Ramón "Abulón" Hernández.
Por Ignacio
Martínez Ortiz
Entrevista
y beisbol
El
Sol de Zacatecas
13
de marzo de 2014
En 1982 el beisbol profesional mexicano entró en problemas que casi terminan con
su existencia.
Resulta que un jugador, no muy destacado, más bien suplente, fue
dado de baja por su club, Tigres de México.
No mediaba ningún "contrato de
trabajo"; pues por ese entonces los beisbolistas profesionales estaban
sujetos a ser mantenidos jugando o a ser suspendidos según el criterio hasta
cierto punto subjetivo de los directivos y de los dueños de los equipos.
Claro,
de alguna manera se "analizaba" su mal o buen desempeño en el terreno
de juego por las estadísticas que se llevan tan minuciosamente en los diversos
aspectos del juego de beisbol.
Estas estadísticas, llamadas
"numeritos", son la mejor "garantía" de los peloteros para
recibir un trato, digamos justo, por parte de quienes los contratan.
Aquellos
jugadores que le atizan sólidamente a la bola, en promedio, tres de cada 10
veces que se paran a batear, tiene garantizada su permanencia en los equipos.
Son considerados estrellas. No importa su comportamiento personal o las
simpatías o aversiones que tenga con los directivos o "managers".
Ningún dirigente, ninguna suerte, ningún capricho cortará su carrera. El
beisbol es curioso. Actuando cada jugador para tener una actuación personal
destacada, cooperará al triunfo colectivo. Sí, jugando para él mismo, el
beisbolista lo hace para todo el club.
Los
jugadores que se acercan al final de sus carreras, disminuyen
significativamente sus "cifras" y numeritos. No solamente
participaban en menor cantidad de juegos, hay un criterio objetivo, "las
cifras", para dejar de ser contratados y alejarse de los diamantes.
En
este entendido se movieron y regularon las relaciones entre peloteros y dueños
de los equipos más o menos de 1980 hacia atrás. La seguridad en el empleo y el
retiro se determinaban de esta manera, considerada por casi todo mundo,
natural. Los sindicatos y la formalización de las reglas de contratación no se
estimaban necesarios.
Hasta
aquella noche de un día de abril de 1982 cuando se iba a celebrar uno de los juegos
más disputados entre dos equipos de la "liga mexicana", Diablos
contra Tigres, ambos clubs de la capital del país, una auténtica guerra civil.
Con
la expectación de los célebres duelos protagonizados tradicionalmente por esos
equipos y con el estadio lleno los Diablos no salieron al terreno de juego.
El
desconcierto y la desilusión fueron monumentales.
Al
principio nadie acertaba a explicarse la razón de tan raro comportamiento de
todos los jugadores Diablos. Pero al cabo de unas horas se supo: los Diablos no
salieron a jugar en solidaridad con el cátcher suplente del acérrimo rival, los
Tigres; Vicente Peralta.
La
directiva de los Felinos había considerado que el jugador había llegado al
final de su carrera. Nunca fue estrella, lo dije; ya veterano no hacía falta en
lado alguno, los directivos no quisieron negociarlo a otro equipo. Cesado y a
su casa.
Más,
los jugadores de los Diablos pensaron de manera muy diferente: Vicente no era
un objeto para desecharlo y tirarlo a la basura como un objeto inservible. Y
plantearon un paro de labores para oponerse a esa medida que veían como un
capricho del atrabiliario dueño de los Tigres. Que como una ironía llevaba el
mismo apellido del jugador despedido: el propietario era el ingeniero Alejo
Peralta.
En
ese momento con los Diablos protestando por el despido injustificado de un
compañero de labores, sin importar que perteneciera al equipo rival, todos los
defectos, extravagancias e injusticias les salieron a los dueños de los clubs
de la liga del beis profesional: explotadores, negreros, tiranos que
esclavizaban sin piedad a los beisbolistas; y los pobres atletas, sin seguridad
laboral, sin contrato colectivo de trabajo, sin seguro médico, etc. Los
magnates y dueños eran unos verdaderos y auténticos hijos de la retiznada.
La
rebelión cundió a la mayoría de los jugadores de los equipos. Se declararon en
huelga y a no dejarse explotar más. A dura penas la liga medio pudo terminar
con la temporada con unos cuatro equipos mal formados por suplentes. Los
grandes estrellas se percataron que ellos eran realmente el pilar del deporte y
que con su habilidad y su dominio del juego hacían posible la existencia del
beis profesional.
¿Por
qué no tomar el toro por los cuernos? Encargarse de la administración del juego
debía ser más sencillo que, por ejemplo, lanzar la bola a 80 millas por hora y
disponer de fracciones de segundo para conectarla tan lejos como 350 pies y
encima de una alta barda, con el delgado palo, llamado bat. Jugar y hacerlo
brillantemente, eso sí que es una cosa sólo al alcance de unos cuantos súper
dotados de un talento especial.
¡Los
patrones son prescindibles! Parásitos y explotadores. Vivan los obreros y los
que llevan a cabo el juego de pelota. Surgió la ANABE (Asociación Nacional de
Beisbolistas). Y la liga promovida por esa asociación. Liga sobresaliente, con
enormes jugadores y de una calidad de pelota como pocas veces se ha visto en
México; y además con lecciones históricas y sociales de suma importancia en la
administración y la organización de los negocios.
Zacatecas
fue sede de un equipo. Tuzos de la UAZ. Si por el parque de Zacatecas, 15 años
antes, pasaron jóvenes peloteros que con el tiempo habría de ser estrellas y
hasta jugar en los Estados Unidos, con la liga de la ANABE vimos aquí en acción
a jugadores que en ese momento eran estrellas de Ligas Mayores: Ivan Murrel,
Vitico Davalillo, Ismael Oquendo, Pinolo Rodríguez, Jorge Roque, Enrique Romo.
ANABE.
Liga y organización de rebeldes. No podía estar ahí Ramón Medina. Adusto y
conservador se encontraba lejos de esos catatónicos y casi aventureros. Y la
aventura no duró mucho.
La administración no fue finalmente un asunto sencillo.
Tenía su chiste. La liga independiente (los malévolos le llamaban pirata) de la
ANABE no se pudo sostener sólo con el talento y la capacidad desplegada por los
peloteros en el terreno de juego. Desapareció.
Los rebeldes regresaron con los
abominables patrones; negreros y explotadores, pero que sabían del asunto del
manejo de las empresas y de los negocios. Y el beis profesional es, al fin y al
cabo, un negocio.
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