El Llamado a la Aventura
“Gilillo” Villarreal
Por Enrique García
Villarreal
Cuenta Octavio Paz (1914-1998) que durante su tiempo viviendo en Los Ángeles, California, – ciudad habitada por millones de personas con raíces en México –, se encontró con una urbe en cuya atmósfera flota la mexicanidad, descrita por él como un “gusto por los adornos, descuido y fausto, negligencia, pasión y reserva”. Dicha mexicanidad “flota”, aclara el poeta y ensayista, ya que no se mezcla con la cultura norteamericana, pero tampoco la rechaza: flota porque no acaba de ser, ni tampoco de desaparecer. Fue este contexto el que se originaron los ‘pachucos’, una cultura juvenil que se estableció en los años 30 y 40 del siglo pasado en las ciudades del Sur de Estados Unidos.
Caracterizados por su vestimenta y por su argot, los pachucos se distinguían por su obstinada voluntad de no ser como los demás – ni como sus ancestros mexicanos ni como los ‘gringos’ que los rechazaban.
La palabra ‘pachuco’ tiene su origen en el Norte de México, en el Estado de Chihuahua, particularmente en Ciudad Juárez, la cual colinda con la ciudad fronteriza de El Paso, Texas. En esta última, había una fábrica de calzado que empleaba a mexicanos llamada The Shoe Company (The Shoe Co.). Cuando la gente buscaba trabajo en la frontera, se iba ‘pal’ Chucho’, con ello fomentando el intercambio cultural entre ambas naciones.
Con el paso del tiempo la frase se popularizó, perdiendo su significado original y transformándose en una sola palabra usada para denominar tanto a los residentes mexicanos en Estados Unidos como a las personas que trabajaban temporalmente en este país.
A finales de 1942,
Antonio Zazueta Villa, mejor conocido en el beisbol Sinaloense como “El Pachuco
Villa” regresó ‘del Chuco’, después de haber vivido durante 20 años en Los
Ángeles, California. Fue en la ciudad de Nogales, Sonora, donde él conocería a
una de las figuras más importantes del béisbol profesional de la costa del
Pacífico, Don Teodoro Mariscal – de quien se hablará en detalle más tarde –,
con quien bosquejaría un proyecto con la finalidad de ofrecer encuentros
profesionales en Culiacán y Mazatlán. Todo lo que necesitaba Zazueta para poner
su plan en práctica era armar un equipo triunfador en Culiacán.
En entrevista con la
Revista StrikeOut, relata mi “papá viejo” que cuando “El Pachucho Villa” llegó
a Culiacán, fue a ver practicar a “Gilillo” y a sus compañeros, los campeones
del club de Orabá.
– ¿Éste es el mejor
béisbol que se juega en Culiacán? – les preguntó.
– Sí. Es de primera – le
respondieron “Gilillo” y sus compañeros, convencidos de sus habilidades.
“El Pachuco”,
acostumbrado al nivel de pelota que se jugaba en Estados Unidos, no estaba para
nada impresionado. Al contrario, consideraba que el béisbol que se jugaba en
Culiacán en aquel tiempo era de calidad muy pobre.
– Yo les voy a traer un
béisbol de más categoría a Culiacán. –
les prometió.
“No le creímos. Acababa de llegar y no podíamos confiar en sus palabras”, reveló “Gilillo” en entrevista. De inmediato, Zazueta Villa se arrancó a la Ciudad de México a hacer gestiones.
Para el asombro de todos, cumplió con creces su promesa, regresando de la capital al poco tiempo con un insólito grupo de peloteros de la talla de Alfonso “La Tuza” Ramírez – magnífico lanzador de alta velocidad y pitcher estrella de los Diablos Rojos, quien en 1944 derrotaría a Panamá en el Campeonato de Béisbol Amateur de Venezuela, y a nivel profesional, tendría un récord de 93 juegos ganados y 91 perdidos en la Liga Mexicana de Béisbol; en la Liga de la Costa de Pacífico, conseguiría 73 victorias por 41 derrotas –, Memo Garibay – beisbolista que por 23 años fungió como exitoso mánager, haciendo campeones, entre otros, a Unión Laguna (1950), Tigres (1960), Jalisco (1967), y en la Liga de la Costa del Pacífico a los Venados de Mazatlán en cuatro (1953, 1954, 1955, 1957) de sus cinco ocasiones –, Fidel Reséndiz – conocido como “El Albañil”, un zurdo de gran habilidad con el Veracruz –, así como quien en 1935 se convertiría en el primer Sinaloense en jugar en Ligas Mayores, José Luis “Chile” Gómez, de quien hablaremos más adelante.
La gente del ambiente
beisbolero en Culiacán estaba impresionada con esa proeza, que no fue fácil de
conseguir. Sin embargo, Zazueta Villa estaba determinado en cumplir con el
compromiso adquirido con Teodoro Mariscal.
Todo equipo requiere de una sana mezcla de atletas con experiencia y atletas con sangre nueva. Para completar su line up, “El Pachuco” volcó su atención a los jóvenes peloteros locales que ya mostraban talento, estando “Gilillo” en la mira del organizador. “Me vieron jugando con el Orabá y me llamaron” reportó “Gilillo” en entrevista. “Gilillo” estaba emocionado por la oportunidad de jugar al lado de peloteros con experiencia internacional y de muy alto nivel, jugadores cuyas hazañas conocía él muy bien a través de la radio. Sin embargo, no era una decisión fácil de tomar para el joven “Gilillo”.
Él tendría que renunciar al Orabá, su escuadra ganadora y donde él había hecho muy buen equipo. Además, la situación económica por la que pasaba su familia en esos momentos era muy difíci y la paga que le ofrecía Zazueta Villa no era mejor que la que él recibía en Orabá, que no era suficiente para cubrir sus necesidades. Aunado a eso, el contrato que “El Pachuco” ofrecía a los peloteros se renovaba mensualmente, lo cual no sólo aumentaba la presión para “Gilillo” por dar una buena actuación al lado de esas estrellas y frente a rivales con otro calibre, sino también significaba que si él sufría una lesión, entonces corría el riesgo de perder rápidamente su lugar en el equipo.
Existen ocasiones en la
vida en la que las personas que, a pesar de no sentirse preparadas para
afrontar un reto, deben dar el salto e intentarlo. Aunque esto implique dejar
atrás la comodidad de lo seguro, o incluso de caer al vacío. La gloria siempre
se encuentra escondida en lo desconocido. Aquellos que esperan a que llegue la
oportunidad perfecta o que todas las estrellas se alineen y les den una señal
se quedan, por lo general, esperando en vano el resto de sus vidas. Se quedan
por siempre lamentándose por la oportunidad que brevemente tuvieron en sus
manos y que dejaron pasar. Por algo se dice que de lo que más se arrepiente la
gente no es de lo que hicieron a lo largo de su vida, sino de lo que nunca se
atrevieron a hacer.
El Gran Maestro
Es un hecho que contar
con el apoyo de un mentor durante la adolescencia es un predictor del éxito.
Estudios sugieren que, a medida que los jóvenes se vuelven más independientes y
pasan más tiempo fuera de su entorno familiar, el contar con la guía de otros
adultos es de vital importancia, pues éstos desempeñan un papel que oscila
entre el de los padres y los colegas. Los mentores tienen tres tipos de
funciones: apoyo psicosocial (asesoramiento, amistad), apoyo relacionado con la
carrera (coaching, patrocinio), así como modelo a seguir. Es por ello que
diversos investigadores concluyen que aquellos jóvenes que cuentan con mentores
adultos tienen una mejor salud mental, mejor conducta, así como mayor éxito
académico y profesional, y ésto no sólo durante la etapa de la adolescencia
sino a lo largo de sus vidas.
Sin lugar a dudas, José Luis “Chile” Gómez fue una figura clave en el desarrollo profesional de “Gilillo”. El segundo beisbolista de origen mexicano en debutar en Grandes Ligas, Gómez fungió por muchos años no sólo como un notable manager-jugador de muchos equipos de renombre sino también como mentor y ejemplo a seguir para “Gilillo” Villarreal. En los años que jugaron juntos, él en la segunda base y Villarreal como short stop, siempre hicieron muy buen equipo, convirtiéndose, según la opinión de la prensa especializada, en una de las parejas “más efectivas del circuito grande de México en la elaboración del doble play”.
Gracias a sus enseñanzas y tutelaje, “Gilillo” Villarreal lograría convertirse en uno de los jugadores de cuadro – sea en la segunda base o en su posición predilecta, el short stop – de mayor reconocimiento en el béisbol del Noroeste de México.
José Luis Gómez Rodríguez
nació un 23 de mayo de 1909 en Villa Unión, una población localizada en el
municipio de Mazatlán, Sinaloa. Desde muy joven demostró aptitudes para el
béisbol. Siendo un estudiante de 21 años de edad, Gómez viajó a la Ciudad de
México para reforzar a los Alijadores de Tampico. En una serie contra el
Febriles de Homobono Márquez, el manager sonorense reconoció su talento en el
fildeo y decidió ficharlo. Así comenzaría una ejemplar carrera, destacando
tanto en la pelota nacional como en la extranjera, con participaciones en la
Liga Mexicana y la Liga de la Costa del Pacífico, así como durante tres temporadas
en Grandes Ligas y dos en Cuba.
El 30 de Julio de 1935 fue una fecha histórica para el béisbol en el Noroeste de México, ya que a sus 26 años, Gómez Rodríguez debutó con los Philadelphia Phillies de Jimmie Wilson en Grandes Ligas, convirtiéndose en el primer sinaloense y segundo mexicano – después de Baldomero "Mel" Almada en 1933 – en lograrlo. Según Alfonso Araujo, el apodo de “Chile” se lo ganó durante su estadía en el béisbol los Estados Unidos debido a su origen mexicano y por su particular carácter.
En su primera
temporada en la carpa mayor participó en 67 partidos, conectando 51 hits e
impulsando 16 carreras. Su porcentaje de bateo quedó en .230. En su segundo año
con Philadelphia, “Chile” Gómez fue el segunda base titular del equipo, jugando
108 partidos, con .232 de porcentaje de bateo. Más tarde regresaría con los
Senadores de Washington en 1942, donde jugaría contra los Yankees de Nueva
York, quienes entonces tenían en sus filas a estrellas como Joe DiMaggio .
De 1937 a 1954 actuó en la Liga Mexicana de Béisbol, pasando por equipos como el Águila de Veracruz, los Cafeteros de Córdoba, los Industriales de Monterrey, los Diablos Rojos del México y los Tuneros de San Luis Potosí, entre otros. Memorable fue aquel partido de 1943 entre los Diablos Rojos – equipo que él dirigía – contra Monterrey en el duelo entre los pítchers Alfonso “La Tuza” Ramírez y Daniel “Coyota” Ríos.
En este encuentro, Gómez disparó un hit para resolver el partido por 1-0 y la afición, alegre por la victoria, paseó en hombros a Gómez y a Ramírez hasta el centro de la ciudad. En la Liga de la Costa destacaría su participación en el equipo de los Venados de Mazatlán, así como en su rol de manager-jugador de los Charros de Jalisco. Gracias a su entrega y a su profesionalismo, “Chile” Gómez fue incorporado al Salón de la Fama del Béisbol Profesional en México en el año de 1971 en la categoría de Jugador de Segunda Base.
La vida da muchas
vueltas. Difícil es a veces predecir lo que nos depara el futuro. ¿Quién
hubiera imaginado que “El Pachuco Villa” lograría atraer a una leyenda de este
calibre al Culiacán de los años 40s? ¿Quién hubiera pensado que, entre tantos
muchachos con ganas de sobresalir en este deporte, Gómez reconocería el talento
innato de “Gilillo” Villarreal? ¿Quién hubiera pensado que él mismo se
encargaría de impulsar la ejemplar carrera del joven “Gilillo” por más de 10
años? Ya habíamos relatado que, mientras “Gilillo” jugaba en el Club Orabá, El
“Pachuco” y su gente se acercaron a él para reclutarlo en su equipo. Lo que no
habíamos dicho es que fue el mismo José Luis “Chile” Gómez, quien, habiendo
identificado su potencial, se dirigió a él en persona con una propuesta.
– Muchacho, ¿cómo te
llamas? – le preguntó.
– Gilberto Villarreal. Me
dicen “Gilillo”.
– Mira, “Gilillo”:
nuestro compañero Miguel Arvizu sufrió una lesión y no va a poder jugar en el
próximo partido ¿Quieres jugar con nosotros?
Existen momentos que
cambian la vida de las personas. Muchos lo saben en el preciso instante en que
éstos ocurren; otros tardan años en darse cuenta. No sé si el joven “Gilillo”
lo sabía entonces, pero lo que es indudable es que fue éste el momento que
transformó su vida para siempre.
Habiendo su padre biológico elegido no ser parte de la vida de “Gilillo”, Gómez Rodríguez llegó en una etapa en la cual todo adolescente necesita a alguien quien le muestre el camino. No obstante, tener de entrenador a “Chile” Gómez no fue fácil. Exigía mucho, y era un hombre de carácter fuerte. “Gilillo” muy pronto descubrió que Gómez le hacía honor al apodo que se había ganado en los Estados Unidos. Sin embargo, el veterano tenía muchos conocimientos qué transmitir.
A sus 36 años, Gómez era un jugador con sobrada experiencia, producto no sólo de sus muchas victorias, sino también de sus derrotas, que nunca son pocas en una larga carrera. No obstante, había un problema: a “Gilillo” le gustaba jugar como short stop, pero Gómez insistía que “Gilillo” aprendiera a jugar segunda base. El joven “Gilillo”, como cualquier otro muchacho de su edad, también era un tanto testarudo y no siempre estaba dispuesto a seguir sus instrucciones.
– Pónle mucha atención –,
le aconsejaban sus compañeros, – porque ese “Chile” Gómez es un súper estrella
de esa posición y los consejos que él te dé tienen que quedarte muy presentes.
Fue “Chile” Gómez quien le otorgaría a “Gilillo” todos sus secretos para jugar la segunda base con elegancia y profesionalismo.
Aprender de “Chile” Gómez requería compromiso y disciplina. Casi me puedo imaginar al joven “Gilillo”, con la música de la clásica escena del entrenamiento de Daniel Larusso como fondo y el sol a sus espaldas, repitiendo una y otra vez el pivoteo como quien practica una ‘kata’, mientras el atardecer oscurecía su figura en movimiento y los ocres del ocaso bañaban con sus rayos el campo del Estadio Universitario, marcando su silueta.
Mike Matheny, mejor conocido como el manager de los St. Louis Cardinals, recomienda que, antes de que se especialicen, los jóvenes deben jugar en todas las posiciones, no sólo con la finalidad de que exploren cada aspecto del juego defensivo, sino para que conozcan el impacto de las decisiones que toman desde la posición a la que quieran dedicarse en el futuro. Sin embargo, “Gilillo” seguía sin convencerse.
Le era difícil abandonar su rol como short-stop, pues era una función muy visible y en donde él podía lucir su brazo, su velocidad y su acrobacia. Jugaba la segunda base a regañadientes, convencido de que su entrenador cometía un error al colocarlo ahí. Le resultaba difícil aprender de nuevo, lo que lo llevaba a constantes enfrentamientos con su entrenador.
Debido a los costos
asociados y la respuesta fluctuante de la afición, la situación económica de la
administración del “Pachuco” llegó al punto de ruptura en diversas ocasiones.
Esto ocasionaba roces con los peloteros más jóvenes, pues a veces no se cumplía
con el pago de sus salarios en tiempo y forma. Lamentablemente, “Gilillo” dejó
de recibir su salario, lo cual lo ponía a él y a su familia en muchas
dificultades. Esta situación, aunada a la frustación de no poder realizarse
como short-stop, llenó al joven de incertidumbre por su futuro en ese equipo de
estrellas.
Entonces llegó aquel día. El día en que “Gilillo”, jugando en segunda base, cometió algunos errores durante un partido. Gómez, esperando más de él, lo reprendió fuertemente delante de todos sus compañeros y en pleno juego.
Esa fue la gota que derramó el vaso para “Gilillo”. Tomando sus cosas y metiéndolas en su mochila, le dio las gracias al “Pachuco” y abandonó el Estadio Universitario para no volver jamás. Cuando “Chile” Gómez finalmente comprendió que su pupilo hablaba en serio, era ya demasiado tarde. “Gilillo” ya había cerrado la puerta y arrojado la llave. Gómez no pudo hacer nada para hacerlo cambiar de parecer.
Lorenzo “Guacho” Morales, quien observó la escena en el Estadio Universitario aquel día, decidió hacer algo al respecto para evitar que la carrera de “Gilillo” se fuera al traste. Haciendo un par de gestiones, recomendó a “Gilillo”, así como a su amigo “Mú” Núñez para que jugaran en El Rosario, Sinaloa, municipio donde también había partidos de exhibición. “Gilillo” aceptó la propuesta de Morales, pero Núñez decidió no ir. A pesar de que “Gilillo” no le guardaba rencor a Gómez Rodríguez, el joven decidió no regresar al equipo de Culiacán. Su familia necesitaba un ingreso estable para cubrir sus necesidades económicas, cosa que “El Pachuco” no podía ya garantizarle.
Por esa razón, “Gilillo” abordó el
próximo autobús rumbo a El Rosario, y con el vehículo en marcha y él mirando
por la ventana, se despidió para siempre del equipo del “Pachuco” y de la vida
que estaba dejando atrás.
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