martes, 28 de marzo de 2017

VÓRTICE DEL BEISBOL CUBANO (2)

En el vórtice del Béisbol Cubano (2da. parte)
Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga


¡Y llegaron las Series Nacionales!

De paradojas y conviccio­nes, comenzaría un béisbol autóctono entre cubanos. Con la eliminación del profesionalismo se sustituyó el clásico invernal por otro sin tanta promoción, de raigambre popular. Fue sabia la decisión de realizar torneos regionales y zonales en los primeros años, para que los amateurs se familiarizaran con todo el país. Allí compitieron los de mejor desempeño y se les adjun­taron selecciones de perdedores, un genuino aporte al Régimen de Participación.

En 1962 comenzaron las Series Nacionales con cuatro equipos: Occidentales, Habana, Azucareros y Orientales. De esa forma, los integrantes de cada zona representarían a sus provincias. Con un respaldo abrumador de autoridades y pueblo, se fue conformando un sui géneris sistema de competencias en la Isla, que rendiría indudables frutos. Hasta el sol de hoy, quizás hayamos implantado un récord universal en cuanto a estructuras, unas para bien, otras no.

Algunos no entendían por qué se eliminó el profesionalismo y se convirtieron en detractores del nuevo sistema. No querían perder a sus ídolos, tampoco estaban en condiciones de entender lo que sucedía, porque las cosas se presentaban complejas de verdad. Sin embargo, hubo una atractiva diferencia: la rivalidad sería por territorios. Antes podía usted jugar con el Almendares y ser de Michigan, de San Juan de Puerto Rico, o de Miramar. Eso sí, se tirarían al río los torneos rentados, todo en función del amateurismo olímpico.

Antes los nombres respondían al equipo, no al territorio. Además, se introdujo un nuevo concepto, ningún oriental jugaría con Occidentales y viceversa. En algunos casos se tomaron refuerzos por zonas. Así sucedió con Fidel Linares, Felipe Álvarez, Tomás Valido, Raúl Martínez, Luis Castro y otros pinareños, quienes reforzarían los conjuntos de occi­dente y la capital. Las provincias, con excepción de La Habana, no tuvieron equipos hasta 1967.     
                                                                  
El experimento tuvo sus cosas, con solo veintisiete partidos para ver el efecto. Lo que pudo llegar como una sombra en el sol beisbolero de Cuba, se convirtió en logro, la gente bendijo los juegos a estadio repleto, con altas dosis de patriotismo. He leído declaraciones de José Llanusa Gobel, primer presidente del INDER, sobre el temor al rechazo, pero se garantizó la continuidad con otro incentivo: el pelotero defiende su terruño. El 14 de enero de 1962 se inauguró la primera serie con un juego entre Orientales y Azucare­ros, ganado por el segundo, gracias a la primera lechada, propinada por Jorge Santín.

Ese día el Latinoamericano, originalmente Gran Stadium de La Habana, se abarrotó para ver a peloteros y políticos, porque allí estaban los dirigentes de la Revolución, encabezados por el comandante Fidel Castro.
¿A quién se le hubiera ocurrido que un jugador como Fidel Linares, ya veterano en lides pinareñas y de la Liga Pedro Betancourt, pasaría a ocupar los primeros planos de la prensa radial, televisiva y escrita? Lo mismo sucedió con Miguel Cuevas, Pedro Chávez, Jorge Trigoura, Erwin Walters, Alfredo Street, Mariano Álvarez y otros conocidos en sus zonas, pero poco divulgados, porque no era objetivo de nadie publicitar la pelota amateur, ante la profesional y la de Grandes Ligas, con la excepción de la fuerte Liga Amateur de Cuba, adscripta a la Unión Atlética de Amateurs de Cuba, desde 1922, con un marcado corte racista.

Los jugadores de ahora, en su mayoría, no tenían la calidad de los profesionales, de ellos fueron cantera durante muchos años, pero se entregaron con una pasión tal, que rápidamente se colaron en el corazón de la gente. Donde brilló Willie Miranda aparecieron Tony González, Güiro Ortega, Juan Emilio Pacheco –a quien mucho admiré– el camagüeyano Jorge Hernández y otros que después fueron estelares.
 En los jardines se vieron nombres como Eulogio Osorio Patterson, Miguel Cuevas, Elpidio Mancebo y demás, que tomaron los guantes y bates de Miñoso, Ángel Scull y Asdrúbal Baró. Rolando (El Gallego) Valdés, estuvo en el territorio de Tony Taylor, y fue líder con sólo 3 jonrones. Allí también jugó Urbano González, todo un símbolo. En esa posición actuó Andrés Telémaco, con singular maestría, y después el genial Félix Isasi.

Jorge Trigoura y Owen Blandino defendieron la esquina caliente de Héctor Rodrí­guez, sin la maestría de aquel. El inicialista camagüeyano Daniel Hernández disertó de lo lindo, donde antes lo hizo el gigante Panchón Herrera, quien se volvió un "alcohólico beisbole­ro" por beberse tantos ponches, también lo hacían Rocky Nelson y Borrego Álvarez. Ricardo Lazo, Lázaro Pérez, Bárbaro Rosales y Ramón Hechavarría, dejaron su huella en la receptoría, donde sobresalió un moreno fuerte como el roble que respondió al nombre de Rafael (San) Noble y en épocas anteriores Miguel Ángel González y Fermín Guerra, quienes dirigieron equipos profesionales; Fermín coronó a los Occidentales, en la primera Serie Nacional.


El mismo montículo por donde desfilaron Luque, Dihigo, Marrero, Camilo, Pedrito Ramos, Mike Cuéllar, Fornieles, Luis Tiant (padre e hijo) y tantas leyendas, vivió las hazañas de Manuel Alarcón, Aquino Abreu, Papo Liaño, Julio Rojo, Jesús Torriente, Rolando Pastor y tantos que harían interminable la lista. Detrás de home y vestido de negro, donde descollaron Alfredo Paz, Rafael de la Paz y Panchito Fernández Cordón, estuvo Amado Maestri, junto a sus compañeros de antaño. Maestri fue y es un símbolo de la cubanía beisbolera. En esta tarde gris, de mucha lluvia, quise recordar, que es como volver a vivir, a quienes tantas glorias le dieron a nuestra pelota. Fueron causa y consecuencia.

¡Devuelve la pelota!

He visto a jugadores disciplinados, como Julio Romero, salirse de sus casillas, y decir palabras no adecuadas en lugares no adecuados. Después ha cambiado de color. La razón le asistió, pero perdió. Lo pongo de ejemplo, porque es imposible encontrar un pelotero más decente y culto, posee dos títulos universita­rios y el comportamiento de un gentleman.

Algunas decisiones arbitrales te sacan de las casillas. Unos quieren fajarse, otros recuerdan las generaciones de antepasados que no tuvieron que ver con la pelota. Sucede con profesiona­les y amateurs, porque la explosividad es inherente al béisbol. Hay material suficiente para un millón de anécdotas, aunque carguen muchos años. Escenas de la vida que ningún humorista supera. Simpáticas, tristes, ocurrentes, pesadas, hasta fuera de lugar.

Con el triunfo de la Revolución, el país comenzó a sufrir priva­ciones de todo tipo y el deporte no fue una excepción. Empezó por la pelota, donde más nos dolía, cuando desde los Estados Unidos prohibieron comprar implementos. Nos vimos sin bates, guantes, petos, caretas y, sobre todo sin pelotas, pues una Wilson o una Rawling costaba alrededor de cinco dólares en el mercado internacional (hoy podría triplicarse) y había otras prioridades, con un erario público desfalcado por Batista.

Fue así como, sobre la marcha y por la necesidad, que dicen hace parir hijos machos, nació la Industria Deportiva Cubana, que tenía como objetivo garantizar la continuidad del deporte nacional. La cosa se tornó traumática, pues los primeros que no tuvieron confianza en la Batos, fueron los lanzadores. Hubo campañas dentro y fuera de Cuba en contra de aquellas bolas hechas con amor. Trataban de evitar la continuidad del béisbol. Que si el peso era mayor, las costuras sin buen agarre y qué se yo cuántas cosas inven­tadas o derivadas de la fantasía. Se hizo necesario tomar medidas para recuperar la confianza.     
                                                                                                    
Cuenta José Llanusa[1] que las autoridades del INDER se vieron en la necesidad de hacer un intercambio de forros a las pelotas norteamericanas y las diseñadas en Cuba; los lanzadores asintieron por las del norte, entonces sobre el montículo picaron varias al medio y confirmaron su igual peso y calidad. También se estipuló que las actividades deportivas serían gratis, lo que se mantuvo por más de tres décadas, pero no se erradicaron algunos vicios que se traían del profesionalismo, cuando se pagaba, como aquella de llevarse las pelotas que caían en las gradas. Uno dio pie a un hecho tan ocurrente, que no lo quiero pasar por alto y comparto con ustedes. Les ofrezco una versión del texto de Llanusa. No era extraño, ni lo es, escuchar:

– ¡Oye, devuelve la pelota...!

Tiempos atrás, los aficionados acostumbraban a llevárselas como souvenirs cuando caían en las gradas, no como ahora al amparo de las MLB y en torneos internacionales, donde los jugadores las lanzan al público. Es parte del show. Yo mismo iba al Cerro con un guante para tratar de coger alguna; no lo logré. Pero en los años sesenta la situación era distinta, no solo porque el espectáculo fuera gratuito, sino por la poca disponibilidad de materias primas y dinero para adquirirlas.

La gente se las llevaba, a pesar de la inusual propaganda por todos los medios. En realidad no hacían nada malo, así había sido por mucho tiempo. Una tarde, durante un partido dominical, Llanusa y la direc­ción del INDER salieron al terreno. Ayudados por Eddy Martin, instalaron un micrófono en el box:

   –Por favor, que baje el compañero y nos explique por qué todos devuelven las pelotas y él no lo hace.

  El "fildeador" cambió de color en el repleto graderío y bajó pelota en mano. Como hombre de pueblo entendió la situación; la devolvió. Rechifla seguida de aplausos. Dicen que a partir de allí, se convirtió en el principal animador de la bendecida acción. Pocos se tomaron esa licencia, hasta años después, cuando comenzaron a pagar un precio irrisorio.

Con esas y otras muchas medidas a favor de la pelota, nos pusimos al frente del béisbol amateur, hasta que esa palabra desapareció de la Carta Olímpica, para convertirse en atletas comerciales. Entonces comenzaríamos a sufrir, más que a gozar. Tema candente de actualidad.  

(Continuará)


Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
Pinar del Río, marzo de 2017.



[1] José Llanusa Gobel: El Deporte en Cuba: Análisis para debatir. Discurso de asunción al Doctorado Honoris Causa, del Instituto Superior de Cultura Física "Comandante Manuel Fajardo", 23 de febrero de 1989.

lunes, 27 de marzo de 2017

CARTWRTGHT & CHADWICK

ESTRELLAS DEL BÉISBOL



Por Héctor Barrios Fernández.

Alexander Joy Cartwright y sus amigos acostumbraban jugar una versión de Town Ball en un campo de Manhattan, localizado cerca de lo que ahora es la calle 34 y la avenida Lexington.

La historia dice que un día Cartwright se presentó con un diagrama de un diamante, en el trazado, las bases estaban separadas por 42 pasos (90 pies).

A él también se le acredita con establecer los nueve innings para un juego y limitar el número de jugadores a nueve por cada lado, pero esas aseveraciones son hasta hoy un poco dudosas.

Cartwright fue ciertamente el primero en organizar a sus amigos en un equipo que resultó en los “Knickerbockers Baseball Club”, el cual oficialmente nació el 23 de septiembre de 1845.

El primer juego oficial, fue jugado hasta el siguiente verano, el 19 de junio de 1846 para ser exactos, tomó lugar al otro lado del Río Hudson, en Nueva Jersey, en Elysian Fields en Hoboken.


Los de Alexander Cartwright se enfrentaron a los New York Nine y los Knickerbockers fueron vencidos 23-1, pero hay razones para creer que los Knickerbockers perdieron a propósito, sólo para animar al otro equipo a practicar este nuevo deporte.

Por alguna razón, Cartwright, uno de los mejores jugadores de los Knickerbockers, solamente actuó como umpire en ese juego. Pero aun en esa capacidad, Cartwright fue un pionero. Durante el juego, él multó a un jugador llamado James Whyte Davis con medio Chelín por blasfemar.

En 1849 Cartwright, quien parecía un Papá Noel, por su aspecto físico, tomó camino hacia el oeste en busca de oro. En el camino fue enseñando béisbol tanto a los colonizadores como a los indios.

No encontró oro, aunque decidió buscar fortuna en China. Este hijo de un capitán marino, se sintió enfermo en la primera parte de su viaje y sentó raíces en Hawaii, donde llegó a ser un respetado comerciante y eventualmente amigo de la familia real.

En 1892, Cartwright murió siendo un hombre rico, respetado por los hawaianos, pero olvidado por el béisbol. El descuido fue parcialmente atenuado en 1939, cien años después que supuestamente Abner Doubleday inventó el béisbol, cuando Babe Ruth colocó un ramo de guirnaldas en la tumba de Alexander Cartwright en el Cementerio de Nuannu. El equipo de básquetbol de New York fundado en 1946, son los Knickerbocker o los “Knicks”.



El lugar de nacimiento del béisbol, Elysian Fields en Hoboken puede ser tomado como un vivero o campo experimental. Mientras cubría encuentros de cricket para el periódico “Long Island Star” en 1856, Henry Chadwick llegó a ser cautivado por un encuentro de béisbol que él vio en un campo de cricket.

Chadwick pronto llegó a ser la principal autoridad en el béisbol, escribió el primer libro de reglas. En 1859, para un juego entre la “Estrellas” y  “Excelsiors” en el sur de Brooklyn, presentó el primer “box score”.



Durante los siguientes cuarenta y cinco años, escribió para el “Brooklyn Eagle”, defendiendo y salvaguardando su deporte. Fue entronizado al Salón de la Fama del béisbol en Cooperstown en su primer año. Chadwick fue algo riguroso en su actuar como autoridad. Se despertaba cada mañana a la cinco, tomaba un baño frío, desayunaba ligero y comenzaba a escribir.

Activo hasta sus ochenta y tantos años de edad, Chadwick fue un gran defensor del baño turco. Defensor del juego en equipo y la buena condición de los jugadores, como una forma de rendir al máximo dentro del terreno de juego.

Enemigo de que los jugadores bebieran cerveza a diario, se entregaran al licor o a la vida nocturna o aún peor tontería, adoptar hábitos con las drogas representaría una vida sin sentido.

                                                                           barriosbecerra@prodigy.net.mx

viernes, 24 de marzo de 2017

Abner Doubleday

ESTRELLAS DEL BÉISBOL



Por Héctor Barrios Fernández.

Esta primera historia fue transmitida por el comentarista Bill Sterns como si fuera la palabra de Dios y aunque no tiene absolutamente ninguna base, de hecho es irresistible:

Abraham Lincoln está recostado en su cama a punto de morir después del disparo recibido en el teatro Ford. Reunidos alrededor de él, sus consejeros más cercanos, pide que se acerque el general Abner Doubleday. “Abner,” susurra Lincoln, “no…dejes…que…el béisbol…muera.” Y con esas sus palabras finales, Lincoln se desvanece.

Si esta historia es verdad, Doubleday probablemente habría respondido, “¿qué cosa es béisbol?” Doubleday no es el hombre que inventó el béisbol, más bien el béisbol lo inventó a él. Abner fue un notable hombre, un graduado de la academia militar en West Piont, quien disparó la primera pistola en el Fuerte Sumter. Murió en 1893 antes de que alguien cercano a él le preguntara si él fue de verdad el inventor del béisbol. Ciertamente nunca reclamo tal cosa.


El mito acerca de su invento en Cooperstown, N. Y., cuando joven, no fue tratado sino hasta 1907, cuando Albert Goodwill Spalding quien había sido excelente lanzador de Grandes Ligas y ahora empresario y fabricante de artículos deportivos, formó una Comisión para descubrir los verdaderos orígenes del juego.

Las bases para la conclusión del grupo fue, según palabras del reporte oficial, una circunstancial declaración hecha por un “reputable caballero”.

El reputado caballero fue un octagenario ingeniero de minas de Denver llamado Abner Graves, dijo que cuando él era un jovenzuelo viviendo en Cooperstown en 1839, Abner Doubleday una vez dibujó un diagrama de un diamante para desarrollar un juego de “Town Ball” en la granja de Elihu Phinney.

El presidente de la comisión Mills, un ejecutivo de la empresa fabricante de elevadores llamada “Otis Elevadores” y veterano de la guerra civil, quien estuvo al servicio de Doubleday, escribió: “Puedo bien entender como una mente ordenada del embrión de West Point trazaría un bosquejo para limitar a los participantes de cada lado y distribuirlos en el campo en cada una de sus posiciones, cada uno con cierta cantidad de territorio por cubrir.”

No hay que tomarlo exactamente al pie de la letra, especialmente considerando que Doubleday estaba en esos días asistiendo a West Point y no inventando el béisbol en Cooperstown.



Conforme a los orígenes del béisbol, hay dos escuelas de pensamiento, los que piensan que se creó a sí mismo: creación contra evolución. Muchos académicos mantienen que un empleado bancario y bombero voluntario llamado Alexander Joy Cartwright inventó el béisbol.

El mismo Spalding se refirió a Henry Chadwick, el primer cronista deportivo, como “el padre del béisbol.” Pero Chadwick conoció del juego como uno derivado del “cricket” y del “rounders.” Muchos años antes, en 1798, Jane Austen mencionó un juego de “base ball” en su novela “Northanger Abbey”, y en un poema anónimo aparecido en “A Little Pretty Pocket Book” de John Newbery, considerado el primer libro editado para niños en 1744, se hace referencia al base ball o baseball, quizás refiriéndose al juego de “rounders”, antecesor del béisbol.

Transcribo parte del poema en inglés porque no me atrevo a transcribirlo en español.

B is for
Base-ball
The ball once struck off
Away flies the boy
To the next destined post
And then home with joy.
                                                                           barriosbecerra@prodigy.net.mx