En el vórtice del Béisbol
Cubano (2da. parte)
Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
¡Y
llegaron las Series Nacionales!
De
paradojas y convicciones, comenzaría un béisbol autóctono entre cubanos. Con
la eliminación del profesionalismo se sustituyó el clásico invernal por otro
sin tanta promoción, de raigambre popular. Fue sabia la decisión de realizar
torneos regionales y zonales en los primeros años, para que los amateurs se familiarizaran con todo el
país. Allí compitieron los de mejor desempeño y se les adjuntaron selecciones
de perdedores, un genuino aporte al Régimen de Participación.
En
1962 comenzaron las Series Nacionales con cuatro equipos: Occidentales, Habana, Azucareros y
Orientales. De esa forma, los
integrantes de cada zona representarían a sus provincias. Con un respaldo
abrumador de autoridades y pueblo, se fue conformando un sui géneris sistema de
competencias en la Isla, que rendiría indudables frutos. Hasta el sol de hoy,
quizás hayamos implantado un récord universal en cuanto a estructuras, unas
para bien, otras no.
Algunos
no entendían por qué se eliminó el profesionalismo y se convirtieron en
detractores del nuevo sistema. No querían perder a sus ídolos, tampoco estaban
en condiciones de entender lo que sucedía, porque las cosas se presentaban
complejas de verdad. Sin embargo, hubo una atractiva diferencia: la rivalidad
sería por territorios. Antes podía usted jugar con el Almendares y ser de Michigan, de San Juan de Puerto Rico, o
de Miramar. Eso sí, se tirarían al río los torneos rentados, todo en función
del amateurismo olímpico.
Antes
los nombres respondían al equipo, no al territorio. Además, se introdujo un
nuevo concepto, ningún oriental jugaría con Occidentales
y viceversa. En algunos casos se tomaron refuerzos por zonas. Así sucedió con
Fidel Linares, Felipe Álvarez, Tomás Valido, Raúl Martínez, Luis Castro y otros
pinareños, quienes reforzarían los conjuntos de occidente y la capital. Las
provincias, con excepción de La Habana, no tuvieron equipos hasta 1967.
El
experimento tuvo sus cosas, con solo veintisiete partidos para ver el efecto. Lo
que pudo llegar como una sombra en el sol beisbolero de Cuba, se convirtió en
logro, la gente bendijo los juegos a estadio repleto, con altas dosis de
patriotismo. He leído declaraciones de José Llanusa Gobel, primer presidente
del INDER, sobre el temor al rechazo, pero se garantizó la continuidad con otro
incentivo: el pelotero defiende su terruño. El 14 de enero de 1962 se inauguró
la primera serie con un juego entre Orientales y
Azucareros, ganado por el
segundo, gracias a la primera lechada, propinada por Jorge Santín.
Ese
día el Latinoamericano, originalmente
Gran Stadium de La Habana, se
abarrotó para ver a peloteros y políticos, porque allí estaban los dirigentes
de la Revolución, encabezados por el comandante Fidel Castro.
¿A
quién se le hubiera ocurrido que un jugador como Fidel Linares, ya veterano en
lides pinareñas y de la Liga Pedro Betancourt, pasaría a ocupar los primeros
planos de la prensa radial, televisiva y escrita? Lo mismo sucedió con Miguel
Cuevas, Pedro Chávez, Jorge Trigoura, Erwin Walters, Alfredo Street, Mariano
Álvarez y otros conocidos en sus zonas, pero poco divulgados, porque no era
objetivo de nadie publicitar la pelota amateur,
ante la profesional y la de Grandes Ligas, con la excepción de la fuerte Liga
Amateur de Cuba, adscripta a la Unión Atlética de Amateurs de Cuba, desde 1922,
con un marcado corte racista.
Los
jugadores de ahora, en su mayoría, no tenían la calidad de los profesionales,
de ellos fueron cantera durante muchos años, pero se entregaron con una pasión
tal, que rápidamente se colaron en el corazón de la gente. Donde brilló Willie Miranda aparecieron Tony González, Güiro Ortega, Juan Emilio Pacheco –a quien mucho admiré– el
camagüeyano Jorge Hernández y otros que después fueron estelares.
En los jardines se vieron nombres como Eulogio
Osorio Patterson, Miguel Cuevas, Elpidio Mancebo y demás, que tomaron los
guantes y bates de Miñoso, Ángel Scull y Asdrúbal Baró. Rolando (El Gallego) Valdés, estuvo en el
territorio de Tony Taylor, y fue
líder con sólo 3 jonrones. Allí también jugó Urbano González, todo un símbolo.
En esa posición actuó Andrés Telémaco, con singular maestría, y después el
genial Félix Isasi.
Jorge
Trigoura y Owen Blandino defendieron la esquina caliente de Héctor Rodríguez,
sin la maestría de aquel. El inicialista camagüeyano Daniel Hernández disertó
de lo lindo, donde antes lo hizo el gigante Panchón
Herrera, quien se volvió un "alcohólico beisbolero" por beberse
tantos ponches, también lo hacían Rocky
Nelson y Borrego Álvarez. Ricardo
Lazo, Lázaro Pérez, Bárbaro Rosales y Ramón Hechavarría, dejaron su huella en
la receptoría, donde sobresalió un moreno fuerte como el roble que respondió al
nombre de Rafael (San) Noble y en
épocas anteriores Miguel Ángel González y Fermín Guerra, quienes dirigieron
equipos profesionales; Fermín coronó a los Occidentales,
en la primera Serie Nacional.
El
mismo montículo por donde desfilaron Luque, Dihigo, Marrero, Camilo, Pedrito Ramos, Mike Cuéllar, Fornieles, Luis Tiant (padre e hijo) y tantas
leyendas, vivió las hazañas de Manuel Alarcón, Aquino Abreu, Papo Liaño, Julio
Rojo, Jesús Torriente, Rolando Pastor y tantos que harían interminable la
lista. Detrás de home y vestido de
negro, donde descollaron Alfredo Paz, Rafael de la Paz y Panchito Fernández Cordón, estuvo Amado Maestri, junto a sus
compañeros de antaño. Maestri fue y es un símbolo de la cubanía beisbolera. En
esta tarde gris, de mucha lluvia, quise recordar, que es como volver a vivir, a
quienes tantas glorias le dieron a nuestra pelota. Fueron causa y consecuencia.
¡Devuelve
la pelota!
He
visto a jugadores disciplinados, como Julio Romero, salirse de sus casillas, y
decir palabras no adecuadas en lugares no adecuados. Después ha cambiado de
color. La razón le asistió, pero perdió. Lo pongo de ejemplo, porque es
imposible encontrar un pelotero más decente y culto, posee dos títulos
universitarios y el comportamiento de un gentleman.
Algunas
decisiones arbitrales te sacan de las casillas. Unos quieren fajarse, otros
recuerdan las generaciones de antepasados que no tuvieron que ver con la
pelota. Sucede con profesionales y amateurs,
porque la explosividad es inherente al béisbol. Hay material suficiente para un
millón de anécdotas, aunque carguen muchos años. Escenas de la vida que ningún
humorista supera. Simpáticas, tristes, ocurrentes, pesadas, hasta fuera de
lugar.
Con
el triunfo de la Revolución, el país comenzó a sufrir privaciones de todo tipo
y el deporte no fue una excepción. Empezó por la pelota, donde más nos dolía,
cuando desde los Estados Unidos prohibieron comprar implementos. Nos vimos sin
bates, guantes, petos, caretas y, sobre todo sin pelotas, pues una Wilson o una Rawling costaba alrededor de cinco dólares en el mercado
internacional (hoy podría triplicarse) y había otras prioridades, con un erario
público desfalcado por Batista.
Fue
así como, sobre la marcha y por la necesidad, que dicen hace parir hijos
machos, nació la Industria Deportiva Cubana, que tenía como objetivo garantizar
la continuidad del deporte nacional. La cosa se tornó traumática, pues los
primeros que no tuvieron confianza en la Batos,
fueron los lanzadores. Hubo campañas dentro y fuera de Cuba en contra de
aquellas bolas hechas con amor. Trataban de evitar la continuidad del béisbol.
Que si el peso era mayor, las costuras sin buen agarre y qué se yo cuántas
cosas inventadas o derivadas de la fantasía. Se hizo necesario tomar medidas
para recuperar la confianza.
Cuenta
José Llanusa[1]
que las autoridades del INDER se vieron en la necesidad de hacer un intercambio
de forros a las pelotas norteamericanas y las diseñadas en Cuba; los lanzadores
asintieron por las del norte, entonces sobre el montículo picaron varias al
medio y confirmaron su igual peso y calidad. También se estipuló que las
actividades deportivas serían gratis, lo que se mantuvo por más de tres
décadas, pero no se erradicaron algunos vicios que se traían del
profesionalismo, cuando se pagaba, como aquella de llevarse las pelotas que
caían en las gradas. Uno dio pie a un hecho tan ocurrente, que no lo quiero
pasar por alto y comparto con ustedes. Les ofrezco una versión del texto de
Llanusa. No era extraño, ni lo es, escuchar:
–
¡Oye, devuelve la pelota...!
Tiempos
atrás, los aficionados acostumbraban a llevárselas como souvenirs cuando caían en las gradas, no como ahora al amparo de
las MLB y en torneos internacionales, donde los jugadores las lanzan al público.
Es parte del show. Yo mismo iba al
Cerro con un guante para tratar de coger alguna; no lo logré. Pero en los años
sesenta la situación era distinta, no solo porque el espectáculo fuera
gratuito, sino por la poca disponibilidad de materias primas y dinero para
adquirirlas.
La
gente se las llevaba, a pesar de la inusual propaganda por todos los medios. En
realidad no hacían nada malo, así había sido por mucho tiempo. Una tarde,
durante un partido dominical, Llanusa y la dirección del INDER salieron al
terreno. Ayudados por Eddy Martin,
instalaron un micrófono en el box:
–Por favor, que baje el compañero y nos
explique por qué todos devuelven las pelotas y él no lo hace.
El "fildeador" cambió de color en
el repleto graderío y bajó pelota en mano. Como hombre de pueblo entendió la
situación; la devolvió. Rechifla seguida de aplausos. Dicen que a partir de
allí, se convirtió en el principal animador de la bendecida acción. Pocos se
tomaron esa licencia, hasta años después, cuando comenzaron a pagar un precio
irrisorio.
Con esas y otras muchas
medidas a favor de la pelota, nos pusimos al frente del béisbol amateur, hasta que esa palabra
desapareció de la Carta Olímpica, para convertirse en atletas comerciales.
Entonces comenzaríamos a sufrir, más que a gozar. Tema candente de actualidad.
(Continuará)
Juan A. Martínez de
Osaba y Goenaga
Pinar del Río, marzo
de 2017.
[1] José Llanusa
Gobel: El Deporte en Cuba: Análisis para
debatir. Discurso de asunción al Doctorado Honoris Causa, del Instituto Superior de Cultura Física
"Comandante Manuel Fajardo", 23 de febrero de 1989.