miércoles, 16 de julio de 2014

Quien no oye consejos…




POR JUAN EMILIO BATISTA CRUZ

Comienzo con este refrán popular, porque no cabe la menor duda que la experiencia probó su veracidad en mi persona: De niño siempre quise ser lanzador de béisbol, empeñado en seguir las huellas de mi padre, reconocido lanzador zurdo en las décadas del 30 al 50 del pasado siglo, primero con  la novena principal de la ciudad y luego en las nóminas de conjuntos que animaban los torneos locales.

Muy niño todavía, papi supo que yo lanzaba con regularidad en los pitenes del barrio, me llamó un día y me dijo: “mijo, el pítcher debe hacer el mayor esfuerzo entre todos los jugadores y todavía sus músculos no han alcanzado el desarrollo necesario, lo que puede provocarle una lesión que le impida entonces desempeñarse en ninguna posición. Piense en eso para que después no sufra por tener que renunciar a su pasión”

Sabias palabras que no escuché. Seguí empecinado y hubo un momento en que tiraba un juego por la mañana y otro por la tarde, fui el supuesto brazo de hierro del equipo La Equitativa-Hatuey en la Liga local de Los Cubanitos y después del de la Juventud Católica en la categoría juvenil, con el cual sentí los primeros dolores en el brazo, lesión que me trataron con sesiones de calor.

En enero de 1961, con un título de mecanógrafo colgado en la sala, pero sin trabajo de ningún tipo, recibí un telegrama de Rafael Galiano Batista, un primo hermano administrador de un tejar en la región de Cienfuegos, quien me ofrecía trabajar con él en el control de los documentos de su unidad, perteneciente a la zona de desarrollo agrario LV-15 del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA), cuyo jefe era el Comandante Félix Duque.


Aquel 16 de enero ocurriría un cambio radical en mi existencia. De pronto me convertí de la nada en “contador” del tejar Simpatía, situado a unos tres kilómetros al sur del central Guillermo Moncada (Constancia-A), del municipio villareño de Abreus con un salario de 80 pesos mensuales, toda una fortuna para quien no sabía lo que era un puesto laboral, un sueldo.

Fue una etapa linda de mi vida en todos los sentidos. De inmediato investigué sobre la pelota en la zona y conocí que tres conocidos hermanos nacidos en Constancia, los Fleitas,  Andrés (receptor de mi equipo de preferencia en la Liga Cubana, el Almendares); Ángel (torpedero) y Anselmo (inicialista), habían jugado en el profesionalismo, por lo que apenas con un mes de estancia en el lugar, tomé mi inseparable bolso con el traje y todos los implementos y me presenté en  el estadio donde se preparaba la novena para el cercano campeonato.

Cuando dije que era pelotero y me desempeñaba como lanzador, el mentor “Tato” Lima, sus colaboradores y la mayoría de los jugadores, se miraron entre sí, en tanto más de uno esbozó una sonrisa burlona. No les faltaba razón: con 18 años de edad, yo tenía una estatura de 5,6 pies y pesaba a lo sumo 115 libras, por lo que “mi estampa” no ofrecía confianza alguna de que fuera capaz de lanzar la pelota con alguna fuerza.

Insistí y les ofrecí mi aval, desde Los Cubanitos, hasta el trabajo que guió al conjunto de la Juventud Católica a ganar el título en el torneo juvenil del municipio de Victoria de Las Tunas en la campaña de 1960. Me permitieron que probara mis cualidades, todos quedaron sorprendidos, me incluyeron en la preselección y fui tan convincente que dos semanas después estaba en la nómina, con un flamante uniforme de franela gris, desechada por los Cubans Sugar Kings, franquicia de Triple A, adquirido por el Sindicato del ingenio.

Trabajé de relevista en dos ocasiones por espacio total de 3,2 de innings y lo hice bien aunque había sentido molestias en el hombro.


Fue entonces que en una jornada dominical enfrentamos al conjunto de Limones, un poblado que atraviesa la carretera del circuito sur, situado entre Rodas y Ariza. No era de los rivales complicados, por lo que se manejó no abrir con nuestra estrella, Roberto González, y tanto el receptor Laureano Falla como el antesalista Orlando Toledo insistieron en que se me diera la oportunidad.

Durante el calentamiento estuve duro, con buena curva, pero en los últimos envíos sentí un ligero calambre desde el hombro hasta los dedos. No dije nada, por supuesto, mas exploté en el propio capítulo de apertura y no porque fuera bateado: Inexplicablemente no podía controlar la pelota y regalé cuatro boletos seguidos. El brazo no respondía, al extremo de que mi principal arma, que me permitía poner la bola donde quería, se trocó en el peor enemigo.

Vino a mi mente la repetida advertencia de mi padre. Comprendí que no podía continuar de pítcher y decidí descansar, durante alrededor de tres meses no tiré una pelota, sin dejar de hacer el resto de los entrenamientos, hasta que no sentí dolor alguno. Como era buen bateador, me convertí en el torpedero de la novena del tejar Simpatía, con la cual participé en la conquista de dos títulos de segunda categoría en el municipio de Abreus, en cuyos torneos alcancé el liderazgo de los bateadores con averages de 572 y 545, respectivamente.

En 1964 regresé a tierras orientales para trabajar en el departamento de Divulgación de la regional ocho del Ministerio de la Construcción en Holguín, mientras que los fines de semana jugaba para el equipo del Ministerio del Interior en los torneos de segunda categoría de la ciudad de Victoria de Las Tunas. Como defensor de la esquina caliente alcancé resultados relevantes y volví a ganar dos coronas de bateo con promedios de 522 y 512, pero el brazo se resintió definitivamente y con apenas 27 años de edad debí renunciar  a mi pasión, tal y como lo vaticinó mi padre.


Claro que nunca me he alejado ni me alejaré de la pelota: Desde 1967 me convertí en periodista y narrador deportivo, trabajé en las series nacionales de béisbol, dos campeonatos mundiales, unos Juegos Centroamericanos y del Caribe, unos Panamericanos, otros muchos eventos cubanos de diferentes disciplinas y otros de carácter internacional dentro del país  y viajé a la hermana república africana de Angola donde serví solidariamente en el semanario Verde Olivo en Misión Internacionalista.


Por razones de enfermedad, fundamentalmente, en noviembre de 2009 decidí jubilarme, pero nunca me he retirado y continúo todo lo activo que mis condiciones de salud me permiten. Ah, pero nunca olvidaré que mi carrera de pelotero pudo tener un mejor final si hubiera asimilado las orientaciones que me dio mi viejo cuando era un niño. Los refranes populares encierran sabiduría infinita y no cabe dudas, “Quien no oye consejos, no llega a viejo” ¿Estamos de acuerdo?

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