miércoles, 12 de julio de 2017

Dos al infinito: Alfonso y Rey Vicente

Por Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga


Cuando me importa estar vivo frente al béisbol, pongo sobre
mí a viejos restauradores.
Conozco a uno que nos convierte.
Llámenlo A. Urquiola.

Carlos Esquivel

   Más de una ocasión he imaginado a peloteros como Alfonso Urquiola y Rey Vicente Anglada en otras épocas. En el siglo XIX no hubieran podido jugar oficialmente, porque los negros no tenían acceso al béisbol. Ellos tendrían que esperar hasta el 1900, bajo la primera ocupación norteamericana de la Isla, para buscarse un puesto entre el San Francisco (de mayoría negra), que resultaría campeón ese año, el Cubano (con unos cuantos) o el Almendarista (con un par de ellos), incluido Joseíto Muñoz, un estelar lanzador.
   La Liga Profesional Cubana resolvió un problema que parecía insoluble al incorporar jugadores negros, por tres razones fundamentales: se lo habían ganado en la manigua peleando por la libertad junto a los blancos, la calidad demostrada entre ellos y el factor económico.
   Por entonces, otro obstáculo para el vueltabajero sería el sincretismo religioso, mal visto por las “clases vivas” de la nación, quienes dominaban la publicidad. Alfonso nació el 13 de octubre de 1952, vinculado a la caña con creencias afrocubanas y Anglada el 6 de enero de 1953, en los contornos del Gran Stadium de La Habana, hoy Latinoamericano; ambos con raíces humildes.
   La rivalidad es inherente al deporte. Con el tiempo la hubo entre Stevenson, lamentablemente desaparecido en 2012, y Ángel Milián, muerto años antes. Nadie, ni los pinareños, vimos superior al nuestro. La Comisión Nacional decidió no enfrentarlos más, se hacían mucho daño.
   Al estelar Lázaro Vargas, quien en el terreno parecía insolente, le tocó bailar con la fea en el Cuba. Un día me confesó su absoluta admiración por Omar Linares, aunque le quitara posibilidades. Muñoz tuvo que calentar la banca por años, por culpa de Marquetti. Pedro Jova declinó con Germán Mesa. A pesar de su bateo, Pedro Medina fue muchas veces al dugout por Juanito Castro. Solo juegan nueve. Ganarse un puesto como regular era muy difícil, mucho más en la Selección Nacional. Alfonso y Rey Vicente tuvieron que abrirse paso.
Los dos jugaron la segunda base. Coincidieron en el tiempo, y entre ellos se planteó una porfía que dividió a la afición de toda la Isla. Una parte, que amaba el espectáculo, deliraba con Rey Vicente Anglada. La otra, más propensa a estimar la eficiente sobriedad, prefería a Alfonso Urquiola.[1]
   El pinareño había desplazado en corto tiempo al matancero Félix Isasi, otro estelarísimo. En época de grandes, Anglada fue un camarero estelar de la institución azul. En la cumbre le tocaba ir a la banca, pues existía Alfonso.
   Temática para el mundo subjetivo, cada cerebro tiene vericuetos y armazones sincronizadas, no se sabe a ciencia cierta ni la tercera parte de lo que contiene, ni sus amplias posibilida­des. Si hablo así es porque muchos no estarán conformes, pero ese riesgo hay que correrlo. Este es un homenaje a ambos.
¿Quién es el mejor? Lejos ya de aquellas pasiones, no tengo más remedio que admitir que ninguno de los dos fue mejor que el otro: cada uno fue excepcional. Y lo que tanto Anglada como Urquiola nos dejaron, fue la memoria de un tiempo en el que la pelota era una de las cosas más importantes de nuestras vidas.[2]
   Comenzó en la XII Serie Nacional (1972-1973) y dejó de jugar en 1982 cuando, según sus propias palabras, “lo botaron”, en una decisión no esclarecida públicamente. Después regresó, pero ya no era el mismo. Entonces lo nombraron director de sus Industriales y nada menos que del equipo Cuba, con todo el reconocimiento social y la confianza que ello conlleva.
   Con él recordé a Tony Taylor, aquel almendarista profesional tan eficiente dentro y fuera del país, uno de los pocos cubanos que han conectado más de 2 000 hits en Grandes Ligas, quien hizo una combinación prodigiosa junto al irrepetible Willie Miranda.
   La repercusión de Anglada ha sido grande:
Llegó el momento en que los fanáticos del equipo -–tal y como confiesa el actor Luis Alberto García— íbamos a los partidos solo para ver jugar a Anglada (…) En él parecía encarnar el espíritu de la pelota misma, como si el deporte tuviera dioses y estos hubieran decidido hacerlo su elegido. Luis Alberto lo dice mucho mejor que yo: “Era como cuando uno ve a Michael Jordan, piensa que si Dios jugara lo haría así… eso mismo nos pasaba con Anglada…”[3]
   Ambos se entregaban con pasión. El azul fue bueno hacia delante, a los lados, hacia atrás, muy rápido, buen pivoteo y un brazo respetable, donde único superó a Alfonso, que no fue un “manco” ni mucho menos. Los veo como a Víctor Mesa y Casanova. La Explosión Naranja más espectacular, pero la eficiencia por Casanova. Lo dilucidé en El Señor Pelotero, pero no me había adentrado en vericuetos alfonsinos y angladenses. He tenido que callar a cientos de habaneros que le gritaban al vueltabajero, aunque vistiera la franela de las cuatro letras. Los pinareños también hicieron de las suyas con el capitalino.
Entre los mejores camareros, Isasi, Pacheco y compañía, Anglada era el menos bateador, pero hacía todo lo demás muy bien, un jugador completo y espectacular, con pleno dominio de las exigencias en tan difícil posición. No era un gran bateador, pero inteligente y rápido, sabía sacar buen provecho a su bateo. Fue muy agresivo en las bases. La gente alimentó la rivalidad entre nosotros, eso solo era en el terreno, porque somos muy buenos amigos, es una persona fraternal, transparente.[4]
   Si vamos a las estadísticas, El Relámpago de Bahía Honda, como lo bautizó Salamanca, lleva las de ganar. Anglada bateó .291 en diez temporadas y Alfonso .286 en diecinueve. Cualquier mínimo conocedor sabe que en más veces al bate, es más difícil conservar los récords. En los demás departa­mentos estadísticos fue superior el más occidental. Daré un par de datos: Alfonso impulsó 566 carreras, contra 303 Anglada. El del central Orozco terminó con slugging de .404 y Rey Vicente con .398.
   Si la ofensiva es importantes, a la hora de decidir en tan difícil posición, me quedo con la defensa, allí está la llave del cuadro. Equipo sin un buen camarero, es condenado al fracaso. Entonces nos encontramos un fenómeno pecu­liar: ambos fildearon para .976. La diferencia está en el total de lances. El vueltabajero estuvo en 6 640 y Rey Vicente en 4 259. Tam­bién es mucho más difícil mantener esos datos en más posibilidades. Aunque acudo a las estadísticas, me gusta verlos en el terreno.
   Quiero reafirmar que Anglada fue un camarero extraordinario, digno de jugar muchos más años como titular en el Equipo Nacional, pero allí estaba Alfonso Urquiola, que a mi juicio y por favor no me hagan caso, convénzanse por ustedes mismos, lo superó aunque solo fuera por una nariz.
Urquiola era la estrella. Anglada el relevo. No sería fácil superar al Relámpago de Bahía Honda. Grande en los diamantes nacionales, grande en los diamantes de extramuros, en los Panamericanos de 1975 y en la fallida Copa Intercontinental de Edmonton en 1981. Grande, grandísimo, en aquel juego donde Agustín Marquetti le aguó la fiesta a los pinareños y donde, según el ácido decir del cronista deportivo Jorge Morejón: “Urquiola le dio una clase a Padilla sobre cómo se jugaba la segunda base…”[5]  
   Como managers están empatados, con tres títulos nacionales y varios foráneos. Alfonso ha ganado tres Series Nacionales con Pinar del Río (1998, 2011 y 2014) y eventos Mundiales, Panamericanos y los desafíos frente al Baltimore Orioles. Rey Vicente también alcanzó tres lauros al frente de los Azules: 2003, 2004 y 2006, así como títulos extrafronteras.  
   Enfrentados en la arena internacional, el vueltabajero venció al Cuba un par de ocasiones, cuando dirigía al Panamá y Anglada lo hacía por los nuestros. El habanero nunca ha escatimado elogios para el de Orozco, y viceversa:
Una gente con mucha dedicación, entrenaba muchísimo, siempre tratando de ser cada día mejor. Creo que también, producto de la competitividad que existía entre él y yo, eso también lo apuraba a ser cada día mejor. Coincidimos como managers, pero qué sucedía, que yo estaba con el equipo Industriales y Alfonso estaba con Matanzas, es decir que la pelea no era pareja. Después coincidimos en los Panamericanos de Brasil, Alfonso dirigiendo Panamá y yo dirigiendo el Cuba, y Panamá nos ganó cuatro carreras por tres.[6]
   Hace muchos años, a finales de la década del setenta, en una Serie Selectiva, se enfrentaban Pinar del Río y Habana en el Capitán San Luis, cuando se produjo una jugada en home que provocó la airada protesta que parecía no acabar y los árbitros decretaron el forfeit a favor de los de la capital.
   Alfonso y Anglada defendían sus respectivas posiciones. Iván Davis, Jefe del Grupo arbitral, avisó a la cabina para anunciar la decisión, pero Mickey Montalvo, el anunciador que fue pelotero profesional, se negó a hacerlo.
   Juanito Castro había salido de su posición para ir a tocar al isleño Silvio Montes. Más que tocarlo prácticamente lo empujó a varios metros del plato y el árbitro Alejandro Montesinos, quien había sido pelotero profesional, decretó safe. La situación provocó la presencia en la capital vueltabajera de la máxima dirección del béisbol en el país. Días después, en la sala de mi casa, Servio Borges, amigo de mi hermano Francisco José (Catibo) confesó:
No reconozco ninguna segunda base mejor que Urquiola. Conmigo siempre ha jugado y jugará, porque es el mejor y el que más se entrega. Desde los Panamericanos de México 1975 aprendí esa lección, allí se echó arriba el equipo y decidió con un triple el juego decisivo. Mejor no lo quiero.[7]
   Corroboró la afirmación cuando lo llevó a un torneo internacional con el dedo enyesado. Y, sobre todo, aquella noche en que llamó a Alfonso a batear por Anglada contra los profesionales venezolanos y decidió con un batazo. Estaba en la banca con el cuarenta de fiebre. Supersticioso, no quiso quedarse en el hotel y se fue enfermo al terreno, para hundirse abrigado en el dugout. Sin su permiso y por la amistad que nos une, con el máximo respeto y admiración por Anglada, a quien he tratado y considero una gran persona, quiero hacer pública esta confesión:
Me sentía muy mal. Servio se me acercó y me preguntó si podía batear, era un momento decisivo. ¿Qué podía decirle?, yo tenía tres aspirinas dentro. Le dije que sí, cogí mi bate y salí para home. Anglada regresaba de allá, aquello me disgustó, porque Servio no debió dejarlo salir para después llamarlo. Le dije: Si me hace esa mierda, lo mando para el carajo. Entonces me contestó: -- Tú puedes hacerlo, porque eres el uno, pero yo soy el dos.[8]
   Los cubanos debemos estar orgullosos de tantos defensores de la segunda almohadilla, desde Bienvenido (Pata Jorobá) Jiménez, pasando por Tony Taylor y Cookie Rojas, hasta Telemaco, Isasi, Pacheco, Padilla y tantos otros, donde descuellan, segundos de ninguno, Alfonso Urquiola y Rey Vicente Anglada.
   En estos legendarios jugadores hay asunto para la epopeya. Nunca nos pondremos de acuerdo en las preferencias, pero sí en el extraordinario aporte que hicieron y hacen a la pelota cubana.

Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
Julio de 2017.



[1] Michel Contreras: Dioses compartidos. Libro en proceso de edición.
[2] Leonardo Padura Fuentes: Alfonso en Padura. Crónica para Alfonso Urquiola. Caballero del Diamante. Ediciones Loynaz, 2014, p.190.
[3] Víctor Fowler: Con las bases llenas. Ediorial Científico Técnica, La Habana, 2008, p. 312.
[4] Alfonso Urquiola: Entrevista con el autor, el 12 de marzo de 2012.
[5] Miguel Terry Valdespino: Un  hombre vestido de oscuro y un relámpago feliz. En Alfonso Urquiola. Caballero del diamante. Ediciones Loynaz 2014, p. 192.
[6] Rey Vicente Anglada: Declaraciones para el documental El Relámpago de Bahía Honda, de José González Vera (Pepe), 2011.
[7] Servio Tulio Borges: Pinar del Río, 12 de marzo de 1981.
[8] Alfonso Urquiola. Entrevista con el autor. Peña Deporte y Cultura. Centro Hermanos Loynaz, 9 de enero de 2006.

No hay comentarios:

Publicar un comentario