Por Germán Martínez
Aceves.
A la memoria de mi padre
Mi padre, pelotero
orgullosamente llanero, segunda base del “Transportes Victoria” y a la larga el
mana-ger, solía llevarme al Parque del Seguro Social para ver diversos juegos
de béisbol en cada temporada.
Nuestro lugar de
costumbre era del lado derecho, la sección roja, arriba del dogout de los
Diablos Rojos del México. Llegábamos temprano para ver el calentamiento, mi
padre analizaba las jugadas que practicaban y yo, tirado de panza sobre el
techo de la caseta escarlata, pedía autógrafos en una pelota a cada uno de mis
ídolos como el Abulón Hernández, el Zurdo Ortiz, el Diablo Montoya y todo el
equipo rojo.
La emoción crecía cuando
llegaba la hora mágica del béisbol, las 19:30 horas. En los radios de
transistores se oía la voz de Óscar el Rápido Esquivel a través de la XEX, el
Cananea Reyes se encaminaba rumbo al home para el protocolo de intercambio de
line ups y los detalles de las reglas del terreno, y entonces salían corriendo
de la caseta los Diablos como almas que llevan el béisbol mientras la Marabunta
Roja hacía sonar las matracas y la sirena y las porras retumbaban con el
Mé-xi-co, tan tan tan, Mé-xi-co, tan tan tan.
Ahí entre la porra no
faltaban Pepe Jara, Carmen Salinas, El Santo, Chelelo, Chabelo o Tin Tán. Y si
era el esperado encuentro México vs Tigres, el duelo de porras de la llamada
“guerra civil” ponía en juego la creatividad y picardía de los aficionados.
Por la porra de los
Diablos surgía el coro ahorcando a un tigre de peluche: “Me voy pal pueblo/ hoy
es mi día, chinga a su madre Chito García”; y la tribuna azul respondía
colgando un “judas” de cartón con figura diabólica: “En el agua clara/ que
brota en la fuente/ chinguen a su madre/ los que están enfrente”, y entre
mentadas y pasiones, tacos de cochinita pibil y hot dogs, vendedores de
quinielas y algunos apostadores, aficionados de hueso colorado y villamelones,
amigos y familias, transcurrían los días felices del béisbol mexicano en el
Parque Deportivo del Seguro Social.
Entre 15 y 20 mil
aficionados por partido éramos testigos de las hazañas cotidianas de los
hacedores del rey de los deportes. Mis héroes favoritos siempre los quería ver
en el cuadro de lujo aunque nunca coincidieron. Mi line up particular era Pat
Bourque en la primera, Abulón Hernández en la segunda, Antonio Villaescusa en
las paradas cortas, Abelardo Vega o Nelson Barrera en la tercera; Tawa
Lizárraga en el jardín izquierdo, Diablo Montoya en el jardín central,
Miguelillo Suárez el jardín derecho; Paquín Estrada o Kalimán Robles en la
receptoría y en la lomita de las responsabilidades, Ramón Arano o Zurdo Ortiz o
Luis Meré o René Chávez, y en el relevo, sólo Aurelio López.
Verdaderos ídolos,
aguerridos guerreros del diamante que hacían de cada jugada una historia y de
cada partido una leyenda. Cómo olvidar las atrapadas maravillosas estrellándose
en la barda del Diablo Montoya, el mascoteo y arrojo del Kalimán Robles, los
batazos descomunales y oportunos de Pat Bourque, y esas doble matanzas armadas
entre Villaescusa y el Abulón, auténtica poesía en movimiento.
Sin embargo, mi padre y
yo teníamos un hombre a seguir, el Abulón Hernández, para nosotros era el pilar
moral, bastaba que abriera el orden al bat con un hit o que tocara magistralmente
la bola para avanzar a Villaescusa o que se lanzara por una pelota con su
guante seguro para saber que teníamos la balanza a nuestro favor.
Y en el papel del Abulón,
el propio Abulón.
Un día oí decir por los
micrófonos de la XEX al Rápido Esquivel que la mamá del Abulón había llegado a
bus-car al pequeño Ramón Hernández a la escuela y que nadie sabía quien era el
mentado niño Ramón hasta que alguien dijo “ah, claro, es el Abulón”.
No sé si sea cierta la
anécdota, pues tanto el Rápido como el Mago Septién, como buenos cronistas
deportivos, se la pasaban creando y recreando leyendas. Sin embargo, yo me
imaginaba en una escuela primaria de Veracruz a un pequeño “Abuloncito” con su
uniforme de Diablo Rojo tomando clases en el salón, y eso encendía más mis
sueños.
En 1969, año en el que el
hombre llegó a la Luna, Ramón Hernández aparece en la alineación de los Diablos
Rojos como short stop, temporada donde el Diablo Montoya llegaría a los 1,000
hits conectados y Alfredo Ortiz era el primer pitcher mexicano zurdo en obtener
20 victorias en una temporada. El manager de la novena escarlata era Tomás
Herrera.
Un año antes Ramón Arano
le ganaba a los Yankees de Nueva York 5-3 en el Parque del Seguro Social en un
memorable juego donde los bom-barderos del Bronx habían sido limita-dos a cinco
hits gracias a la serpentina mágica del “Trespatines”.
En 1971, el Abulón pasó a
la segunda base, misma que sería su posición histórica. José Zacatillo Guerrero
era el manager de los escarlatas
El Abulón Hernández fue campeón
con los Diablos Rojos en 1973 bajo la dirección de Wilfrido Calviño. En esa
temporada Miguelito Suárez bateó .323 de porcentaje con 13 triples; Pedro
Ramos, Julio Navarro y el Zurdo Ortiz lanzaron partidos de tres carreras
limpias en promedio por partido y en la serie final, la novena roja le ganó a
los Saraperos de Saltillo 4 juegos a 3.
En 1974 vuelve a ser
campeón, ahora bajo la estrategia del inmortal Benjamín Cananea Reyes y los
relevos impresionantes de Aurelio López. Es el año de la despedida del Diablo
Montoya. Los Diablos Rojos vuelven a ser campeones en 1976 y superan en campeonatos
al Águila de Veracruz y a los Sultanes de Monterrey. Los pingos llegaron así a
seis coronas convirtiéndose en los máximos ganadores de la Liga Mexicana.
La ficha histórica, la
frialdad de los números de Ramón el Abulón Hernández con los Diablos Rojos, es
la siguiente: jugó 1 717 partidos; tuvo más veces al bat con 6 505; más
carreras anotadas con 904; más hits con 1904; más toques de sacrificio con 142;
más toques de sacrificio por temporada con 22; flys de sacrificio 59; más bases
robadas con 184; más base por bolas recibidas con 483; jugó 15 temporadas; tuvo
el récord de más outs con 2941; más asistencias con 3126; más errores con 124
(bueno, eso no es de presumir) y más doble plays con 760, la mayoría de ellos
con la excelente mancuerna formada con Antonio Villaescusa.
Un Abulón que va contra
la corriente
El Abulón Hernández es
notable en sí, por sus gestas en el diamante, sin embargo, su figura se
acrecienta por ser el impulsor del movimiento sindi-cal del béisbol en México.
Llega el 1 de julio de
1980, los aficionados esperábamos una vez más el inicio del clásico
México-Tigres. Apenas el 7 de mayo habían brindado un trepidante juego de 15
entradas donde los pingos ganaron 2-1, precisamente teniendo como bujía
principal al Abulón y en René Chávez en el montículo.
Esa noche mi padre y yo
no fuimos al partido, pues casi siempre nos esperábamos al tercer y definitivo
juego que era cuando regularmente se definían las series de la “guerra civil”.
Así es que a las 19:30 horas estaba pendiente de la señal de la XEX, el Mago
Septién era el cronista de los partidos de Tigres, team local en esa ocasión y
entonces oí algo extraño.
El Lobo Sáiz, el ampayer
principal, gritó el forfeit, fin de juego, ante 20 mil espectadores que se
encontraban en el Parque Deportivo del Seguro Social. Los Tigres fueron
decretados ganadores por el Lobo y como dice el librito, la pizarra fue de 9-0.
La razón: los Diablos Rojos se negaron a salir a jugar y pararon en solidaridad
por el despido de Vicente Peralta, paradójicamente, de los archirrivales
felinos, por pertenecer a la recién formada Asociación Nacional de Beisbolistas
(ANABE).
Había visto situaciones
en el memorable “Seguro Social” donde los partidos se suspendían porque el
camión de los rivales no había llegado, como me tocó sufrirlo con los Charros
de Jalisco y los Alacranes de Durango, o bien por las clásicas lluvias del verano,
pero por paro laboral ¡jamás!
Benito Terrazas en Casa
llena, bola roja.
La lucha de los peloteros
de la Anabe narra el momento de esa noche, el cisma del béisbol nacional.
“Cronistas, aficionados,
todos listos para presenciar el clásico; pocos observan que los jugadores del
Diablos no se encuentran en el terreno. Algunos periodistas comentan que están
en un mitin con el manager Cananea Reyes. Nadie sabe el motivo de la reunión,
faltan pocos minutos para que empiece el partido. Las porras están alegres, hay
un ambiente beisbolero de clásico. Los partidarios de los Tigres se ubican por
un lado de la tercera base y los de los Diablos por la primera. Se agitan los
porristas, en el dogout de los felinos hay un diablo colgado simulando un
ahorcamiento. Por el lado de los luciferes pasean un gatito escuálido”.
La ANABE era ya una nave
que navegaba: El club Ángeles de Puebla había hecho ya un paro de tres días en
respaldo a Jorge Fitch que había sido cesado arbitrariamente por Jaime Pérez
Avellá.
El 12 de mayo de 1980 se
constituyó la ANABE y el 4 de agosto de 1980 se realizó Asamblea Constitutiva
del Sindicato Único Nacional de Trabajadores Profesionales de Beisbol de la
República Mexicana y presentaron ante la Secretaría de Trabajo y Previsión
Social la solicitud de registro de la ANABE teniendo como secretario general a
Ramón Hernández Zamudio, y José Luis Naranjo Cantabranas, secretario de actas y
acuerdos.
Las columnas del
movimiento sin-dical beisbolero estaban formadas y no iban a permitir ya que
los pescaran más fuera de la base. De ahí que ante las explotaciones laborales
y los tratos infrahumanos, la dignidad y valentía de los beisbolistas, llevara
a parar el histórico 1 de julio de 1980.
El béisbol era tan
importante que el movimiento logró una audiencia el 14 de julio con el presidente
de la República, José López Portillo. Ese día, en Los Pinos, robándose todas
las señas para avanzar a la siguiente base, el Abulón Hernández habla como
representante de la ANABE:
“Sabemos que vivimos la
crisis más grave de la historia del deporte, crisis que afecta también a miles
de mexicanos que obtienen su sustento realizando trabajos relacionados directa
o indirectamente con nuestro trabajo profesional.
“Hasta hace algunas
semanas tuvimos acceso al régimen del Seguro Social. Durante muchos años las empresas,
irresponsablemente, impidieron que nosotros y nuestras familias disfrutáramos
de la protección social que corresponde a cualquier trabajador.
“Desde siempre las
empresas han conducido a su libre arbitrio y apartadas de la ley, la relación
de trabajo. El contrato individual que nos impone constituye el instrumento por
el cual se nos ha llevado a una falsa creencia de la realidad”.
La denuncia por los bajos
salarios, el señalamiento que a lo largo del año trabajan 10 meses y sólo les
pagan ocho, las malas condiciones para viajar grandes distancias y aún lo peor,
el momento del retiro donde tienen que afrontar a su peor rival, el abandono y
la miseria, fueron denunciadas ante López Portillo quien les ofreció “formar
una comisión para estudiar el caso”. Respuesta clásica, salida fácil, mientras
los intereses del poder estaban muy estrechos con la soberbia y arrogancia de
Alejo Peralta, mandamás de la Liga Mexicana quien declarara:
“Esto es inaudito, no lo
comprendo. Me están llegando rumores de diversos tipos, pero debo esperar a
tener una idea de lo que ocurre, aunque debo adelantar que ahora sí habrá un
castigo ejemplar para los culpables”. (Novedades, 1980)
Y lo hubo, la ANABE formó
su propia Liga, muchos los apoyamos a los diamantes a donde iban, me sentía
orgulloso al verlos jugar en el Campo 1 de la Deportiva, donde jugábamos
nosotros con el “Transporte Victoria” en nuestro plan de llaneros; si nos
pedían cooperación para que los equipos obtuvieran más dinero, lo aportábamos,
los aficionados llamábamos a otros para que fueran a los partidos de la llamada
Liga Nacional, pero el destrozo a la lucha encabezada, entre otros, por el
Abulón Hernández fue irreversible.
Los medios de
comunicación, en su mayoría, fueron armas contra el movimiento; la cizaña fue
sembrada entre los peloteros y, finalmente, con su poderío económico y su
ceguera patronal, Alejo Peralta acabó por poner out y desmoronar a la ANABE, al
béisbol mexicano, a nuestros ídolos, nuestras ilusiones, nuestros sueños,
nuestras vidas beisboleras.
El brillo del diamante
Todo este énfasis sobre
el Abulón Hernández es por varios motivos, porque esta entrega fabulosa de El
brillo del diamante que nos ofrecen Ramón el Abulón Hernández y Jorge el
Biólogo Hernández coeditada por Ficticia y la Universidad Veracruzana, es una
excelente presentación de lujo que añora a las revistas Hit y Superhit con una
selección de lo que ellos con-sideran, a su criterio, los mejores peloteros de
todos los tiempos en cada posición.
Leerlos, releerlos, ver
las fotografías, nos llena de nostalgia y recuerdos de un ambiente beisbolero
que ya se nos fue y ahora es atrapado en este libro.
Y me detengo con el
Abulón porque si bien es el autor, está ausente de las leyendas del béisbol
mexicano y me parece una injusticia. La ficha de Ramón Hernández debería
aparecer entre los mejores segundas bases, justo en el capítulo “¡Que se vuelva
a parar!...la segunda base es de los jarochos” junto a Vinicio García y Beto
Ávila.
El brillo del diamante.
Historia del béisbol mexicano es un documento que agradecemos infinitamente los
aficionados a nuestro amado Rey de los Deportes, el compendio de leyendas, de
datos, de sabor a béisbol que hacen el Abulón y el Biólogo me regresa de nuevo
a las butacas de nuestro añorado Parque Deportivo del Seguro Social, desde
donde me tocó embeberme de este deporte que es ciencia, habilidad, destreza,
talento y tejido fino donde se forman las grandes amistades y las relaciones
estrechas entre familias.
Ahora lo confirmo, mi
admiración por el Abulón Hernández iba más allá. Si bien era mi particular
personaje de referencia, mi modelo a seguir en el béisbol (también fui segunda
base en el Transportes Victoria), adquirió más relevancia cuando se convirtió
en el hombre honesto con gran ética y sentido de la justicia en todo lo alto
para promover el primer y único movimiento sindical beisbolista.
La ANABE surge justo
cuando estaba cursando mi carrera en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco
y con Javier Solórzano, otro fan de los pingos beisboleros, seguíamos de cerca
al movimiento sandinista en Nicaragua, a la guerrilla salvadoreña, y por
supuesto, al Unomásuno, que gracias a las memorables notas de Benito Terrazas,
nos ponían la con-ciencia roja y apoyábamos a nuestros queridos Diablos Rojos
desde las herramientas teóricas proporcionadas por Gramsci, Mattelart y
Schmucler.
El Parque Deportivo del
Seguro Social ahora son ruinas y el actual Foro Sol es un albergue de la ausencia,
incómodo y sin el ambiente beisbolero pasional de los aficionados y sus porras.
Algunos jugadores salen al campo como si les pesara el guante, la música hueca
suena como en una casa de fantasmas, es más, ni los tacos de cochinita pibil
saben igual.
Por eso agradezco al
Abulón Hernández y al Biólogo Hernández esta maravilla de la memoria recuperada
llamada El brillo del diamante. Historia del béisbol mexicano. Ojalá tengan el
espíritu de los extra-innings y nos ofrezcan pronto otro texto sobre el
béisbol, pues las historias en esta fuente inagotable de leyendas, son
inacabables.
Mi padre tenía razón cuando veíamos entrenar al Abulón Hernández. Me pasaba su brazo derecho sobre mi espalda y con el dedo índice de su mano izquierda me señalaba: “Fíjate en ese hombre, de él puedes aprender mucho”.
Así es.
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