Por Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
Cuando me importa estar vivo frente
al béisbol, pongo sobre
mí a viejos restauradores.
Conozco a uno que nos convierte.
Llámenlo A. Urquiola.
Carlos Esquivel
Más de una ocasión he imaginado a peloteros como Alfonso Urquiola y Rey
Vicente Anglada en otras épocas. En el siglo XIX no hubieran podido jugar
oficialmente, porque los negros no tenían acceso al béisbol. Ellos tendrían que
esperar hasta el 1900, bajo la primera ocupación norteamericana de la Isla , para buscarse un puesto
entre el San Francisco (de mayoría
negra), que resultaría campeón ese año, el Cubano
(con unos cuantos) o el Almendarista
(con un par de ellos), incluido Joseíto
Muñoz, un estelar lanzador.
Por entonces, otro obstáculo para el vueltabajero sería el sincretismo
religioso, mal visto por las “clases vivas” de la nación, quienes dominaban la
publicidad. Alfonso nació el 13 de octubre de 1952, vinculado a la caña con
creencias afrocubanas y Anglada el 6 de enero de 1953, en los contornos del Gran Stadium de La Habana, hoy Latinoamericano; ambos con raíces
humildes.
La rivalidad es inherente al deporte. Con el
tiempo la hubo entre Stevenson, lamentablemente desaparecido en 2012, y Ángel Milián,
muerto años antes. Nadie, ni los pinareños, vimos superior al nuestro. La Comisión Nacional
decidió no enfrentarlos más, se hacían mucho daño.
Al estelar Lázaro Vargas, quien en el
terreno parecía insolente, le tocó bailar con la fea en el Cuba. Un día me confesó su absoluta
admiración por Omar Linares, aunque le quitara posibilidades. Muñoz tuvo que
calentar la banca por años, por culpa de Marquetti. Pedro Jova declinó con
Germán Mesa. A pesar de su bateo, Pedro Medina fue muchas veces al dugout por Juanito Castro. Solo juegan nueve. Ganarse un puesto como regular era
muy difícil, mucho más en la
Selección Nacional. Alfonso y Rey Vicente tuvieron que
abrirse paso.
Los dos jugaron
la segunda base. Coincidieron en el tiempo, y entre ellos se planteó una porfía
que dividió a la afición de toda la Isla. Una parte, que amaba el espectáculo,
deliraba con Rey Vicente Anglada. La otra, más propensa a estimar la eficiente
sobriedad, prefería a Alfonso Urquiola.[1]
El pinareño había desplazado en corto tiempo
al matancero Félix Isasi, otro estelarísimo. En época de grandes, Anglada fue un
camarero estelar de la institución azul. En la cumbre le tocaba ir a la banca,
pues existía Alfonso.
Temática para el mundo subjetivo, cada
cerebro tiene vericuetos y armazones sincronizadas, no se sabe a ciencia cierta
ni la tercera parte de lo que contiene, ni sus amplias posibilidades. Si hablo
así es porque muchos no estarán conformes, pero ese riesgo hay que correrlo.
Este es un homenaje a ambos.
¿Quién es el mejor? Lejos ya
de aquellas pasiones, no tengo más remedio que admitir que ninguno de los dos
fue mejor que el otro: cada uno fue excepcional. Y lo que tanto Anglada como
Urquiola nos dejaron, fue la memoria de un tiempo en el que la pelota era una
de las cosas más importantes de nuestras vidas.[2]
Comenzó en la XII Serie Nacional
(1972-1973) y dejó de jugar en 1982 cuando, según sus propias palabras, “lo
botaron”, en una decisión no esclarecida públicamente. Después regresó, pero ya
no era el mismo. Entonces lo nombraron director de sus Industriales y nada menos que del equipo Cuba, con todo el reconocimiento social
y la confianza que ello conlleva.
Con él recordé a Tony Taylor, aquel almendarista profesional tan eficiente dentro y
fuera del país, uno de los pocos cubanos que han conectado más de 2 000 hits en Grandes Ligas, quien hizo una
combinación prodigiosa junto al irrepetible Willie
Miranda.
La repercusión de Anglada ha sido grande:
Llegó el momento en que los
fanáticos del equipo -–tal y como confiesa el actor Luis Alberto García— íbamos
a los partidos solo para ver jugar a Anglada (…) En él parecía encarnar el
espíritu de la pelota misma, como si el deporte tuviera dioses y estos hubieran
decidido hacerlo su elegido. Luis Alberto lo dice mucho mejor que yo: “Era como
cuando uno ve a Michael Jordan, piensa que si Dios jugara lo haría así… eso
mismo nos pasaba con Anglada…”[3]
Ambos se entregaban con pasión. El azul fue
bueno hacia delante, a los lados, hacia atrás, muy rápido, buen pivoteo y un brazo
respetable, donde único superó a Alfonso, que no fue un “manco” ni mucho menos.
Los veo como a Víctor Mesa y Casanova. La Explosión Naranja más espectacular, pero la
eficiencia por Casanova. Lo dilucidé en El
Señor Pelotero, pero no me había adentrado en vericuetos alfonsinos y
angladenses. He tenido que callar a cientos de habaneros que le gritaban al
vueltabajero, aunque vistiera la franela de las cuatro letras. Los pinareños
también hicieron de las suyas con el capitalino.
Entre los mejores camareros,
Isasi, Pacheco y compañía, Anglada era el menos bateador, pero hacía todo lo
demás muy bien, un jugador completo y espectacular, con pleno dominio de las
exigencias en tan difícil posición. No era un gran bateador, pero inteligente y
rápido, sabía sacar buen provecho a su bateo. Fue muy agresivo en las bases. La
gente alimentó la rivalidad entre nosotros, eso solo era en el terreno, porque
somos muy buenos amigos, es una persona fraternal, transparente.[4]
Si vamos a las estadísticas, El Relámpago de Bahía Honda, como lo
bautizó Salamanca, lleva las de ganar. Anglada bateó .291 en diez temporadas y
Alfonso .286 en diecinueve. Cualquier mínimo conocedor sabe que en más veces al
bate, es más difícil conservar los récords. En los demás departamentos estadísticos
fue superior el más occidental. Daré un par de datos: Alfonso impulsó 566
carreras, contra 303 Anglada. El del central Orozco terminó con slugging de .404 y Rey Vicente con .398.
Si la ofensiva es importantes, a la hora de
decidir en tan difícil posición, me quedo con la defensa, allí está la llave
del cuadro. Equipo sin un buen camarero, es condenado al fracaso. Entonces nos
encontramos un fenómeno peculiar: ambos fildearon para .976. La diferencia
está en el total de lances. El vueltabajero estuvo en 6 640 y Rey Vicente en 4
259. También es mucho más difícil mantener esos datos en más posibilidades.
Aunque acudo a las estadísticas, me gusta verlos en el terreno.
Quiero reafirmar que Anglada fue un camarero
extraordinario, digno de jugar muchos más años como titular en el Equipo
Nacional, pero allí estaba Alfonso Urquiola, que a mi juicio y por favor no me
hagan caso, convénzanse por ustedes mismos, lo superó aunque solo fuera por una
nariz.
Urquiola era la estrella.
Anglada el relevo. No sería fácil superar al Relámpago de Bahía Honda. Grande en los diamantes nacionales,
grande en los diamantes de extramuros, en los Panamericanos de 1975 y en la
fallida Copa Intercontinental de Edmonton en 1981. Grande, grandísimo, en aquel
juego donde Agustín Marquetti le aguó la fiesta a los pinareños y donde, según
el ácido decir del cronista deportivo Jorge Morejón: “Urquiola le dio una clase
a Padilla sobre cómo se jugaba la segunda base…”[5]
Como managers
están empatados, con tres títulos nacionales y varios foráneos. Alfonso ha
ganado tres Series Nacionales con Pinar
del Río (1998, 2011 y 2014) y eventos Mundiales, Panamericanos y los
desafíos frente al Baltimore Orioles.
Rey Vicente también alcanzó tres lauros al frente de los Azules: 2003, 2004 y 2006,
así como títulos extrafronteras.
Enfrentados en la arena internacional, el
vueltabajero venció al Cuba un par
de ocasiones, cuando dirigía al Panamá
y Anglada lo hacía por los
nuestros. El habanero nunca ha escatimado elogios para el de Orozco, y
viceversa:
Una gente con mucha
dedicación, entrenaba muchísimo, siempre tratando de ser cada día mejor. Creo
que también, producto de la competitividad que existía entre él y yo, eso
también lo apuraba a ser cada día mejor. Coincidimos como managers, pero qué sucedía, que yo estaba con el equipo Industriales y Alfonso estaba con Matanzas, es decir que la pelea no era
pareja. Después coincidimos en los Panamericanos de Brasil, Alfonso dirigiendo Panamá y yo dirigiendo el Cuba, y Panamá
nos ganó cuatro carreras por tres.[6]
Hace muchos años, a finales de la década del setenta, en una Serie
Selectiva, se enfrentaban Pinar del Río y Habana en el Capitán San Luis, cuando se produjo una jugada en home que provocó la airada protesta que
parecía no acabar y los árbitros decretaron el forfeit a favor de los de la capital.
Alfonso y Anglada defendían sus respectivas posiciones. Iván Davis, Jefe
del Grupo arbitral, avisó a la cabina para anunciar la decisión, pero Mickey Montalvo, el anunciador que fue
pelotero profesional, se negó a hacerlo.
Juanito Castro había salido de
su posición para ir a tocar al isleño Silvio Montes. Más que tocarlo
prácticamente lo empujó a varios metros del plato y el árbitro Alejandro
Montesinos, quien había sido pelotero profesional, decretó safe. La situación provocó la presencia en la capital vueltabajera
de la máxima dirección del béisbol en el país. Días después, en la sala de mi
casa, Servio Borges, amigo de mi hermano Francisco José (Catibo) confesó:
No reconozco
ninguna segunda base mejor que Urquiola. Conmigo siempre ha jugado y jugará,
porque es el mejor y el que más se entrega. Desde los Panamericanos de México
1975 aprendí esa lección, allí se echó arriba el equipo y decidió con un triple
el juego decisivo. Mejor no lo quiero.[7]
Corroboró la afirmación cuando lo llevó a un torneo internacional con el
dedo enyesado. Y, sobre todo, aquella noche en que llamó a Alfonso a batear por
Anglada contra los profesionales venezolanos y decidió con un batazo. Estaba en
la banca con el cuarenta de fiebre. Supersticioso, no quiso quedarse en el
hotel y se fue enfermo al terreno, para hundirse abrigado en el dugout. Sin su permiso y por la amistad
que nos une, con el máximo respeto y admiración por Anglada, a quien he tratado
y considero una gran persona, quiero hacer pública esta confesión:
Me sentía muy
mal. Servio se me acercó y me preguntó si podía batear, era un momento
decisivo. ¿Qué podía decirle?, yo tenía tres aspirinas dentro. Le dije que sí,
cogí mi bate y salí para home. Anglada
regresaba de allá, aquello me disgustó, porque Servio no debió dejarlo salir
para después llamarlo. Le dije: Si me hace esa mierda, lo mando para el carajo.
Entonces me contestó: -- Tú puedes hacerlo, porque eres el uno, pero yo soy el
dos.[8]
Los cubanos debemos estar orgullosos de tantos defensores de la segunda
almohadilla, desde Bienvenido (Pata
Jorobá) Jiménez, pasando por Tony
Taylor y Cookie Rojas, hasta
Telemaco, Isasi, Pacheco, Padilla y tantos otros, donde descuellan, segundos de
ninguno, Alfonso Urquiola y Rey Vicente Anglada.
En estos legendarios jugadores hay asunto para la epopeya. Nunca nos
pondremos de acuerdo en las preferencias, pero sí en el extraordinario aporte
que hicieron y hacen a la pelota cubana.
Juan A. Martínez de Osaba y Goenaga
Julio de 2017.
[1] Michel Contreras: Dioses
compartidos. Libro en proceso de edición.
[2] Leonardo Padura Fuentes: Alfonso
en Padura. Crónica para Alfonso
Urquiola. Caballero del Diamante. Ediciones Loynaz, 2014, p.190.
[3] Víctor Fowler: Con las bases
llenas. Ediorial Científico Técnica, La Habana, 2008, p. 312.
[5] Miguel Terry Valdespino: Un hombre vestido de oscuro y un relámpago feliz.
En Alfonso Urquiola. Caballero del diamante. Ediciones Loynaz 2014, p. 192.
[6] Rey
Vicente Anglada: Declaraciones para el documental El Relámpago de Bahía Honda, de José González Vera (Pepe), 2011.
[8] Alfonso
Urquiola. Entrevista con el autor. Peña Deporte
y Cultura. Centro Hermanos Loynaz, 9 de enero de 2006.
No hay comentarios:
Publicar un comentario