad al bat sin conectar de hit, pero lo más dramático
ocurrió en el partido 37 frente a los Cafés de SL en junio 26:
El lanzador de submarinas
Eldon Auker lo había dominado en tres ocasiones y al cerrar la octava Joe era
el cuarto bateador del inning, ganando Yankees por dos carreras.
Con un out, Red Rolfe
recibió base y el siguiente bat, Tommy Henrich, temiendo batear para doble play
volteó a ver al mánager Joe McCarthy y le preguntó si podía sacrificarse.
“Adelante, hazlo”, le dijo y así ocurrió, lo que le dio oportunidad al Clipper
de venir al bat y.... pegar doblete al primer envío. ¡Uff!
La presión era muy
fuerte, tanto que hasta el torpedero Phil Rizzuto se pegaba un chicle debajo de
su gorra para la buena suerte. Sus compañeros sufrían cuando pasaban los
innings y no podía conseguir imparable.
Todo mundo estaba
pendiente de su racha.
Los periódicos y la radio
le seguían partido tras partido. El público, le acosaba en todo lugar para pedirle
un autógrafo.
Joe mejor optaba la
mayoría de las veces por quedarse escondido en su departamento y, en las giras,
en su cuarto de hotel.
Una vez su compañero
Johnny Murphy lo encontró en la última fila del cine Broadway. Evitaba que el
público lo viera.
Ir a un restaurante,
significaba que sus admiradores le iban a maltratar su ropa. Por eso en las
giras comía en su cuarto. Algunas veces, al abrir la puerta, tenía enfrente
hasta 50 muchachos en espera del autógrafo.
El lugar más seguro para
él, sin duda, era el parque de pelota en donde los fanáticos no podían llegar,
ni al vestidor ni al terreno. DiMaggio solía vestirse despacio antes de los
juegos y todavía más lento al terminar el partido. Incluso, llegaba a beberse
hasta 23 tasas de café en cada jornada.
Según Phil Rizzuto,
DiMaggio tenía una forma especial para descansar durante el juego: Cuando no le
tocaba batear, se sentaba tranquilamente cruzando las piernas y con lo ojos
semicerrados y siempre escogía el mismo lugar, cerca del pasillo de donde se
salía ocasionalmente para darle unas chupadas a un pitillo.
En esos días, de haber
estado ya la televisión, las cámaras hubiesen captado en el dogout a un
DiMaggio nervioso, tomando café y fumando cigarros entre los innings.
De hecho, algunos de sus
compañeros se atreven a decir que Joe no hizo muchos amigos cercanos en el
equipo y que con frecuencia sufría de insomnio y de úlcera.
En realidad, la presión
durante la racha, le afectaba más al ir al fildear “pero era imposible quitarme
de la cabeza lo que estaba sucediendo”.
Por fuera del parque,
procuraba no hablar del asunto. Solía guardarse todo por dentro. Incluso, nunca
fue expulsado de un partido.
Una vez, dudó de un
strike que le cantaron y por ello miró hacia atrás, pero el umpire le dijo: “Te
juro, Joe, que fue un strike”.
En los viajes largos por
tren, la mayoría de los yanquis se juntaban para platicar, pero casi siempre
estaba solo, sobre todo si la conversación no era de beisbol.
DiMaggio era por demás
especial. Incluso, por su forma de ser, nunca le daba por hacer bromas a sus
compañeros o simplemente payasear dentro y fuera del campo de beisbol.
El 29 de junio, en
Washington, empató y superó en un doble juego la marca moderna de 41 juegos,
impuesta en la Americana por George Sisler en 1922. En el primer partido le
pegó doble al nudillero Emil “Dutch” Leonard en el primer y, en el segundo hit
al relevista Arnold Anderson.
Sisler, diría: “Este
hombre todo lo hace natural. No es cuestión de suerte su racha, simplemente es
un gran bateador”.
Dos días después, volvió
a hacer historia:
Con un jonrón sobre el
derecho Heber “Dick” Newsome, de Medias Rojas, terminaría con una legendaria
marca de 44 juegos consecutivos pegando de hit que prevalecía desde 1897 y que
poseía en la Nacional Wee Willie Keeler, de los Orioles, en aquella época del
beisbol del siglo pasado que tenía otras reglas, como aquella de que un foul no
contaba como strike y que los guantes y los bats eran muy distintos, entre
otras cosas.
Le robaron el bat
Cuando impuso marca de 45
juegos seguidos pegando de hit alguien le llamó por teléfono para decirle que
sabía donde estaba el bat que había extraviado días antes. En tanto había
estado utilizando el de Tommy Henrich. (En esos días cada pelotero tenía un
solo bat).
La voz anónima le
comunicaba que un amigo suyo lo había robado para presumir de que era de su
propiedad, pero que ahora quería devolverlo.
Joe le dijo que no había
problema alguno y cuando llegó al parque el 4 de junio, lo encontró en el
vestidor. Se sintió feliz y se mostró ansioso por probarlo de nuevo.
Al siguiente día, de sol
en Nueva York, frente a Atléticos de Filadelfia, conectaría con ese bat su
jonrón 19 de la campaña.
Otra ocasión, Johnny
Babich le dio boleto intencional en su primer turno y luego quiso repetirlo en
el segundo: “Me alejé unas cuantas pulgadas, y cuando llegó la pelota, se la
conecté entre sus piernas. Nunca me sentí más satisfecho”.
Todo terminó en Cleveland
Con todo y ello, DiMaggio
seguía “caliente con el bat”, acaparando todos los comentarios y titulares a
pesar de que “El Gran Escupidor”, Ted Williams, estaba a punto de convertirse
en el último pelotero en batear arriba de los .400.
La tarde del 16 de julio
en Cleveland unos 15 mil eufóricos aficionados no se imaginaban que iban a
presenciar los últimos tres hits que coleccionó en su enorme racha ya que todo
terminaría al siguiente partido:
Y así fue:
El 17 de julio ante 67,
468 fanáticos, la entrada más grande de la temporada en el estadio Municipal
del Lago Erie, no pudo conectar de imparable frente al abridor, veterano de 33
años, Al Smith (12-13 ese año) y el relevista Jim Bagby Jr. (9-15), quienes fueron
ayudados por dos geniales atrapadas del tercera Ken Keltner, de Cleveland.
Esa noche, con pasto
mojado porque horas antes había llovido, Keltner le jugó profundo y pegado a la
línea izquierda ya que Joe nunca tocaba la pelota:
“Bien, dos veces envió
sus balazos pegados a la raya. Tuve que jugar a guante volteado las dos veces,
componerme y tirar a primera. Lo saqué out por una pestaña, en ambas
ocasiones”, dijo Ken después del histórico partido que lo lanzó a la fama como
héroe... ¿O villano?
Esa noche hubo otro
momento, dramático, que pudo haber cambiado la historia:
En la octava, frente a
Bagby (murió en 1988 de cáncer a los 71 años de edad y no hablaba desde 1982
cuando le extirparon la laringe maligna), pegó una línea al short Lou Boudreau,
pero en el último instante la pelota tuvo un bote extraño y pasó por encima de
su hombro.
Parecía el hit 57,
pero...
Rápido como era, tomó la
esférica que se anidaba en su oreja y a mano limpia la depositó en segunda base
para iniciar una doble matanza... y adiós racha. Todo había acabado: Se había
ido de 3-0, con una base por bolas.
Boudreau, quien más tarde
sería mánager de Cleveland, cuando Beto Avila jugó en Ligas Mayores y en aquel
1954 en que se coronó campeón bat (.341), había hecho una de sus clásicas
jugadas.
Pero fue Keltner el que
salió del estadio bajo escolta policiaca pues había cientos o miles de sus
seguidores en Cleveland. (N.Y. ganó ese partido 4-3).
Lo cierto es que al
siguiente juego después de establecer el gran récord, inició una nueva de 17,
lo que quiere decir que hubiese terminado con ¡73 juegos consecutivos pegando
de hit!
Joe DiMaggio vislumbraba
una nueva era en esta especialidad; había terminado con la legendaria marca de
Wee Willie Keeler y, antes, de George Sisler.
Joe le dio el crédito de
su notable récord a sus compañeros de equipo, pero sí recordó aquella famosa
frase creada por Keeler, “Dales donde no están”.
Cuando sus 56 hits, el
gran Yankee acumuló .408 y sólo abanicó la brisa... 5 veces. De hecho, en la
temporada sólo se ponchó trece veces y recibió 76 bases. Rara vez abanicaba la
brisa.
En cuatro de los 56
juegos, llegó a tener jornadas de 4-4, con 35 extrabases y en 34 veces se fue
solo con un hit.
En ese período, pegó .364
en sus primeros 30 juegos y .457 en los siguientes 26; en total coleccionó 91
hits, pegó 15 jonrones, 6 dobles, 4 triples, empujó 55 carreras y recibió 21
bases.
Todo, frente a 47
lanzadores diferentes, en tanto que NY tuvo 41-13 para porcentaje de .750. (dos
juegos terminaron empatados).
DiMaggio finalizó la
campaña con .357, tercero de la liga y segundo porcentaje más alto en su
carrera; encabezó a la Liga en producidas con 125, fue sublíder en dobles con
43 y cuarto en jonrones con 30. Logró también once triples.
Ese gran truco le hizo
ganar su segundo título de Jugador Mas Valioso con todo y que en el mismo
período de la racha, Ted Williams logró .412 de bateo y terminaría con
porcentaje de .406, la última cifra ofensiva más alta en Ligas Mayores).
También superó a Bob Feller, que había ganado 25 juegos para Cleveland.
Yankees, claro está, bajo
la estrategia del genial mánager John McCarthy, fue el campeón del 41:
terminaron 17 juegos sobre Boston y en cinco acabaron con Dodgers, quienes
volvieron al clásico desde la última vez, en 1920.
Fue la serie que daba
inicio a la acérrima rivalidad entre Yankees y Dodgers de Brooklyn y en la que
el catcher Mickey Owen cometió un fatídico pasbol que permitió a los Mulos
levantarse en el cuarto choque de una desventaja de 4-3 para ganar 7-4 y
ponerse en el clásico arriba en el clásico 3-1.
Cabe recordar que Pete
Rose, en 1978, con Rojos de Cincinnati fue el último pelotero que más se acercó
a la gran marca, al conectar de hit en 44 juegos seguidos.
El gran Clipper no se
sorprendió por el esfuerzo que puso Rose en alcanzar su récord, pero afirmó que
luego le molestó su actitud cuando su cadena de hits llegó a su fin:
“Pensaba que Pete podría
hacerlo. Tenía muchas cosas a su favor, como ser un excelente pelotero, gran
poder y capaz de batear en cualquier cancha. Pero no me gustó el hecho de que
cuando fue detenido en su intento, acusó al lanzador por no haberle lanzado una
bola rápida al centro”.
Joe DiMaggio siempre dijo
que todos sus hits fueron legítimos y que de ninguna manera recibió tratamiento
especial de los anotadores oficiales durante su época.
Y en cuanto al futuro de
su récord, siempre ofreció la misma respuesta que dio el 17 de julio de 1941:
“Alguien lo romperá. Bueno, al menos he estado diciendo esto desde hace muchos
años...”.
Cabe precisar que el
récord profesional pegando más hits en juegos consecutivos aún lo tiene Joe
Wilhoit, quien alcanzó la cifra de 69 con el Wichita Western League en 1919.
Inspiró a Hemingway
Joe DiMaggio, sin duda,
también fue motivo de inspiración para la orquesta de Les Brown que puso de
moda en 1941 la melodía “Joltin Jo DiMaggio” y luego a Simon and Garfunkel en
1968, con “Señora Robinson” que hacían alusión a él; luego, sorprendió al mundo
y a la sociedad estadounidense cuando se casó con Marylin Monroe.
También el notable
escritor Ernest Hemingway lo utilizó como símbolo en su obra literaria “El
Viejo y el Mar”: “Ten fé en los Yanquis”; ten fe en los Yanquis, hijo mío.
Ellos tienen al gran DiMaggio”, dijo en su obra legendaria.
Ya era el “Joltin Joe” de
Estados Unidos y mire usted:
DiMaggio fue hizo
comerciales para televisión como Mr Coffee (Sr. Café) y el de Corn Flakes
Wheaties, muy popular en los 40´s, además de convertirse en parte del
vocabulario de la familia estadounidense.
También Bill Robinson, el
famoso bailarín de aquellos años, era gran fanático de los Yanquis y solía
bailar pasos de tap entre las entradas sobre la caseta del equipo para darle
buena suerte.
En Ontario, unos miembros
de la comunidad italiana formaron un nuevo club llamado Davedi en honor a
Dante, Verdi y DiMaggio.
El director de Deportes
del principal periódico de San Luis le sugirió al mánager McCarthy que DiMaggio
cambiara el número 5 que usaba por el de 56 para recordarse a todo mundo su
hazaña, pero no estuvo de acuerdo.
También ese año fue
elegido uno de los 10 hombres más interesantes de EU.
Bueno, qué decir de que
fue el primer pelotero de Ligas Mayores en alcanzar al terminar la campaña del
48 el contrato anual más alto de la historia: 100 mil dólares.
Una corona otoñal más....
En 1942, tras el
bombardeo japonés en diciembre del 41 sobre Pearl Harbor, Estados Unidos
decidió participar en la II Guerra Mundial.
DiMaggio tuvo en ese año
la única temporada en que jugó todos los partidos del rol regular y colaboró
con .305 de bateo, 21 jonrones y 114 producidas. Esa temporada con 43, 750
dólares tuvo uno de los dos salarios más altos de Ligas Mayores ya que Ted
Williams ganó 40 mil con Medias Rojas.
Nueva York perdió a
Johnny Sturm y al jardinero Tommy Henrich porque se enlistaron en el Ejército;
aún así ganaron el banderín (sexto en siete años) con 103 victorias y ventaja
de 9 juegos sobre Boston y se fueron a la Serie Mundial, ahora ante Cardenales,
que sorprendieron en 5 juegos apoyados en Enos Slauhter, el novato Stan Musial,
Terry Moore, Walter y Morton Cooper y Johnny Beazley.
Los Yankees empezaron
ganando con Red Ruffin superando a Morton Cooper, pero luego los Cardenales
apantallaron con cuatro victorias en línea.
Joe bateó .333, su
segundo promedio más alto en Clásicos de Otoño, sólo superado por el excelente
.346 que tuvo en 1936.
Entre 1943 y 1945, estuvo
en el Servicio Militar, con un sueldo de 21 dólares mensuales y jugó beisbol
para beneficio de los soldados. Nunca fue al frente de guerra, como sucedió,
por ejemplo, con Ted Williams, quien participó en varios combates aéreos.
A Joe lo substituyó en el
jardín central Johnny Lindell, quien en esa campaña sólo conectó 4
cuadrangulares, empujó 51 y bateó alrededor de .245. De todas formas N.Y.
volvió a ganar el campeonato y en el Clásico de Octubre se enfrentó de nuevo a
Cardenales venciéndolos en cinco partidos.
Su retorno del Ejército
En 1946, junto con Phil
Rizzuto, Charlie Keller, Joe Gordon y Henrich, DiMaggio regresó a los Yankees
ya como un veterano de 31 años de edad; tuvo problemas para ponerse en forma y
una lesión en su talón izquierdo le hizo perder muchos juegos, sin que nunca
cesara el dolor.
Además, N.Y., no estaba
en su mejor nivel, lo que aprovechó Boston para llevarse el banderín.
DiMaggio escuchó abucheos
en su propio parque y es que la fanaticada esperaba milagros de él. Sin
embargo, aceptó las críticas como un verdadero campeón. Muchos comentaron que
su estadía en el Ejército le había vuelto más tranquilo, más humano.
Ahora era más fácil
conversar con el gran Yankee Clipper.
Fue el único año en que
no pudo terminar arriba de los .300 de bateo. Concluyó con .290, 95 producidas
y 25 jonrones.
Sin embargo, en el 47
volvió a brillar.
Fue el año del arribo de
Jackie Robinson a Ligas Mayores para terminar con la barrera racial que no daba
la oportunidad a cientos de talentosos peloteros negros de jugar en la Gran
Carpa, como sucedió, por ejemplo, con el legendario Satchel Paige, quien tardó
en llegar (a Indios) por un lapso de ¡20 años!
Con todo y que fue
operado del talón en febrero en un hospital de Baltimore y vio acción hasta el
quinto juego de la temporada, en su primera vez al bat... conectó jonrón.
Para el 5 de junio,
DiMaggio bateaba .368, con una racha de 17 juegos consecutivos pegando de hit.
No escarmentaba el gran
Joe.
Seguía con el bat
haciendo sus diabluras.
Ese año pegó para .315,
20 jonrones y 97 impulsadas. ¡Y solo cometió un error!
Por un voto, le ganó a
Ted Williams el trofeo de Más Valioso de la Liga Americana, el tercero de su
brillante carrera.
Serie Mundial... por TV
Finalmente fue otra vez
la bujía para que Nueva York ganara el título del circuito y la Serie Mundial a
Dodgers de Brooklyn en siete partidos, ya dirigidos por Buck Harris.
Ese Clásico, siempre será
recordado: Fue el primero que se grabó y transmitió por televisión (por la
cadena NBC), en blanco y negro, en la historia de Ligas Mayores.
La nueva tecnología,
había impactado y capturando a la fanaticada y además, con resultados
económicos del todo favorables; incluso para la radio por sus derechos de
transmisión.
Williams por DiMaggio
Esa temporada, después de
una buena trasnochada, los co-propietarios de Yankees y Boston, Dan Tooping y
Tom Yawkey, acordaron un cambio por demás inusitado: ¡DiMaggio por Ted
Williams!, pero ya sobrios al siguiente día reconsideraron la negociación.
Y es que Yawkey no andaba
muy errado:
Después del Rey George
III, DiMaggio fue la más grande tormenta para Boston. El conectó de visitante
en el Fenway Park 29 jonrones de por vida, de modo que imaginemos cuántos
hubiese pegado de haber jugado con Medias Rojas.
En el 48 los problemas
físicos volvieron:
Inició bien la temporada,
pero comenzó a sentir un dolor en el pie derecho, que casi le era insoportable.
Aún así, salía al campo de juego a darlo todo.
Los Yankees estuvieron
metidos en la pelea hasta el final con Medias Rojas y Cleveland, pero fueron
eliminados en el penúltimo día de la temporada, en Boston.
El Yankee Clipper jugó el
último partido y conectó cuatro hits. En la novena conectó un batazo de aire
contra la barda del jardín izquierdo y se tuvo que parar en primera para un
largo sencillo.
“Cuando caminaba, parecía
como si alguien me puso un picahielo en el talón”, recordó esa vez.
Ese año terminó con .320,
lejos del .369 del campeón bat, Ted Williams, pero encabezó al circuito en
jonrones (39) e impulsadas (155), su cifra más alta desde 1937.
Fue la vez en que más
cerca quedó de llevarse la Triple Corona de bateo y, como recompensa tras pedir
70 mil por compaña, los Yankees le firmaron por ¡100 mil! para convertirse en
el mejor pagado en la historia de Ligas Mayores.
Lou Boudreau que llevó al
banderín a los Indios, ganó el título de Jugador Más Valioso, pero los
cronistas nombraron a Joe, Jugador del Año.
Siguen las lesiones
Al término de esa
temporada, DiMaggio fue de nuevo al hospital para una nueva operación (en
noviembre), de tal forma que al comenzar los entrenamientos en febrero de 1949,
sentía fuertes dolores y no pudo jugar en los partidos de exhibición. Su talón
le dolía constantemente y, la campaña en
puerta, le iba a ser por demás turbulenta.
Sus lesiones, eran ya
noticia nacional.
El 4 de mayo murió su
padre y viajó a San Francisco en muletas para asistir al funeral. Y mientras se
recuperaba de la lesión, se mantuvo casi siempre recuso en el hotel, viendo
solamente a sus amigos más íntimos y a uno que otro reportero.
Muchos pensaban que no
podría volver a jugar y que ya estaba acabado para el beisbol. Sin embargo, una
mañana salió de la cama y al ponerse las pantuflas notó que el dolor había
desaparecido.
El 14 de junio los
Yankees regresaron de gira y acudió al estadio para su primer entrenamiento en
mucho tiempo y fue tanta la práctica de bateo que terminó con las manos
ampolladas.
Pero ya estaba listo para
su retorno después de 65 juegos de temporada, aunque antes de ver acción fue
con un ortopedista que le diseñó un zapato de beisbol para proteger su pie
averiado.
Casey Stengel, era el
nuevo mánager de Nueva York.
Y como timonel Yankee,
también comenzará a escribir notables paginas de oro en el beisbol.
El equipo tenía serie
contra Boston. Joe tomó el avión y a partir de la segunda entrada del primer
juego, en medio de gran ovación, tendría una reaparición a su estilo: hit y
cuadrangular. En total, durante los tres juegos, batearía cinco hits, cuatro de
ellos jonrones para .455; nueve producidas y 17 bases conseguidas.
Más tarde, confesaría que
esa fue la mejor serie de su vida y cuando llegó al Yankee Stadium lo esperaban
miles de telegramas y cartas que lo felicitaban por su gran retorno.
Al finalizar la campaña,
Boston iba a jugar dos partidos en Nueva York y con uno que ganara, era el
campeón. Pero Yanquis triunfó dramáticamente 5-4 el sábado y 5-3 el domingo con
todo y que traía una tremenda gripa y temperatura de 104; pero aún así, no
quiso perderse la contienda diciendo que iba a estar con su equipo hasta el
final.
Su señora madre, quien
estaba muriéndose de cáncer, había llegado a NY junto con Joe Jr.,
convirtiéndose en el centro de atración ya que su otro hijo, Dominic, estaba
con Medias Rojas.
Un reportero le preguntó
que si a quién le iba, y contestó que a favor de los dos, pero que le gustaría
que ganara Dom ya que Joe había triunfado demasiado.
El día de la coronación,
los Yankees le tenían preparado un homenaje a DiMaggio, quien recibió muchos
regalos, como un cadillac, una lancha de motor, un televisor, joyas, relojes,
un auto y una bicicleta para su mamá e hijo, entre otros valiosos obsequios que
le hicieron llorar por segunda vez en su vida de adulto; como sucedió en la
despedida de Gehrig. Sólo alcanzó a decir “Gracias al buen Dios por haberme
hecho jugador de los Yanquis”.
Primer juego nocturno
Los NYY ganarín el
clásico Mundial en cinco a Dodgers, en una Serie otoñal que trascendería por
algo inusitado el 9 de octubre en el Ebbets Field de Brooklyn:
El partido del quinto
juego llegó a la novena entrada ganando Yanquis 10-6 y las tinieblas
envolvieron al viejo estadio de los Esquivadores.
Surgió entonces la orden
del Alto Comisionado A.B. “Happy” Chandler de ¡Prendan las luces!... y a la
historia, con el primer juego nocturno de Ligas Mayores.
Joe tuvo un pobre .111 de
bateo, pero conectó uno de los dos cuadrangulares que N.Y. conectó en la Serie
que ganaron 4-1.
Ese año fue junto con un
equipo de estrellas de Ligas Mayores a jugar al Japón, acompañándole su hermano
Dominic.
Miles y miles de
aficionados les rindieron gran recibimiento por el aeropuerto y principales
avenidas de Tokio.
Joe DiMaggio era el más
famoso americano después de Douglas McArthur.
Y cuando conectó un
panorámico cuadrangular, los aficionados japoneses gritaron al unísono
“¡Bansai, bansai, DiMaggio!”.
Amigo de “Cantinflas”
Mario Moreno
“Cantinflas”, sin duda, fue uno de sus grandes amigos, de tal forma que no tuvo
dificultad alguna para invitarlo a que ese año del 49 estuviera presente en una
de las presentaciones de su obra teatral “Yo Colón”, en la que el gran mimo
hablaba sobre el Descubrimiento de América.
La obra se estrenó con
gran éxito en el Teatro Insurgentes de la Ciudad de México y luego continuó en
el Teatro Lírico donde seguían los llenos y, precisamente, sería en ese
escenario, antes del segundo acto, cuando presentó al notable pelotero.
Pidió un momento de
silencio y dijo:...“a un amigo mío al que mucho admiro y es el mejor jugador de
béisbol que hay en el mundo. Señoras y señores, está con nosotros, en esta
sala, el formidable jugador de los Yanquis de Nueva York, Joe DiMaggio”.
Y allí estaba en el
escenario, impecablemente vestido, alto, fuerte. Abrazó a “Cantinflas”, le dio
la mano y saludó al público levantando su brazo derecho con su eterna sonrisa y
luego regresó a su asiento para que continuara la obra.
Al día siguiente DiMaggio
se fue a pasear varios días a Acapulco y en un centro nocturno le tomaron una
foto cuando la exótica y bailarina Olga Chaviano, una belleza morena, le sacó a
bailar, a dar unos pasos en el tablado ante el entusiasmo de los ahí reunidos.
En aquel 1949 también se
exhibió la película “La Historia de Monty Stratt”, donde DiMaggio aparece en
una escena conectando un cuadrangular.
Ese film llegó a la
Ciudad de México en septiembre de ese año y abordó la vida de aquel excelente
pitcher quien, en plena juventud, cuando brillaba con Medias Blancas de
Chicago, le fue amputada una pierna a causa de un accidente de cacería.
Se acercaba el final...
En 1950 se las arregló
para batear .301, traer a jom 122, pegó 32 jonrones, 33 dobletes y 10 triples.
Fue campeón en slugging,
con .585.
Los Yankees retornaron a
la Serie Mundial y limpiaron en cuatro a los Filis. DiMaggio pegó .308 y un
jonrón.
Pero, se estaba acercando
a su final.
El gran “Clipper” ya no
jalaba tanto la pelota para el izquierdo, como solía hacerlo en antaño con
aquella gran facilidad y, sus reflejos, eran lentos.
Ya no era el mismo.
Su último juego
1951 sería su último año
como pelotero activo. Incluso el Life Magazine, reportó que Joe estaba listo
para colgar los spikes. Esa temporada bateó sólo .263 con 12 jonrones y 71
impulsadas.
El 3 de julio jugó la
primera base, única vez en sus 1,736 partidos de por vida que vio acción fuera
del jardín. Joe Collins pasaba por un slump y Tommy Henrich, estaba lesionado.
“Si alguien me enseñan donde esta la primera base, estoy listo”, dijo en broma.
Un mes más tarde, en
medio de un slump, lo colocaron de quinto en el orden al bat y luego banqueado,
por primera vez en su carrera ligamayorista. El 6 de julio, fue reemplazado en
el jardín por el reservista Jackie Densen.... algo pasaba.
Con todo y ello, Yankees
fue a la Serie Mundial, pero DiMaggio tuvo de 11-0 en los primeros tres juegos
y Gigantes que habían pasado al clásico ante Dodgers con aquel dramático jonrón
de Bobby Thompson al cierre de la novena y que “dio la vuelta al mundo”, habían
ganado ya dos partidos.
Casey Stangel no se animó
a sentarlo. De ninguna manera. En el cuarto juego en la primera entrada le pegó
a Sal Maglie un batazo por el jardín izquierdo que se fue hasta el segundo piso
de las gradas del Polo Grounds, pero la pelota cayó fuera del terreno de fer.
Dio otros cuatro fouls y luego una curva del “Barbero”, lo ponchó.
En la tercera Joe dio hit
y en la quinta... jonrón. Yogi Berra estaba en primera y parecía que él había
pegado el cuadrangular. Le esperó en el plato y lo acompañó abrazado hasta la
caseta donde lo estaban esperando sus compañeros. Sería su último vuelacerca.
En el quinto partido
conectó par de sencillos y un doble. Parecía que volvía por sus fueros, como
antaño. Y claro, NY ganó los juegos cuarto, quinto y sexto para otro banderín
mundial.
En el sexto y último
partido, recibió dos bases y al cierre de la octava frente a Larry Jansen, su
última oportunidad al bat en el año y de su vida... pegó doblete al callejón
del right-centro, que de haber estado bien de sus piernas y su espalda, habría
sido triple.
La gente, lo seguía
ovacionando.
Sabía que ese día, 6 de
octubre, Joe se marcharía del beisbol.
Enseguida, Gil McDougald
trató de enviarlo a tercera con sacrificio, pero Jansen fildeó rápido y lo sacó
en tercera. DiMaggio se levantó después de la barrida, se dio un golpe al
uniforme para quitarse el polvo y regresó a la caseta.
Los aficionados de nuevo
se pusieron de pie para darle despedida de rey y muchos gritaban que lo querían
de regreso en el 52.
Pero ya no fue así.
Dos semanas después,
anunció su retiro. Tenía 37 años de edad y entonces, en rueda de prensa, dijo:
“Cuando el beisbol deja de ser diversión, ya no es un juego. Así que he jugado
mi último partido”.
DiMaggio finalizó su
carrera de 13 años con .325, 361 jonrones y 1,537 producidas. Ganó tres veces
el título de Jugador Más Valioso y dos de bateo.
Fue parte de nueve
banderines mundiales (Yogi Berra logró 10) con Nueva York, que con DiMaggio en
la alineación, tuvo 37-14 en las series otoñales.
En diez series mundiales
bateó .271, con 8 jonrones y grandes atrapadas en sus 41 encuentros. Vio acción
en todos los 13 años de su carrera. En sus 13 años con Yankees, vio acción en
once Juegos de Estrellas. Nunca fue expulsado de un juego.
A Cooperstown
En tanto, en la primavera
de 1952, un jovencito de Texas, de 19 años llamado Mickey Mantle, aparecía en
el firmamento del Yankee Stadium.
Empezaría otra
dinastía... otra era. Y grandiosa.
Cuatro años más tarde, en
una tarde soleada de verano en Cooperstown, Nueva York, el legendario Joe
DiMaggio fue aceptado oficialmente miembro del Salón de la Fama en el primer
año en que su nombre fue considerado.
Y cuando su discurso, el
gran “Joltin Joe” habló graciosamente de sus compañeros, de su mánager y de las
lecciones que aprendió en el beisbol.
Su número 5 también fue
retirado por los Yankees, para unirse a los de Ruth (3), Gehrig (4), Mantle
(7), Berra y Billy Dickey (8), Roger Maris (9), Phil Rizzuto (10), Thurman
Munson (15), Whitey Ford (16), Don Mattingly (23), Casey Stengel (37) y Reggie
Jackson (44). (Al momento de redactar esta columna, hace ya años).
Se le había ido al
beisbol uno de sus mejores héroes de todos los tiempos, pero se agigantaba su
leyenda.
Disminuyeron entonces sus
apariciones públicas, excepto en Juegos de Veteranos y cuando lo invitaban a
lanzar la primera bola de juegos inaugurales o de Series Mundiales, luciendo siempre
sencillo, elegante y una personalidad como pocas.
Se refugió en su
restaurant de San Francisco y buscó alejarse de la fama que lo perseguía. Nunca
llevó su personalidad más allá del campo de juego. Era beisbolista y ese era su
contexto.
Su actitud hacia ser
observado como una celebridad, la resumió en una respuesta a la pregunta de si
sabía que aquella racha de los 56 juegos pegando de hit capturaría la atención
de todo el país: “No tengo la menor idea. Es algo que sucedió y me tocó a mi
ser el protagonista”.
Aparece Marilyn Monroe
Mientras que un juez le
negaba a Dorothy la petición de más ayuda económica de parte de DiMaggio a
Dorothy, en otro juzgado aplicaban una sanción por infracción a las leyes de
tránsito a.... Marilyn Monroe.
Dos estrellas, dos
celebridades, se habían conocido y, Joe,
el gran ídolo de millones de admiradores, se había enamorado de la bella rubia
y empezó la corte amorosa.
Ella soñaba que con
alguien que la quisiera, alguien que le hablara de amor y la llenara de
atenciones y halagos. DiMaggio era todo un caballero y le hizo sentir todo eso,
por lo que Marilyn se enamoró, posiblemente por primera vez.
Así, el 14 de enero de
1954 se casarían casi en privado el más famoso jugador de beisbol y la más
famoso sexi estrella para irse de luna de miel a Japón con las cámaras de
televisión encima, con todo y que por su timidez e incomodidad ante la fama Joe
buscaba la privacidad. Y más, claro está, al lado de ella, la hermosa rubia.
Se unían dos íconos de la
vida estadounidense.
En esos días, junto con
otros peloteros de Ligas Mayores, Joe visitó en hospitales y en Vietnam a los
soldados heridos para saludarlos, darles ánimos y desearles su recuperación,
recordando sus días en Corea. Daba gran alivio su presencia, ya que, después de
todo, simbolizaba el orgullo Yankee.
Una ocasión, Marilyn,
quien también visitaba a las tropas estadounidenses para entretenerlos con su
canto, encanto y presencia, le preguntó si sabía lo que se sentía estar frente
a unas 50 mil personas, a lo que le contestó... “Sí, sí lo sé”.
Sin embargo, el
matrimonio no iba a durar mucho tiempo. Para empezar, le disgustaba verla en
papeles demasiado atrevidos y sexuales y aún cuando aceptaba que fuera actriz,
tenía una pobre opinión de la industria del celuloide porque sentía que la
explotaba.
Como buen latino, no comulgaba
con aquello de que todos los hombres compartieran las cualidades físicas de su
mujer. Odiaba que tuviera que exhibirse.
Sentía que la veían con
deseo.
Y... no era para menos.
Seguramente nunca olvidó
aquel saludo de Marilyn al presidente Kennedy en el Madison Square Garden de
Nueva York, cantándole el Happy birthday con un vestido ajustado y transparente
que no dejaba nada a la imaginación y que quedó entre los momentos más
destacados del siglo XX.
Una ocasión, acompañado
de Frank Sinatra, hizo su entrada a un hotel y llegó hasta su cuarto cuya
puerta rompió ya que tenía la seguridad de que Marilyn estaba ahí con un
hombre. La pareja que ocupaba la habitación por poco y muere del susto y él no
hallaba la forma de disculparse.
Marilyn le quería hacer
entender que sólo a él le amaba y que exhibirse era parte de su trabajo.
Incluso deseaba de todo corazón tener un hijo, pero la naturaleza le había
negado la maravilla de la maternidad. Algo había mal en su organismo que se lo
impedía.
Cuando aquella famosa
escena que se repitió más de dos ocasiones sobre un respiradero del metro de
Nueva York, en la esquina de Madison y Séptima Avenida, en que a Marilyn se le
levantaba la falda frente a una multitud de curiosos que presenciaba la
filmación, (The seven year itch), decidió que ya era suficiente y pensó en el
divorcio.
Ya había notables
diferencias en temperamentos, gustos y estilos de vida entre ambos, como para
seguir viviendo bajo el mismo techo.
Llegó lo inevitable ante
los tribunales de California del sur:
De acuerdo a las bases
usuales ordinarias de crueldad mental, un juez declaró nulo el matrimonio con
todo y que lo lamentaban, decidiendo no llegar a ninguna disputa por propiedad
o finanzas entre ambas partes.
Marilyn se hundió en la
depresión. Se había ido de su lado la única persona que había amado y se sentía
sola y triste. Joe, por su parte, había declarado que que la amaba más que a
nadie, pero que sería incapaz de seguir viviendo a su lado sabiendo que la
exponían como carne en un mercado.
DiMaggio sólo estuvo
casado con Marilyn 274 días. Del 14 de junio al 27 de octubre.
Después Marilyn contrajo
nupcias con el escritor Arthur Miller, uno de los más famosos intelectuales de
los Estados Unidos. Sin embargo, éste comenzó a hablar y escribir
despectivamente de ella, por lo que el divorcio no se hizo esperar en 1961 y
una vez más quedaba sola y con problemas emocionales.
En esos días, Joe siempre
le acompañó como amigo y había rumores de segundas nupcias. Pero su
temperamento tranquilo no ayudó ni era el remedio para la necesidad compulsiva
de amor que ella necesitaba.
Más tarde, la noche del 5
de agosto de 1962, la historia nos cuenta la muerte a sus 36 años de edad, al
parecer por una sobredosis de barbitúricos, dejando sin embargo una profunda
tela de duda su muerte por su relación reciente que había tenido con el
Ministro de Justicia Robert y su hermano el presidente John F. Kennedy.
Un observador diría en
esos días en torno a Joe: “Ha sido su peor derrota en una vida llena de
triunfos”.
Después de su muerte,
durante un lapso de 20 años, DiMaggio le estuvo mandando rosas rojas a su tumba
dos veces por semana, pero dejó de hacerlo cuando se hizo público por la
prensa.
El se hizo cargo de los servicios
funerales y no pasaron más allá de 30 invitados, sin que se observara la
presencia de celebridades. Ahí estuvo su hijo Joe Jr., con su uniforme de la
Marina.
Su gesto de darle una
ceremonia fúnebre del toda digna y el envío en secreto de rosas rojas y su
repentina interrupción, sugieren, sin duda alguna, la verdadera profundidad de
los sentimientos hacia Marilyn.
Más tarde, en su
restaurant, los aficionados podían saludarlo y platicar con el... siempre y
cuando no preguntaran sobre ella.
Tutor de una dinastía
Oakland, en 1968 tuvo en DiMaggio un nuevo coach de bateo. Y
aunque era conocido como “vicepresidente”, en realidad su trabajo consistía en
ser un tutor de las futuras estrellas del equipo, como Reggie Jackson, Sal
Bando, Joe Rudi y compañía.
Y los resultados saltaron
de inmediato:
De un último lugar, los
Atléticos subieron al segundo puesto y más tarde, en 1971, lograron el título
de su división para luego caer en tres partidos en el play off ante Baltimore.
Sin embargo, Oakland
lograría, a partir de 1972, tres títulos mundiales consecutivos, inspirados por
Jackson, Jim Hunter, Vida Blue, “Blue Moon” Odom, Ken Holtzman, Rollie Fingers,
Dagoberto Campaneris, Joe Rudi, Ray Fosse....
Además, impusieron nueva
y vistosa moda en el beisbol con coloridos uniformes, pelo largo, mostachos y
hasta una mula dentro del terreno de juego llevaba Charles O’Finley, el
excéntrico propietario de aquella gran dinastía.
“Estuve asombrado de él.
Era un hombre humilde de condición. Y su presencia era irresistible; era el
hombre más reconocido que había visto. Podíamos caminar en los aeropuertos y la
gente se paraba, lo veía y lo señalaba. Pero creo que a él no le gustaba llamar
la atención”, dijo Sal Bando en aquellos días cuando fue otro de los héroes de
aquellos famosos y tremendos Atléticos de Oakland. Bando pasaría después a ser el gerente
general de los Cerveceros de Milwaukee.
El Centenario del beisbol
En 1969 se celebró el
primer centenario del beisbol profesional (1869-1969).
El 21 de julio, en
Washington, dos noches antes del Juego de Estrellas, en ceremonia especial
nominaron a Babe Ruth el pelotero más grande de todos los tiempos y a Joe
DiMaggio el mejor de los activos, ganándole tal premio por escaso márgen a
Willie Mays.
El climax era formidable.
Al siguiente día, después
de un gran banquete al que acudió lo más grande del beisbol de antaño y de la
época, alrededor de 500 peloteros visitaron a Richard Nixon en la Casa Blanca,
acompañándoles al acto prominentes personalidades, ejecutivos y periodistas.
Todo Washington estaba
conmovido por el gran momento que se vivía y la celebración de los primeros 100
años del beisbol.
Ford Frick, entonces Alto
Comisionado, ante el presidente de Estados Unidos, emitió un concepto que lo
dijo todo: “Esta conmemoración solidifica la imagen de nuestro pasatiempo
nacional”.
Y ahí estaba otra vez el
gran Clipper.
En Casa Blanca y el Carta
Clara
DiMaggio era
frecuentemente invitado a la Casa Blanca y una vez recibió la Medalla
Presidencial de Libertad; en otra ocasión, asistió a una cena de Estado con
Ronald Reagan y Mikhail Gorvachov.
En 1970, volvió a México:
En marzo 18, junto con el
Alto Comisionado del Beisbol de Ligas Mayores, Bowie Kuhn, fue invitado de
honor por los Leones de Yucatán, quienes ese año regresaron a la Liga Mexicana.
Más de 15 mil aficionados
reunidos en el Parque Carta Clara de Mérida, vitorearon y admiraron al legendario
“Clipper” que presenció la victoria de los Leones sobre el Águila de Veracruz
(4-1) con pitcheo de Juan Ramón Quiroz.
En 1991 volvió al famoso
Paseo de las Rosas, en Pasadena, donde fue homenajeado junto con Ted Williams
por el 50 aniversario de aquel inolvidable verano que tuvieron en 1941.
El presidente George
Bush, un ávido fanático de los Medias Rojas durante la década de los cuarenta,
calificó a Joe como de “Excelencia”.
Pero el tiempo no se
detuvo para DiMaggio.
El 25 de noviembre de
1998, celebró sus 84 años de edad internado en el Hospital Memorial de
Hollywood, Florida.
Había ingresado el 12 de
octubre de ese año y dos días más tarde fue sometido a una cirugía de tumor
canceroso en su pulmón derecho.
Volvió a sufrir una
infección pulmonar, desarrollando fiebre, por lo que se le trató con
antibióticos y su presión sanguínea se le mantuvo con medicamentos.
Su padecimiento y
convalecencia, fue preocupación y noticia mundial.
Pero, como siempre: el
gran héroe, convaleciente, exigió a sus médicos que no se informara sobre su
salud, en tanto llegaban 300 cartas por día para animarle.
Joe logró salir airoso de
ese trance, para irse a su hogar, en Florida, donde una noche, cuando se
encontraba acompañado de un amigo... un noticiero de televisión anunció sobre
su fallecimiento, lo cual le consternó.
Sin embargo, no pudo más.
Poco después de la
medianoche del 8 de marzo de 1999, el símbolo de la época dorada de los
Yankees, quien personificara la elegancia y cautivó por si talento, expiraba en
su residencia a consecuencia de la serie de complicaciones derivadas del cáncer
de pulmón detectado meses antes y una neumonía que deterioró mucho su salud.
Al momento de morir se
encontraba con él su hermano Dominic, dos nietos y dos viejos amigos, Joe
Nacchio y Morris Engelberg. este último, informó sobre su deceso.
Su cadáver fue trasladado
a California y fue sepultado en San Francisco, previa misa de cuerpo presente
en la catedral de San Pedro y San Pablo, donde había recibido su primera
comunión.
El presidente Clinton,
tras su muerte, diría: “Hoy Estados Unidos perdió uno de los héroes más venerados
del siglo, Joe DiMaggio. este hijo de inmigrantes italianos dio a todos los
norteamericanos algo en qué creer. Se convirtió en el verdadero símbolo del
garbo, la fuerza y el talento de los estadounidenses”.
“Joe DiMaggio fue alguien
que personificaba al “Héroe” de Hemingway. Hizo frente a la adversidad con
garbo bajo presión”, dijo Joe Dorinson, autor de “Jackie Robinson: Raza,
Deporte y el Sueño Americano”, que incluye una comparación entre Robinson y
DiMaggio.
Bud Selig, Comisionado
del Beisbol de Ligas Mayores, también expresó:
“Para varias generaciones
de fanáticos al beisbol, Joe personificó el garbo, la clase y la dignidad en
los diamantes. Su persona trascendió los campos de juego y conmovió nuestros
corazones.
En muchos sentidos, en su
condición de hijo de inmigrantes, representó las esperanzas y los ideales de
nuestro país. Joe DiMaggio fue un héroe en el sentido más cabal de la palabra.
estar con él, era un acontecimiento que generaba excitación, expectativa y
alegría”.
Homenajes en su memoria
En su memoria y como
eterna gratitud en el tiempo, el 25 de abril de 1999 fue descubierto un
monumento de granito y bronce que evoca su figura, el cual está ubicado atrás
del jardín izquierdo del Yankee Stadium, precisamente en el Parque de los Monumentos.
Ahí están inscritos los
momentos más destacados de su carrera deportiva y recuerda que en 1969 fue
proclamado como el mejor jugador de beisbol aún vivo.
Sólo en otras cuatro
ocasiones, en casi un siglo de vida de Yankees, se había erigido un monumento
en honor a un jugador de esa franquicia. Los otros son de Babe Ruth, Lou
Gehrig, el mánager Miller Huggins y Mickey Mantle.
Allí también, desde 1969,
se encuentra una placa en su honor, donde reza “Joe guió a los Yanquis a su más
dominante era”.
En la ceremonia en la que
el cardenal arzobispo de Nueva York, John O´Connor, impartió la bendición al
monumento, se encontraban sus compañeros de equipo Yogi Berra, Whitey Ford,
Phil Rizzuto, Nahk Bauer, Jerry Coleman y Gil McDougald.
El Yankee Stadium estuvo
repleto de fotos de DiMaggio, banderines del equipo con moños negros y no
faltaron las lagrimas en recuerdo de tan grande ídolo del beisbol.
Dos días antes, en la
iglesia de San Patricio, varias personalidades del deporte, la cultura y la
política, asistieron a una misa en su honor oficiada por el cardenal O´Connor,
donde además se congregaron cientos de sus amigos y admiradores, entre los que
destacaron el cineasta Woody Allen, el ex-Secretario de Estado Henry Kissinger,
los ex-beisbolistas Bobby Brown y Yogi Berra, así como el propietario de los
Yankees, George Steinbrenner.
La ceremonia fue
organizada por el amigo y médico de DiMaggio, Rock Positano, y al término de la
misma, O´Connor solicitó que se rindiera una ovación en pie.
Más honor no podía
recibir.